Image: La isla de los conejos

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Letras

La isla de los conejos

Elvira Navarro

18 enero, 2019 01:00

Elvira Navarro. Foto: Asís Ayerbe

Random House. Barcelona, 2019. 160 páginas. 17,90 €. Ebook: 8,54 €

El relato parece un género idóneo para una narradora como Elvira Navarro (Huelva, 1978), siempre cómoda en la media distancia y habituada a convertir sus novelas en ejercicios truncos, desconcertantes. Las once piezas que componen La isla de los conejos participan de esa estrategia, que redobla su intensidad cuanto más breve es la propuesta. De la misma manera, estas historias también son coherentes con el realismo fantasmal de Navarro, muy presente en los anteriores La trabajadora (2014) y Los últimos días de Adelaida García Morales (2016), consistente en un cruce indistinguible entre los monstruos tangibles del mundo (la precariedad, la desigualdad o la incomunicación, por ejemplo) y su proyección mental.

El resultado es un libro de atmósfera perturbadora y elusiva, con varios cuentos notables, y también repleto de giros abruptos que abren un vacío ambivalente entre texto y lector; un vacío muchas veces estimulante, misterioso, pero que en alguna ocasión puede resultar más obvio (pienso en "La adivina") o, simplemente, no ser del todo convincente (y en este caso, recuerdo "Myotragus", donde se fantasea con la figura histórica del archiduque Luis Salvador de Austria y su conexión mallorquina; por cierto, son unas páginas que bien podrían propiciar una coda al debate sobre lealtad biográfica e imaginación que rodeó su anterior trabajo). Alguna vez, el texto persigue ambigüedad pero obtiene mera dispersión ("Notas para una arquitectura del infierno"). Pero en conjunto, La isla de los conejos se caracteriza por una escritura amenazante y valiosa.

Los 11 relatos comparten una atmósfera perturbadora y elusiva con varios giros abruptos que abren un vacío entre texto y lector

Se hablará mucho de los ecos evidentes de La transformación de Kafka en "Estricnina", cuento brevísimo y fantástico (quiero decir, del género fantástico; por otra parte, es un buen cuento), pero también "La isla de los conejos" arranca con un planteamiento que le guiña el ojo a un clásico: en este caso, el protagonista es una especie de Pierre Menard de la mecánica, empeñado en inventar lo que ya está inventado mediante el método de "descubrir por sí mismo lo necesario para elaborar lo que ya estaba hecho". Partiendo de esa excentricidad, el relato que da título al volumen nos introduce en un ecosistema alterado que parece la traslación física de un paisaje interior no menos alterado. Es quizás el mejor de todos, junto a "La habitación de arriba", que muestra el inconsciente de una mujer infestado por los sueños de quienes la rodean. Por su parte, "Memorial" introduce las redes sociales para explicar la historia del fantasma de una madre que se comunica con su hija a través de una cuenta de Facebook cuya existencia es imposible y, sin embargo, operativa. El sentido de la oportunidad de este último relato se resuelve sin necesidad de prótesis formales, lo que multiplica la fuerza de su vibración enfermiza. "Encía", en fin, podría ser de Cronenberg, qué más puedo decir.

En el reportaje que Antonio Lucas le dedicó hace unos días en La Esfera de Papel, Navarro declaraba que "uno de los temas del libro es la imposibilidad del control". En el fondo, esta afirmación vale para sintetizar la naturaleza universal de lo narrativo, y por lo tanto podríamos suponerla un tanto retórica. Con todo, lo cierto es que, en La isla de los conejos, ciertamente tiene protagonismo el descubrimiento de esa fragilidad, de esa precariedad del relato formal de la propia vida y de las percepciones de la realidad con el que intentamos organizarnos. Le ocurre a la pareja de "Las cartas de Gerardo", cuyo sórdido y anticlimático final resulta convincente y demoledor, o a la protagonista de "París Périphérie", incapaz de avanzar en ninguna dirección vital ni de localizar un edificio pese a las nítidas coordenadas que se le proporcionan (una vez más, la mente y el paisaje exterior comunicándose con intimidad daimónica).

La irregularidad es un peaje casi obligado en los libros de relatos; en el caso de La isla de los conejos el balance es muy positivo.