Image: Gente que se fue

Image: Gente que se fue

Letras

Gente que se fue

12 abril, 2019 02:00

David Gistau

Círculo de Tiza. Madrid, 2019. 150 páginas. 20 €

La buena mano de David Gistau (Madrid, 1970) en su anterior novela, Golpes bajos, para la escritura larga propiamente narrativa se confirma ahora en las medidas cortas agrupadas en Gente que se fue. El relato breve y el cuento diferencian las dos partes del libro, aquél con la historia que le da título y éste con 20 piezas de pocas páginas, salvo la primera, de andadura cercana al relato corto. Aunque ambas formas se diferencian en la tonalidad de los textos, participan de un rasgo básico: el autor parte, en primera instancia, de la voluntad de contar una anécdota en sí misma interesante, al contrario de lo que prevalece en buena parte de la cuentística posmoderna, proclive a ningunear la trama argumental. Pero no contar por contar, sino para decantar un sentido de la vida.

Con andar despacioso, “Gente que se fue” hace un retrato actual de gente fina. Daniel, guionista de series televisivas, corteja a una chica, malgasta el tiempo en un bar moderno, acompaña a un letrista pop rico y tarambana y claudica a las exigencias prostibularias de un tiranuelo productor de televisión. Sin intención moralizante alguna, esta novela corta ilustra un caso de irresolución vital y confusión emocional.

La idea de apatía culpable de esta pieza se extiende en sus variantes de fracaso o frustración a otras que desnudan sentimientos y experiencias duras. El protagonista de “Baires Feast” roba un beso desesperado a su amada justo antes de la catástrofe irreparable. Desolaciones inconfesables asoman en la acción de un hombre que, en “La plegaria que nadie hizo”, quema a propósito el décimo de lotería premiado. “La cólera del héroe” visualiza la tajante réplica de un niño a la ingratitud en forma de fría venganza: prosa fría, dura, sin concesiones.

El ritmo narrativo del libro retrata una incisiva estampa contemporánea con más pesares que gozos y alegrías

Los relatos de David Gistau se asoman a la cara oscura del alma y dejan un rastro de desaliento, fracaso, dolor y desesperanza. Es una escritura de tono grave y de ámbito intimista, aunque barnizada con notas de realismo cotidiano. Pero se abre también a otras dimensiones del mundo. Algunos cuentos presentan extrañas criaturas (“Él”, homenaje kafkiano rebosante de emocionalidad) o cosas raras de la vida (“Carretera de montaña” y “Cita a ciegas”). Y hasta se le hace un lugar a la pura fantasía en “El jefe y el francés”.

El intimismo marca buena parte de las piezas del libro y en ellas Gistau saca a relucir esos acordes interiores que reclaman la memoria y la evocación intensa del pasado. Pero las láminas con secretos de la conciencia no son excluyentes y conviven con fotografías de la vida en la calle. Una veta del conjunto de Gente que se fue apunta al documento crítico. A un paso de la pura literatura social se encuentra “Negroni”, denuncia cerrada del escandaloso señoritismo del madrileño barrio de Salamanca encarnado en un tipo repulsivo. Cerca le anda “Gentile, pelucas y cosméticos”. Y un afán semejante, pero con el acento muy distinto del costumbrismo satírico larriano, preside la burla de moderneces como llamar muffins a las magdalenas.

Gistau maneja en este libro una diversidad de enfoques que abarca lo severo y lo dramático, el testimonio y la invención. De esta atractiva pluralidad y de un cautivador ritmo narrativo resulta una incisiva estampa contemporánea con más pesares y desencantos que gozos y alegrías.