Image: Muñoz Avia, el interior de una vida teñida de pintura

Image: Muñoz Avia, el interior de una vida teñida de pintura

Letras

Muñoz Avia, el interior de una vida teñida de pintura

El escritor, hijo de Lucio Muñoz y Amalia Avia, construye en La casa de los pintores un retrato íntimo de los artistas y del espíritu creativo de la época

20 marzo, 2019 01:00

Rodrigo Muñoz Avia, de niño, junto a Paco Nieva, Antonio López, María Moreno, Amalia Avia y Lucio Muñoz.

Formaban una de las parejas artísticas más sólidas del momento. Lucio Muñoz y Amalia Avia se conocieron en un viaje a París en 1954, organizado por la Escuela de San Fernando, y se casaron en 1960. Íntimos de Antonio López, su casa, situada en la Ronda de Avutarda (Madrid), fue a menudo frecuentada por otros artistas coetáneos como Cristóbal Halffter, Rafael Canogar o Manuel Rivera. En el seno de aquellas sesiones artísticas, entre sus pinceles, sus estudios y sus pinturas se criaron sus cuatro hijos: Lucio, Diego, Nicolás y Rodrigo. Testigo de aquellos días, el más pequeño de todos, Rodrigo, publica hoy La casa de los pintores (Alfaguara), un retrato personal de los dos artistas, en su aspecto más íntimo y familiar, que recoge el espíritu creativo de la época.

Quizás porque como dice Rodrigo Muñoz Avia (Madrid, 1967) el artista sobrevive pero las personas no, a lo largo de estas páginas el escritor "recupera y fija" su propia memoria. Autor de novelas como Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos, Vidas terrestres y Cactus, matiza que "hay una faceta sobre Lucio Muñoz y Amalia Avia más o menos pública de la que se ha escrito bastante. Pero la visión que tengo yo como hijo de cómo eran ellos como padres, de cómo era su vida en los estudios, en casa, cómo era nuestra relación familiar, no la tiene nadie".

¿Y cómo eran Lucio Muñoz y Amalia Avia en su intimidad? "Es muy difícil separar a la persona del pintor -reflexiona-. Ellos eran pintores y pintaban en casa. Toda su vida estaba teñida de pintura. Por eso, en cierto modo, sus hijos también estamos hechos de pintura. Se conocieron por la pintura. En las comidas se hablaba de pintura. Su obsesión con el trabajo, si las cosas les salían o no, nos las trasladaban a nosotros. Las vivíamos con ellos", cuenta hoy su hijo.

Premio Nacional de Artes Plásticas en 1983 y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 1993, Lucio Muñoz fue uno de los máximos exponentes del arte abstracto y del informalismo español de la segunda mitad del siglo XX. De Amalia Avia, Camilo José Cela llegó a decir que era la pintora de las ausencias. Artista realista, las calles, garajes, portales y fachadas de la capital fueron el gran tema de su obra. Ambos, formaban parte del grupo de artistas que vivieron y trabajaron en Madrid desde la década de los 50, con nombres como Isabel Quintanilla, Francisco López Hernández, María Moreno, Julio López Hernández, Esperanza Parada y Antonio López.

Lucio Muñoz y Amalia Avia. Foto: Luis Pérez-Mínguez

De los dos, no obstante, el nombre de Lucio Muñoz siempre sonó más alto. Su obra llegó más lejos. "Si fue fácil es por el carácter de mi madre que no competía -mantiene el escritor-. Ella sabía que para mi padre todo eso era muy importante y no le importaba nada que el que se llevara más gloria fuera él. De manera justa o injusta, lo asumía. Supongo que inevitablemente también por el rol de mujer y por una diferencia de carácter que a mi padre le hacía ser más ambicioso creativamente". Avia sentía predilección por su hijos. "Mi madre no soportaba las separaciones -escribe en su novela-. Lloraba cuando alguno de nosotros se iba de viaje, aunque fuera un fin de semana". Para Muñoz, al contrario, el arte en general, la música, la literatura y la pintura en concreto "era lo más importante de una manera casi obsesiva". ¿Qué hubiera pasado si de repente la carrera de Amalia Avia hubiese despegado muy por encima de la de Lucio Muñoz? Se pregunta. "Igual habrían saltado chispas". Aunque, reflexiona rápido, "creo que no, a mí padre lo que preocupaba era que su propia obra no fuera valorada".

Ya en 1989, cuando el Museo Reina Sofía realizó al fin una exposición antológica sobre su arte, el pintor sintió que, de alguna manera, llegaba tarde. "Es verdad que él sufría con esas cosas -reflexiona el autor-. Pero aun afectándole, no era una persona que viviera demasiado pendiente de su posición como artista. Él, sus ambiciones, las gestionaba en el estudio".

Cercanos y generosos, así los recuerda su hijo, en lo creativo ambos eran muy diferentes. Mientras que Avia era mucho más intuitiva, "ella llegaba y se ponía a pintar", Muñoz le daba mucha más importancia a todo el proceso. No obstante, aunque él analizaba todo mucho más, particularmente en su última etapa, mucho más simétrica, "mi madre era una persona mucho más apegada al suelo, mucho más realista, como su pintura, y mi padre estaba mucho más entregado al mundo de la imaginación", reflexiona.

Por aquel entonces ambos vivían en la Ronda de Avutarda (Madrid) y allí nunca faltaba gente. El más asiduo a estas veladas en la familia Muñoz Avia era, sin duda, Antonio López. El pintor que acaba de protagonizar el documental Antonio López. Apuntes al natural, dirigido por otro de los hijos de la pareja, Nicolás Muñoz Avia, en el que también colabora Rodrigo, era el mejor amigo de sus padres. “Esa cosa magnética que tiene Antonio, que es un placer verle y oírle, que es tan brillante, que tiene tanta seguridad... de niño ya lo notaba y ya me sentía muy atrapado por él. Él aparecía por allí y se pasaba el día entero con nosotros", recuerda el escritor. Pero también Cristóbal Halffter, “que fue muy cariñoso siempre con mis padres y tenía un excelente sentido del humor”, o la galerista Juana Mordó. “Venía por casa con bastante frecuencia -escribe en su libro-, acompañada casi siempre de personalidades a las que iba presentando a sus artistas”.

Amalia Avia junto a sus hijos

A ellos se sumaban, en cierto modo, los nombres que a menudo los Muñoz Avia introducían en sus conversaciones familiares. “Mi padre hablaba más de literatura y de música que de pintura. Hay en su obra un aliento romántico, lírico, que sin la música a lo mejor no sería tan potente, pero las influencias literarias son obvias. Toda la 'época de los bichos', como la conocíamos nosotros, la de los 70, es muy deudora de Kafka. En general la literatura le sirvió para crear climas y escenarios”. En 1990, por ejemplo, para la construcción de El cono del bosque Kobernaus, se inspiró en la novela Corrección, de Thomas Bernhard, quien ejerció una gran influencia en toda su producción.

¿Y tú no pintas?

Fruto de aquella ebullición cultural de tertulias, música, literatura y pintura, todos sus hijos acabaron dedicándose a profesiones creativas. “¿Y tú no pintas?”, era la pregunta que escuchaban más amenudo en las exposiciones de sus padres. Ahora, Nicolás es director de cine y Diego es periodista. El mayor, Lucio, es pintor. “Lo que pasa es que es muy inconstante. Era difícil. De hecho, empezó sobre todo a pintar más en serio cuando murió mi padre”. El propio Rodrigo es escritor. Aunque comenzó a estudiar Física, terminó licenciándose en Filosofía. “Al final, sentía un inconformismo con la realidad que me rodea, una necesidad de ir un poco más allá mediante una mirada artística, que me empujó a que no me valiera la física y a necesitar algo más, a hacerme más preguntas. Esa mirada interrogativa, esa valoración de la creación artística, la hemos mamado todos desde niños”.

La casa de los pintores es en suma "un retrato amable, la historia de una familia feliz", tercia Rodrigo Muñoz Avia. No obstante, una sombra oscura revolotea entre sus páginas. "La depresión de mi madre tiñó mucho y condicionó el final de su vida, un final largo, eso sí, porque la arrastró durante bastantes años. Ella perdió ese brillo y ese carácter expansivo tan suyo y tan llamativo, aunque algo quedara de su esencia". Entonces, escribe, “su barniz de alegría y vitalidad conseguía camuflar al monstruo, pero con los años la capa de barniz se fue desgastando”.

Su padre se refugió en su estudio y en su obra. En lo artístico, Lucio Muñoz sentía ciertas dudas con respecto a la “época de los bichos”. Antonio López siempre le decía: “Pero Lucio, si es que es una época extraordinaria, no sé por qué dudas de ella, es algo muy tuyo”. Pero él, cuenta su hijo, “sentía que era demasiado fantasmal, demasiado literario. Él siempre hablaba de esa tensión entre lo más onírico, fantasmal y una más racional y ordenada. Y que era necesario el equilibrio”. Así, que concluye, sí, “hubo ciertos momentos de estancamiento y él lo sintió así, pero a principios de los 80 volvió muy liberado y empezó un periodo de su pintura muy distinto y realmente espectacular con el que se sentía muy seguro y feliz”. De esa época, la última de su trayectoria, es el mural que preside el Pleno de la Asamblea de Madrid, uno de sus murales, junto al de la Basílica de Aránzazu, más espectaculares.

@mailouti