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Letras

La cucaracha, McEwan y el reverso de Kafka

El escritor británico firma una novela corta satírica sobre el Brexit cuyo protagonista es un primer ministro en forma de insecto

13 enero, 2020 06:41

La cucarachaIan Mcewan

Traducción de Antonio-Prometeo Moya. Anagrama. Barcelona, 2020. 130 páginas. 18 €. Ebook: 12,99 €

“Si pretendes durar en el mundo del espectáculo”, escribía Elvis Costello en Música infiel y tinta invisible, sus maravillosas memorias, “es necesario ahuyentar de vez en cuando a la gente, para que recuerde cuánto te echa de menos”.

Ha sido difícil echar de menos a Ian McEwan (Aldershot, Reino Unido, 1948). La cucaracha, una novela corta satírica sobre el Brexit, es su segundo libro en un año y el tercero en tres años. Esta es una obra tan floja y lánguida. El joven McEwan, autor de novelitas más negras que negras, el hombre que se ganó el apodo de “Ian Macabro”, preferiría haberse arrancado los dedos a mordiscos antes que escribirla. En momentos políticos y sociales oscuros, necesitamos una magia mejor y más áspera que esta.

La cucaracha propone un Kafka inverso: una cucaracha se despierta en el cuerpo de un hombre. Este hombre resulta ser el primer ministro de Reino Unido. Su Gobierno está también compuesto principalmente por cucarachas en forma humana. Y también es probable que lo sea el presidente de Estados Unidos, un adicto a Twitter. (¿No estaba todo esto en un episodio de Black Mirror?) Estos insectos están aquí para sembrar entre los humanos una discordia disfrazada de patriotismo y expresiones como “sangre y tierra” y la idea de devolver la grandeza a las cosas, a fin de garantizar su propia supervivencia en los escombros resultantes.

McEwan no es ningún imbécil; saca algo más que unos cuantos momentos ingeniosos de su premisa. Los mejores llegan pronto. Nuestro antihéroe empieza a entender que “por una grotesca inversión su carne vulnerable está ahora fuera del esqueleto”. La lengua que tiene dentro de la boca, “un pegote de carne resbaladiza”, le produce náuseas. El primer ministro recuerda que, en su anterior forma, encontró “un montoncito de excremento animal, todavía caliente y débilmente humeante. En cualquier otro momento, se habría alegrado. Se consideraba un buen conocedor. Sabía vivir bien”. El resto del fragmento (“Quién iba a confundir ese aroma almendrado, con toques de petróleo, cáscara de plátano y grasa de caballo”) encajaría, si McEwan fuera ciudadano estadounidense, en una versión alternativa de Best American Food Writing.

McEwan propone en esta novela floja y lánguida un Kafka inverso: una cucaracha se despierta en el cuerpo de un hombre, que resulta ser el Primer Ministro del Reino Unido

Nuestra cucaracha humana vivió en otros tiempos en el palacio de Westminster, donde se reúne la Cámara de los Comunes y la de los Lores, así que está acostumbrado a oír las preguntas al Primer Ministro. Recuerda “las preguntas gritadas por el líder de la oposición, las brillantes respuestas incongruentes, las burlas festivas y las inteligentes imitaciones de ovejas”.

Sin embargo, una vez que McEwan establece su premisa, La cucaracha se paraliza. Se convierte en un comentario autocomplaciente y facilón sobre temas como Twitter y la prensa sensacionalista. Las referencias literarias (un barco implicado en un incidente internacional recibe el nombre de Larkin) son engoladas y torturadas. Al final llegan las homilías: “No es fácil ser el Homo sapiens. A menudo sus deseos rivalizan con su inteligencia”. La sensación que se percibe es la de un conductor que sujeta el volante con las manos a las diez y diez y con las luces de emergencia encendidas. La mejor sátira te hace temer por tu seguridad y quizá por tu alma. Aquí, el viaje parece seguro, con el cinturón de seguridad puesto.

En La cucaracha, los antagonistas políticos no son leavers [partidarios de salir de la UE] y remainers [partidarios de seguir en ella], como en el drama del Brexit, sino que son clockwisers [continuistas] y reversalists [reversionistas]. Los continuistas son las élites, si por ese término nos referimos a quienes se preocupan por la razón y la ciencia, la moderación y la información cultural de The Guardian. Los inversionistas son populistas vigorosos, vándalos con lemas geniales.

Lo que está en juego no es el Brexit, sino un programa denominado “economía de flujo inverso” que pondría a Inglaterra contra a) la cordura y b) sus aliados europeos. Es posible imaginar a Eric Idle o a Michael Palin, en una escena de Monty Python, como burócratas de voz chillona, explicando el reversionismo a un barrendero. Dado que es difícil insinuar una voz chillona a lo Eric Idle por escrito, evitaré dar detalles del reversionismo excepto para decir que sus defensores plantean que “si amas a tu país y a su gente, debes cambiar drásticamente el orden existente”. La canciller alemana oye este plan, cierra los ojos y a través de un intérprete pregunta: “¿Por qué hacen esto? ¿Con qué fin rompen su país? ¿Por qué infligen estas exigencias a sus mejores amigos y por qué fingen que somos sus enemigos?”. El primer ministro se para a pensar. “Porque sí. Era la única respuesta: porque sí”.

Esta delgada novela, tan quebradiza como el exoesqueleto de una cucaracha, sirve para recordarnos que ya ha aparecido literatura de ficción buena que tiene en cuenta la violencia, la perfidia y la conmoción provocadas por el nuevo estilo de hacer política en Reino Unido y en Estados Unidos. “¿Cómo os va, al margen del final de la democracia capitalista liberal?”, pregunta un personaje de Spring, la última novela de Ali Smith. En La capital, un libro de Robert Menasse sobre la Unión Europea, leemos la que podría ser la frase del año: “Él había estado preparado para todo, pero no todo en forma de caricatura”. Las nuevas realidades políticas se filtran también en A contraluz, de Rachel Cusk. En Coventry, su último libro de ensayos, Cusk comentaba respecto al Brexit que “el aluvión de obras excelentes que siguió al referendo contrasta con la reticencia que lo precedió. La élite progresista está defendiendo su realidad, pero demasiado tarde”.

La idea de escribir La cucaracha quizá le pareciera buena a McEwan una mañana mientras se duchaba. Más tarde, tras el café, podría habérsele ocurrido que insinuar que tus adversarios son cucarachas sería caer tan bajo como ellos. Una novela cómica que sí nos hubiera venido bien sería la escrita desde el punto de vista de Anthony Weiner [ex congresista que pasó 21 meses en prisión por enviar correos sexuales a una niña de 15 años]. La senda desde Weiner a Anthony Weiner [ex director del FBI implicado en la filtración de los emails de Hillary Clinton] y las elecciones de 2016 son temas dignos de sátira. Como decía el cineasta Errol Morris: “Quién habría pensado que el deseo que experimentó un hombre de fotografiarse el pene y compartirlo con mujeres en internet podría destruir la civilización occidental”.

© New York Times Book Review