Image: Karl Kraus, azote de los periódicos

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Letras

Karl Kraus, azote de los periódicos

29 junio, 2018 02:00

Karl Kraus

Ediciones del Subsuelo publica una selección de las más de 1.000 "glosas" que Karl Kraus publicó en Die Fackel, textos en los que el gran escritor austríaco arremete contra la prensa de su época.

Elias Canetti escribió que durante sus años vieneses estuvo "esclavizado intelectualmente por Karl Kraus (Jicin, Bohemia, 1874 - Viena, 1936), tal era la influencia que el austríaco ejercía sobre sus seguidores. La palabra no está escogida al azar: más que lectores, Karl Kraus tenía seguidores. Canetti tituló el segundo tomo de sus memorias La antorcha al oído precisamente por él, en referencia a Die Fackel ("La antorcha" en alemán), la revista satírica que Kraus publicó entre los años 1899 y 1936 (a partir de 1911 la escribió en solitario) y que, junto a Los últimos días de la humanidad, acabaría convirtiéndose en su gran obra. A su muerte en 1936, había publicado 922 números, más de treinta mil páginas que para muchos constituyen la auténtica gran novela europea de su tiempo: el que va de la crisis de fin de siglo a la eclosión del nazismo.

De los viejos números de Die Fackel ha extraído y traducido Adan Kovacsics estas Glosas que ahora publica Ediciones del Subsuelo. No ha sido una tarea fácil teniendo en cuenta que Kraus escribió, se calcula, más de 1.000 piezas de este tipo. Las glosas fueron a partir de 1908 -año en que empezaron a aparecer en la revista- un género en sí mismo. Eran textos más o menos breves en los que Kraus atizaba inmisericordemente a la prensa, y en especial a la Neue Freie Presse, periódico liberal judío de Viena -el de mayor tirada durante la monarquía de los Habsburgo- que contó, entre otros, con colaboradores como Stefan Zweig, Theodor Herzl o Arthur Schnitzler.

Cuenta Kovacsics que con la selección ha querido trazar de algún modo las diferentes épocas de Die Fackel, así como sus temas centrales: "el lenguaje, el periodismo, la guerra y la hipocresía moral". También, añade, fue decisivo "el brillo que emanaba cada uno de los textos". Hay muchos ejemplos. Está esa obsesión de Kraus por patrullar los tópicos. "En épocas de bancarrota intelectual, lo que se emite en vez de la moneda ilustrativa es el papel moneda del tópico", escribe a propósito de las informaciones sobre la guerra que lee en los periódicos, todas ellas envueltas en frases hechas o en metáforas marineras. "Desde que los comerciantes superan escollos y los parlamentarios llegan a buen puerto, los almirantes dejan de hacerlo", ironiza.

También con la cursilería se divierte Kraus. Algunas citas aparecen desnudas, sin comentario suyo que las sancione, pero es obvio por qué están ahí. Bertold Brecht llegó a decir que a Kraus le valía una cita para pronunciar una sentencia. En otras ocasiones apenas un par de frases apuntalan una noticia dada, como esa en la que se nos informa -vía Neue Freie Presse- de que por tercera vez florece un manzano en una pequeña localidad al sur de Viena. "Es como si a un caníbal le asomaran lágrimas porque una náufraga ha llegado embarazada a tierra firme. No, peor aún: ¡como si la Neue Freie Presse se conmoviera porque un manzano florece!".

Kraus le atribuía al periodismo una responsabilidad principal en lo que ocurría; es decir, para él los periódicos provocaban los sucesos en vez de informar sobre ellos. El cuidado de lenguaje era en su opinión un asunto moral. "El periodismo era para él el ejecutor de la degradación de la lengua, el necesario cooperador verbal -por acción u omisión- de la violencia, el impulsor, finalmente, de una guerra mundial", explica Kovacsics.

Esa postura implacable hizo de Kraus un personaje muy atractivo en los mismos círculos intelectuales que él atacaba en sus textos y en sus lecturas públicas (dio unas 700 lecturas y conferencias, siempre a rebosar de público). "Lo leían con fervor Schönberg, Wittgenstein, Walter Benjamin y tantos otros", cuenta el traductor del libro. En los años veinte y treinta, con el Imperio austrohúngaro ya desaparecido, su ascendente se mantuvo intacto. Así, Rose Ausländer lo siguió leyendo allá en Czernowitz, a mil kilómetros de la vieja capital imperial.

¿Pero por qué Kraus sigue atrayendo hoy, cuando los temas, el mundo e incluso la influencia de la prensa -y de los llamados intelectuales- han cambiado tanto? "Él fue pionero a la hora de escribir contra el público, por así decirlo, en poner en la picota incluso a los amigos, en fustigar de manera implacable al propio país, como luego haría por ejemplo Thomas Bernhard", cuenta Kovacsics. Muchos de sus ataques eran personales, y solían repetirse hasta el punto de que los afectados -Felix Salten, Alfred Kerr o Moriz Benedikt, el editor de la Neue Freie Presse- terminaban compareciendo en los textos de Die Fackel como personajes de una misma novela satírica por entregas.

Sus críticas al mundo judío de la monarquía de los Habsburgo lo convirtieron más tarde en un personaje incómodo. Y más teniendo en cuenta su conversión al catolicismo en 1911, aunque once años después abjuraría de esta religión también. "Pese a todo, nunca dejó de ser profundamente judío", opina Kovacsics, que aprecia estos rasgos en "su permanente inclinación a la visión apocalíptica y al tono profético, pues nadie como él insertó en la modernidad la voz, la actitud y la furia de la profecía bíblica".

El matiz vendría en que para él la Ley no dependería de Dios, sino del lenguaje. "En cierta tradición judía, a la que él pertenece, las cosas son esencialmente lenguaje -explica el traductor-. Para Kraus, el mundo siempre se crea ‘por primera vez en la palabra'". En los años treinta, ya con los nazis en el poder en Alemania, Kraus reclamaría para sí un "judaísmo íntegro: como algo que, entre trogloditas y estraperlistas, descansa en sí mismo, sin ser perturbado por la raza y la caja, por la clase, la calle y la masa, en resumen, por ningún tipo de odio y encono".

Hay una glosa muy significativa en la que critica el mal uso del idioma tanto por parte de la prensa judía como por parte de sus enemigos, los "autóctonos", los nacionalistas alemanes a los que él llamaba trogloditas: "La disputa racial en tierras alemanas, que cierta justificación tendría si una raza reprochara a la otra el estropicio que hace con su lengua, debería haber acabado hace tiempo con el reconocimiento de que ninguna de las dos es capaz de hablar la lengua del país y de que a lo sumo se puede discutir cuál de ellas la maltrata más. Sin duda, sobre todo la prensa judía merece ser eliminada como corruptora del lenguaje, pero ¿qué sentido tiene, por otra parte, el grito de ‘¡Alemania, despierta!' si los autóctonos no son capaces de plasmar una construcción más compleja que este imperativo y su contrario?".

@albertogordom

La pornografía

Es tan necesaria para la humanidad como un trozo de pan. No imagina uno la cantidad de gente, incluso de clase alta, que no es capaz de masturbarse sin un texto delante ni cuántos, a pesar de disponer de un texto, precisan, además, de una ilustración. Por eso mismo, perseguir a los editores de pornografía es tan estúpido como perseguir a las alcahuetas. Igual que en el caso de estas, resulta reprobable que los editores se dispongan a delatar a los autores que se entregan por dinero. Por otra parte, invocar el arte y la ciencia es tan ridículo como si una alcahueta alegara que actúa por una cuestión de estética o de política social.

Nuestra esperanza

Un curioso decreto. Mediante un decreto del ministerio de Gobernación del Gran Ducado de Sajonia-Weimar, a los maestros de escuela se les ha prohibido todo tipo de actividad periodística para la prensa diaria. Curioso es desde luego el decreto y sobre todo en Austria habría que tenerlo muy en cuenta. ¡Aquí, donde los maestros de escuela ni siquiera disponen de poder suficiente para impedir que el ministerio de Gobernación colabore con la prensa diaria! Impedir que lo hagan los maestros es un comienzo modesto. Contener a los profesores universitarios es una tarea hermosa reservada a la llamada reacción, el cuco de los idiotas adultos. Pero ya llegados al punto de separar dos grupos, el de la intelectualidad con gafas y el de la intelectualidad con quevedos, demos el siguiente paso: saquemos a los profesores universitarios de la universidad y prohibamos luego a la prensa diaria cualquier tipo de actividad periodística. En general, estoy a favor de que cuanto existe ahora se prohíba so pena de muerte y que esta se ejecute provisionalmente incluso aunque la prohibición se acate.

De unos bomberos que llegan de inmediato

Es hermoso que los bomberos no sepan nada de valimientos ni de buenos padrinos y acudan tan raudos a los palacios reales como a las cabañas de los pobres. Pero esto es al mismo tiempo una prueba de cómo la prensa, que llega con la misma prontitud a sus lectores, ha malcriado a la estupidez. Ya no basta constatar que se apagó un incendio. También es necesario agregar que lo apagaron los bomberos. Y tampoco basta decir que los bomberos se presentaron en el sitio del siniestro. Es necesario añadir que lo hicieron de inmediato. Bien es cierto que los bomberos son algo que se presenta de inmediato: es una característica suya esencial y lo curioso sería que alguna vez no lo hicieran. Sin embargo, decir de un caracol que se ha movido lentamente es muy propio del reportero que lo ha observado. Y, como es sabido, el tiempo que no tiene tiempo para nada se dedica a matar el tiempo definiéndose a sí mismo continuamente, in infinitum. Porque así es la vida que es así.