Metrópolis, Madrid, de Concha Prada (1999)

Alfaguara. Madrid, 2017. 320 páginas. 25'90€

Madrid cuenta con una bibliografía como sujeto literario enorme. En muchas obras ha alcanzado desde antaño un valor superior al de simple escenario de las peripecias de unos personajes y se ha convertido en auténtico protagonista de la narración. Ese sentido alcanzaba ya en Luis Vélez de Guevara, cuyo El diablo cojuelo, de 1641, cartografía la ciudad a vista de pájaro y, con capacidad de penetración superior a la de los ultimísimos drones, accede dentro de las casas y ofrece un retrato colectivo agudo y satírico.



Inauguraba, por cierto, el escritor barroco una persistente tendencia a ver Madrid con ojos nada complacientes (salvo por el pintoresquismo idealizador del gran costumbrista local, Mesonero Romanos) y a representar en ella una alegoría de la realidad colectiva que va más allá de la ciudad y abarca el país entero.



Madrid siempre está en las impresiones de los "curiosos impertinentes" románticos y compite en importancia con los lugares sagrados de aquella hispanofilia europea, Toledo, Granada o Sevilla, porque en ella detectaban los rasgos sustanciales de España. Con propósito parecido actuaron los narradores del realismo decimonónico. Galdós y Madrid forman un tándem. Toda la conflictiva sociedad de la Restauración está representada en el callejeo incesante de Fortunata y Jacinta o de La desheredada.



Las distintas caras de un Madrid poliédrico aparecerán en el reflejo de la pobretería urbana en el Baroja de La lucha por la vida o de la absurda vida local-nacional del Valle-Inclán de Luces de Bohemia. Las letras del pasado siglo no dejaron de fijar en Madrid la estampa de un tiempo conflictivo y lleno de desgarrones. Desde la derecha y desde la izquierda Madrid fue crisol literario de una época: García Serrano con Eugenio o proclamación de la primavera, Agustín de Foxá con Madrid de Corte a Checa, Emilio Carrere con La ciudad de los siete puñales, en un lado, y Arturo Barea con La llama, en el contrario.



Tras la guerra civil, de nuevo Madrid sirvió para tomar el pulso a un país empobrecido, injusto y desalentado. Lo hicieron Cela en La colmena y Luis Martín-Santos en Tiempo de silencio, obras de emblemático título, y Antonio Ferres en La piqueta, y García Hortelano o Jesús Fernández Santos en narraciones cortas. Y así hasta nuestros días: recientes son algunas de las mejores recreaciones de la capital en aquellos tiempos de la contienda y años siguientes, las de Zúñiga en su Trilogía de la guerra civil, con títulos de nuevo tan emblemáticos como Largo noviembre de Madrid o Capital de la gloria, y la de Alberto Méndez en Los girasoles ciegos.



Hablo de visiones unitarias de la ciudad y lo anoto para subrayar la singularidad de un enfoque diferente, el que ve la capital desde una pluralidad de miradas, como la suma de muchas perspectivas. Este es el empeño de fructífero resultado que han acometido conjuntamente el diseñador gráfico Antón Casariego, el novelista Martín Casariego y el periodista y crítico Fernando R. Lafuente y que presentan al amparo de un rótulo, Escrito en el cielo, que remite a una de las señas de identidad madrileñas, su velazqueño horizonte paisajístico.



La singularidad del libro consiste en una inédita selección de los materiales. Los tres editores acotan tanto el momento en que la ciudad ha sido "imaginada en la literatura" como el tiempo que esa imaginación literaria (en realidad, narrativa o prosística, puesto que excluyen la poesía y el teatro) ha reverdecido o testimoniado.



El libro consigue una estampa vivaz de la capital con flashes que iluminan una encrucijada urbana, un acontecer humano

El tiempo en que se ha escrito sobre Madrid va de la Transición a los días actuales, de 1977 a 2017. Los textos seleccionados han sido publicados entre estas dos fechas, es decir, en el trecho recorrido por la recuperada democracia. Este criterio determina una variopinta amalgama generacional de autores, que abarca desde gente del 27 y de la primera postguerra (Ayala, Cela, Delibes, Fernán Gómez, Sampedro, Torrente Ballester) y hasta las voces penúltimas (Isaac Rosa, Marta Sanz) y ultimísimas (Pilar Adón).



Entre ambos extremos se incluyen 150 nombres, unos cuantos de ellos hispanoamericanos que también se han referido a la ciudad en sus escritos: J. P. Aparicio, Armas Marcelo, Bolaño, Bryce Echenique, Cercas, Chirbes, L. M. Díez, Ferrero, García Montero, González Sainz, Gopegui, A. Grandes, Guelbenzu, Guerra Garrido, Hidalgo, Landero, Llamazares, Longares, Merino, Loriga, Malpartida, Marías, Luisgé Martín, Mendoza, Merino, Rosa Montero, Muñoz Molina, Ovejero, Padura, Pérez-Reverte, B. Prado, Umbral..., por citar unos cuantos que muestren el eclecticismo estético del volumen.



El tiempo representado se remonta a comienzos del siglo pasado, al atentado del anarquista Mateo Morral contra los recién casados Alfonso XIII y Victoria Eugenia, al asesinato del presidente del Gobierno, José Canalejas, por otro anarquista, Manuel Pardiñas, en 1912, y al gran proyecto de renovación urbanística, la Gran Vía, iniciada en 1910.



Y ese tiempo llega hasta hoy mismo: la compilación se cierra con un texto de Manuel Vicent en el que se refiere a los "jóvenes airados" del 15 de mayo reunidos en la Puerta del Sol.



Los editores han sido en extremo rigurosos con la pequeña medida de los textos, de una página como máximo. En más de un caso uno desearía que el fragmento continuara, pero de este hándicap obtienen un resultado atractivo porque el libro ofrece un reflejo múltiple de la ciudad como en instantáneas dispersas. En la temática, donde hallamos el plural movimiento de la capital, lo festivo y lo dramático, lo cotidiano y lo excepcional, lo público y lo privado, la diversión y el trabajo. En el tratamiento literario, el retrato madrileño va de lo testimonial a lo imaginario, de lo verista a lo poemático, del distanciamiento a la mirada íntima.



Escrito en el cielo consigue, pues, una estampa vivaz de la capital mediante una serie de flashes que iluminan con su destello un hecho, una encrucijada urbana, un acontecer humano, un sentimiento, un fenómeno meteorológico, un festejo popular... De modo que tenemos en la mano un pequeño reportaje de carácter visual, plástico. Lo cual requiere el otro componente fundamental del libro, un álbum de fotografías que ilustran el pasaje literario o se justifican por su intrínseca creatividad. Subrayo algunas: una escena de pobreza en el barrio de las Injurias a comienzos del XX, la estampa de la celebración espontánea de la República en la Puerta del Sol, los documentos de la agitación callejera tras el funeral por el asesinado Calvo Sotelo y de la mortandad en la Gran Vía por los bombardeos fascistas y el colorido restallante de una calle del castizo Lavapiés. Y, claro, unas cuantas láminas previsibles pero inevitables: el cielo de Madrid, en alarde de su famoso azul, o teñido de naranja y rosa, o en uno de sus "atardeceres inflamables".



Escrito en el cielo no llega a la condición de libro objeto, pero tampoco es un libro común. Es un libro para leer y un libro para mirar. El diálogo productivo entre texto e ilustración reverbera una imagen caleidoscópica, plástica y diversa, de la ciudad desde comienzos de la pasada centuria.