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Letras

La casa de los ángeles rotos

14 diciembre, 2018 17:44
Luis Alberto UrreaTraducción de David Toscana. AdN. Madrid, 2018. 344 páginas. 18 €. Ebook: 9,49 €

La casa de los ángeles rotos, la triste y divertida nueva novela de Luis Alberto Urrea (Tijuana, 1955), es una de esas epopeyas sobre una familia complicada que suelen empezar con un árbol genealógico para ayudar al lector a entender las relaciones. Por fortuna, en esta novela no lo hay. Antes bien, el lector tiene que hacer lo que cualquier invitado que visite por primera vez a una familia compleja: estar alerta, prestar atención y saber apreciar las cosas. Y es que en la entretenidísima historia de Angelote, el patriarca de los de La Cruz que entierra a su madre aunque él mismo se esté muriendo y mientras su familia se reúne para celebrar su 70 y último cumpleaños, hay mucho que apreciar.

Desmintiendo la idea de muchos estadounidenses de que todos los mexicanos acaban de cruzar la frontera, Urrea crea una bulliciosa familia de La Cruz que vive en San Diego y “lleva por aquí ya desde antes de que naciesen tus abuelos”. Su intención es rendir homenaje a las particularidades de la vida mexicano–estadounidense y, al mismo tiempo, criticar el racismo antimexicano que ha formado parte de la cultura de Estados Unidos desde que el país conquistó buena parte del territorio de México. Consciente de que mucha gente, ellos incluidos, piensa que los mexicanos tienen una relación flexible con el tiempo. –“Sabes que eres mexicano cuando la comida no aparece hasta las diez de la noche”–, Angelote está orgulloso de su puntualidad. “Como si un mexicano no pudiese ser puntual”, protesta. “Como si Vicente Fox llegase tarde a los sitios, cabrones”.

Las ocurrencias y las bromas abundan a lo largo de una conmovedora novela que trata en buena medida del tiempo mismo, especialmente de su paso y de la ine–vitabilidad de la muerte. La historia se desarrolla en poco más de una semana, desde el funeral de Mamá América hasta la muerte de Angelote. Esta última es un secreto a voces, pues desde las primeras páginas sabemos que el protagonista se está muriendo de cáncer y que ya casi no le quedan fuerzas ni para realizar las funciones básicas de su organismo. Retrocediendo desde el umbral de la muerte hasta el comienzo de su vida, Angelote se encuentra inmerso en los recuerdos de su viaje de México a Estados Unidos y en las complejidades del drama de su familia.

Urrea muestra a los estadounidenses atrapados en el constante cambio de las definiciones de frontera

Técnicamente, Angelote y Perla son emigrantes sin papeles que cruzaron la frontera en dirección sur–norte cuando eran adolescentes. Urrea, sin embargo, se preocupa de mostrar que los mexicanos y los mexicano–estadounidenses –los estadounidenses en general– están atrapados en la política y la economía en constante cambio de las definiciones de la frontera y la explotación laboral. “El abuelo de Angelote, don Segundo, llegó a California después de la Revolución mexicana cruzando la frontera en Sonora”. En Estados Unidos “aprendió inglés y a amar el béisbol” en una época en la que se necesitaba mano de obra mexicana. Sin embargo, cuando esa época se acabó, “la familia de La Cruz se volvió mexicana otra vez cuando regresaron al sur en la gran oleada de deportaciones de 1932 junto con los dos millones de mestizos detenidos en las redadas. Por lo visto, de momento Estados Unidos se había cansado de perseguir y deportar chinos”.

La política de fronteras ha interesado a Urrea desde que empezó su trayectoria profesional en 1993 con Across the Wire: Life and Hard Times on Mexican Border. En los 10 años que le costó publicar su primer libro, un editor de Nueva York le dijo que “los mexicanos muertos de hambre no le importan a nadie”. Angelote, su madre y sus hermanos se encuentran entre los mexicanos hambrientos que al final ascienden a las clases media y trabajadora. Angelote consigue alquilar y luego comprar una casa en un barrio en el que “las ventanas de todas las casas tenían barrotes que asustaban a los extraños. Sus habitantes, en cambio, ni siquiera los veían”. El protagonista de la novela consigue hacer realidad el sueño americano trabajando como pluriempleado –en contra del tópico de los mexicanos holgazanes que tanto le irrita– hasta que logra hacerse con un puesto de operador de ordenadores para la compañía del gas y la luz a pesar de que “los ordenadores no le gustaban. Lo importante era que un mexicano estuviese haciendo lo que los americanos ricos eran incapaces de hacer”.

No obstante, aun con todos sus logros, no consigue proteger a su familia de las posibles tentaciones de la vida. Las tensiones personales, el deseo carnal y las aventuras extramatrimoniales enardecen a sus hermanos, a sus cuñados, a sus hijos y a sus nietos. Yndio, uno de sus hijastros producto de su relación con Perla, es un “guerrero de la liberación cultural anticisgénero y antiheteronormatividad”. Braulio, otro de sus hijastros, murió en un tiroteo entre bandas. Su hijo Lalo –traumatizado después de servir en Irak– lucha contra su adicción a las drogas y su condición de emigrante sin papeles que su servicio en el Ejército no solucionó. Tras ser deportado, tuvo que volver a cruzar la frontera con Estados Unidos. Marco, sobrino de Angelote, es cantante de un grupo de heavy metal y se autodenomina “el hispano satánico”. El joven se enamora de una dreamer, una muchacha a la que llevaron ilegalmente a Estados Unidos cuando era niña.

La mayoría de las alegremente irreverentes actividades de la familia están vistas a través de los ojos de Angelito, el hermanastro de Angelote nacido de la unión del padre de este último con la estadounidense blanca por la que abandonó a Mamá América y a su familia. Angelito es profesor de Literatura. “El estadounidense”, “el integrador”, se encuentra incómodo en su posición ambigua dentro de una familia así. Su relación afectuosa y atormentada con Angelote, el hermano mayor que, aunque le rompió la nariz en una pelea, quiere que se meta con él en su lecho de muerte, es una de las muchas relaciones conmovedoras que el autor pinta con gracia y empatía.

Ira y tristeza, amor y dolor, traición y ternura, son algunos dúos de emociones que afloran en la novela de Urrea

Urrea prescinde con razón de la situación legal dada la dudosa legalidad y la evidente injusticia de gran parte de la política estadounidense en relación con México, los emigrantes mexicanos y los mexicano–estadounidenses. Le preocupa más expresar lo que piensa Angelito cuando observa la complejidad de su familia: “Si la única cultura dominante pudiese presenciar estos momentos, vería su propia vida humana reflejada en el otro”. Y el otro que importa en última instanciaen esta novela es la muerte. Enfrentados a esta frontera final que todos compartimos y debemos traspasar, solo nos queda la esperanza de ser como Angelote, que “invitó a todos sus recuerdos a venir a él y vestirlo de belleza”.La ira y la tristeza forman uno de los dúos de emociones que afloran una y otra vez a lo largo de La casa de los ángeles rotos, lo mismo que el amor y el dolor, la alegría y el resentimiento, el odio y la reconciliación, la traición y la ternura, todas ellas complejas y todas convincentes en el poderoso retrato que Urrea hace de una familia mexicano–estadounidense que es a la vez una familia americana. Porque, ¿qué es la novela sino una historia mexicano–estadounidense a la vez que americana? Americana en el sentido más amplio posible, desde los Estados Unidos de América, al norte de la frontera, hasta México y, por extensión, todos los demás países al sur de esta que también son americanos. La novela no respeta las fronteras, lo cual sin duda sacará de quicio a los lectores a los que los mexicanos, muertos de hambre o no, les importan un comino si su situación legal es dudosa.