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Diccionario Landero: de Alburquerque a 'wasap'

Elegido por nuestros críticos como la mejor novela en español de 2019, 'Lluvia fina', de Luis Landero, es un desolador retrato de familia que desmenuzamos en este diccionario literario, secreto y personal

27 diciembre, 2019 15:25

Alburquerque. Hace unos meses, al entregar un premio que lleva su nombre, Landero confesaba que “el demonio de la literatura se me metió en el alma en mi infancia aquí en el pueblo”. El pueblo es Alburquerque, Badajoz, donde nació el 25 de marzo de 1948. De su importancia en su vida y obra da cuenta el propio escritor en Esta es mi tierra, al reconocer que allí descubrió “casi todo cuanto hay que conocer en la vida: la felicidad, el dolor, el amor, el miedo, la amistad, el lenguaje…”

Balcón. Hace cinco años, los críticos de El Cultural elegían como mejor libro de ficción de 2014 El balcón en invierno, un relato autobiográfico nacido del cansancio de la ficción “como autor y como lector”, aunque ya entonces confirmaba que volvería a la novela pura y dura porque “no tengo otro lugar adonde ir”. Y nos decía más. Que “la ficción cansa, el amor cansa, hasta la vida cansa a veces”.

Cuento. Es el gran enigma del escritor, irresoluble. Cómo él mismo explicaba a El Cultural, el problema es descubrir “¿dónde está la vida, en los libros o en las películas, o en la calle? Yo a menudo he alcanzado una mayor plenitud vital leyendo que viviendo. He habitado en la isla de Robinson Crusoe, he amado a Emma Bovary, he cabalgado con don Quijote y Sancho… y lo he vivido tan intensamente o más que otras experiencias vitales.  El cuento más la vida, ese es mi negocio”. 

Desgracia. Una de las claves de Lluvia fina es el fatalismo de la madre, que inculca a sus hijos desde pequeños que “la alegría trae mala suerte porque detrás de la alegría acecha siempre la desgracia. ‘Los llantos los oye Dios y la risa el diablo’, solía decir”. Su pesimismo marca a la familia de tal forma que Sonia, una de las hermanas, confiesa: “Tengo miedo a las fiestas, a las euforias, a que los dioses oigan nuestras risas y nos castiguen con alguna desgracia”.

Escritura. Consciente de que el talento sin trabajo no es nada, Landero escribe todas las mañanas, todos los días del año, a menos que un golpe de intuición vespertina le ayude a solucionar un problema literario mañanero. Como explicó a El Cultural, “este es un oficio muy solitario, muy dado a los espejismos. Pero a veces, con la pluma en la mano, uno es el puto amo del mundo”. Y hace poco insistía: “Inventar y estructurar me resulta sencillo y divertido. Lo más difícil, lo más apasionante, es escribir. Ahí es donde uno se la juega”.

Felicidad. Es el tema predilecto de Gabriel, protagonista de Lluvia fina. En su primera cita con Aurora le explica que es profesor de Filosofía y que “casi de muchachito había leído y pensado mucho sobre este asunto, y conocía bien los caminos que en cada época y en cada sociedad había elegido el ser humano para llegar a ser feliz”. Tambien que la felicidad se aprende, y que “ese sería el primer oficio que tendríamos que aprender de niños”.

Guitarrista. Antes incluso de soñar con ser escritor, el joven Landero vivió con su madre en el madrileño barrio de Prosperidad, trabajó de aprendiz en un taller mecánico, estudió el bachillerato nocturno en una academia de la Gran Vía y, animado por la vida bohemia de su primo Raimundo, aprendió a tocar la guitarra para ser artista. Con él se fue de gira, “y algunos acabaron en la cárcel”. Fruto de esa experiencia de juventud, pero tamizada por la ficción, publicó El guitarrista (2002). 

Ilusión. Si algo caracteriza a muchos protagonistas de Landero es su capacidad de imaginar futuros fabulosos mientras pactan con presentes mediocres. El mismo escritor reconocía aquí que “de jóvenes venimos a reventar la banca, a ‘llevarnos el mundo por delante’. Pasa el tiempo y… Ahí estamos nosotros, con nuetra pareja de jotas y nuestra cara de gilipollas. Y es que las ilusiones de hoy suelen ser las amarguras de mañana. Pero la vida es hermosa”. 

Juegos. Landero debutó como novelista en 1989 con Juegos de la edad tardía, con la que conquistó el Premio Nacional de Literatura y el Nacional de la Crítica en 1989. Tenía entonces 40 años, y en la contrasolapa del libro se podía leer: “Estamos convencidos de que este es el brillante y sólido inicio de una carrera que marcará la próxima década”. Y la siguiente, y la otra. Sí, tenían razón.

Lectura. Concibe la lectura como una actividad creativa a reivindicar porque los buenos lectores, los inspirados, “enriquecen la obra que disfrutan”. Es también, o debería ser, “una enfermedad contagiosa cada vez más difícil de contagiar”, pero que exige esfuerzo, soledad, concentración. Y los más jóvenes viven hoy seducidos por lo audiovisual y las redes, “un juego de lo más adictivo, del que hay que defenderse para no quedar preso”.

Miedo. Contrapunto al idealismo de Gabriel, la madre de Lluvia fina, que vive dominada por el miedo, marca la novela. “A todas horas –leemos– se rendía culto al miedo. Miedo al hambre, miedo a las guerras, miedo a las enfermedades, miedo a la pura adversidad, miedo a vivir con algún desahogo o a hacer algún derroche porque el destino termina siempre castigando la buena suerte de los pobres”. 

Opinión. Uno de los síntomas de la banalización actual de la figura del escritor la encuentra Landero en la progresiva sustitución de intelectuales y escritores por los opinólogos. Eso explica, a su juicio, que parezca que hay peores autores que antes, porque hacen “menos ruido mediático”. Y recuerda cómo no hace tanto, ante una crisis, se requería su juicio. Hoy “ya no llama nadie”, lamenta a menudo.

Profesor. Maestro de Lengua y Literatura españolas en un instituto de Madrid, en la Escuela de Arte Dramático y en la Universidad de Yale. Ya jubilado compareció en enero de 2016 en la Inspección de Trabajo y Seguridad Social para presentar los contratos editoriales de los dos últimos años, porque cobraba una pensión como profesor jubilado, y el Ministerio de Empleo quería saber de dónde procedían sus otros ingresos.

Quijote. Convencido de que el Quijote es “el mejor libro que se haya escrito nunca”, su obra de cabecera, a menudo ha reconocido que su lectura le estimula y consuela, quizá porque es “donde mejor está contado el secreto de la condición humana, y de un modo enciclopédico. [...] Al leerlo, tengo la impresión de entenderlo todo de pronto”.

Rencor. Lluvia fina, quizá la novela más oscura de Landero, está marcada por ese resentimiento que a veces se enquista en una familia. Por eso, cuando Gabriel se empeña en celebrar el cumpleaños de su madre, Aurora, confidente de toda la familia, sabe que es un error porque existen demasiados rencores“al acecho, esperando la ocasión de volver al presente, renovados y recrecidos”. 

Silencio. Si algo valora Landero es el silencio, “un don impagable con tanto ruido mediático”. Él mismo explicaba a El Cultural que hoy “se piensa poco y se opina mucho. Vivimos en el año 20 después de internet, en una especie de nueva edad, postcontemporánea o algo así, y estamos como niños en la mañana de Reyes. Ya veremos qué pasa cuando nos cansemos de este nuevo y formidable juguete”. 

Tusquets. Es posible que la carrera literaria del narrador hubiese sido distinta sin la complicidad literaria y personal de Beatriz de Moura y Toni López Lamadrid, que en 1989 no dudaron en publicar su monumental Juegos de la edad tardía. De Tusquets nos decía hace poco que “lo hacen todo tan bien, y son tan cariñosos, y tan leales que dónde iba uno a estar mejor ”.

Wasaps. El más cervantino de los autores actuales utiliza en su último libro, casi como un personaje más, los mensajes con que todos acosan a Aurora: “le ponen wasaps a casa, al colegio, cuando va por la calle, cuando está corrigiendo exámenes o leyendo una novela [...] cuando empieza a dormirse tras una jornada agotadora. Todos los días a cualquier hora”. El desenlace, claro, es inevitable.