Image: Algunos libros. Charlas radiofónicas en la BBC

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Letras

Algunos libros. Charlas radiofónicas en la BBC

E.M. Forster

9 noviembre, 2018 01:00

E.M. Forster. Foto: archivo BBC

Edición y traducción de G. Torné Epílogo de Zadie Smith. Alpha Decay. Barcelona, 2018. 312 páginas. 19,90 €. Ebook: 9,99 €

Yo también tuve una sección de libros en la radio, pero fracasó porque desgraciadamente yo no soy Edward Morgan Forster (Londres, 1879-Coventry 1970). La divulgación libresca es mucho más exigente de lo que parece, y el autor que la practique sin la peculiar clase de talento que precisa el género naufragará, bien por pedantería o bien por frivolidad. En el justo medio entre ambas amenazas se movió Forster durante los muchos años que duró su espacio radiofónico en la BBC. El escritor de Pasaje a la India o Una habitación con vistas era un apasionado de la literatura pero no era un erudito ni quería serlo: no le interesó jamás epatar al público con la sublimidad de sus observaciones, sino ponerlo en comunicación con los grandes genios de las letras. Forster era un exquisito que odiaba la función sacerdotal atribuida al intelectual al uso, de modo que al presentar a un poeta o un novelista en la radio se conduce más bien como "un anfitrión nervioso en una fiesta", como dice Zadie Smith en el brillante prólogo que cierra este volumen, cuidadosamente compilado y traducido por Gonzalo Torné. Quiere verdaderamente que la gente disfrute leyendo tanto como él.

En un siglo dominado por el fanatismo, el talante liberal del humanista clásico que se expresa a raudales en estas páginas actúa como un bálsamo de civilización, y confiere nuevo lustre al viejo tópico horaciano de la aurea mediocritas: la vida dichosa espera al hombre que sepa conectar con el placer inmediato del arte, no al que se obsesione con el dogma religioso de la salvación o con el dogma político de la revolución o con el dogma estético de la vanguardia. Ante el dilema surgido del nacimiento de la cultura de masas, Forster tiene claro que su misión es acercar al pueblo a la cultura, no acercar la cultura al pueblo al precio de rebajarla.

Forster practica en estas charlas un estilo pedagógico y ligero, tocado con el encanto de su obra de ficción

El novelista inglés, que poseía una sensibilidad de élite, practica en estas charlas un estilo pedagógico y ligero, voluntariamente antiacadémico, tocado con el encanto que adorna también su obra de ficción. Forster es el mesócrata siempre preocupado por la divisoria entre alta y baja cultura, dotado para gozar de ambas pero prevenido contra la impostura y la endogamia de los mandarines culturales. Por eso su público siempre le fue fiel. Por eso admiraba tanto a Jane Austen. No oculta su inclinación sentimental, ni confunde la afabilidad con la simpleza o la aspereza con la genialidad.

Asiste a nuestro locutor el envidiable don de poner en palabras sencillas pensamientos complejos. Y un irreductible individualismo le blinda contra el mal gusto que la sociedad de masas propalaba a su alrededor, extendiendo una mimética vulgaridad e invitando a los intelectuales a enrolarse en tal o cual causa. Forster no solo se mantuvo siempre leal a sí mismo, sino que invitaba a sus oyentes a abandonar toda arriscada militancia para llegar a conocer su propia voz. En el Juicio Final, dice al final de este libro desbordante de bien modulado entusiasmo -tan inglés-, no solo nos preguntarán qué hemos hecho mal sino también a quién hemos permitido hablar en nuestro nombre. Porque esa alienación equivale a la muerte del espíritu, al embrutecimiento ideológico del ser humano. He aquí una voz, la suya, que recorrió incólume el terrible siglo XX, sin que se le conociera un solo momento desafinado, un grito de posicionamiento radical en cualquier sentido.

Más allá de la nostalgia que produce asomarse a un tiempo en que se podía hablar de Joyce en los mass media, la utilidad de este libro como epítome de humanismo y antídoto contra la petulancia de cualquier signo está fuera de duda. Habrá quien tache el sentido del equilibrio de Forster de mera cobardía, pero ahora que la acritud y la intransigencia vuelven a dominar la esfera pública, admiramos la capacidad de un carácter que hace del vitalismo tolerante una profesión de fe. Alguien cuyo exclusivo compromiso con el entusiasmo voluntario -gimnástico- le protegió hasta el fin contra la calcificación mental que fue apoderándose de la mayoría de los compañeros de su generación, devenidos moralistas cascarrabias.

@JorgeBustos1