Martín Casariego

El escritor y guionista publica Como los pájaros aman el aire (Siruela), la historia de una "doble resurrección" que afronta un hombre que debe partir de cero, una reflexión sobre la memoria, el amor y el arte.

"Este es el primer libro sobre el amor que escribo desde hace muchos años". Tras varios libros que abordaban otras temáticas, como la novela de aprendizaje El juego sigue sin mí, que le valió el Premio Café Gijón 2014, Martín Casariego (Madrid, 1963) publica Como los pájaros aman el aire (Siruela), "una historia de resurrección a través del amor, de alguien que se siente un poco muerto y empieza a revivir gracias a ese amor", explica el escritor, que asegura que le apetecía retomar el tema del amor con una historia corta y directa, pues "las historias de amor son muy distintas unas de otras y te hablan de cosas distintas".



Y esta historia habla de Fernando, un hombre que tras un doloroso divorcio ha huido de su vida anterior y lleva una solitaria existencia en un piso del madrileño barrio de Lavapiés. "Parto de una historia que me contaron, muy típica, pero quizá por ello tan real, de un señor al que un amigo suyo y su mujer dejaron sin nada", relata Casariego. "Y me contaba que estaba en el nuevo apartamento sin fuerzas para abrir las cajas, con un televisor sin sintonizar... Era un buen punto de partida, esa situación personal. La palabra deprimido no sale en la novela, pero en realidad es una imagen perfecta".



Además, Fernando acaba de perder su padre, lo que le lleva a reflexionar sobre la memoria y a plantearse la idea de su propia finitud, a asumir que cuando muere alguien que quieres muere algo de ti. "Se dice, que tras la muerte de su padre ya no hay nadie que recuerde toda su vida y llega a esa conclusión de que te vas muriendo un poco cuando se mueren los demás. Y eso le da miedo, el que la gente vaya desapareciendo de tu cabeza y se convierta en una especie de niebla, de bruma". Angustiado por estos pensamientos y por el miedo a perder recuerdo de su padre, Fernando recorre las calles con una cámara de fotos y unas gafas que le pertenecieron, buscándole en los rostros de las personas a las que retrata.



"En las fotos que hace utilizando las gafas, lo que va buscando es la mirada, busca reproducir a su padre reflejando la herida que tiene. Intenta mantener viva su memoria, que no se pierda del todo". Volcado en esta curiosa terapia, conoce gracias a su cámara a Irina, una joven y misteriosa lituana recién llegada a Madrid, que se unirá como un rompecabezas al puzle que ya está completando con las fotos del muerto. "La idea era precisamente presentar la historia como las piezas de un puzle, uno que reconstruye a alguien que ha muerto, que serían las fotografías, y otro que explica a alguien que está vivo, la escasa información que va obteniendo de esta chica de la que se ha enamorado sin conocer apenas detalles de su vida". Y en esas dos tareas acompañamos al protagonista paso a paso en un camino en el que él nunca sabe más que nosotros, porque como dice Casariego "el lector debe escoger el camino para bucear en las historias".



Con la aparición de Irina, Fernando abandona su abotargamiento y resignación y comienza a disfrutar de la vida, por lo que el autor habla de "resurrección". "Él comienza a vivir de nuevo de esperanzas y no de recuerdos, que en realidad es lo que te hace vivir de verdad, porque estás más vivo mirando hacia delante que hacia atrás. Irina aparece cuando él ya lleva un año separado y se empieza a recuperar, porque también el corazón se cansa de sufrir y todo va doliendo menos al final. Ella le supone el salir de ese agujero, el volver a la vida". Pero nada podría ser tan sencillo, y desde el principio surge en la relación un misterioso problema relacionado con el amenazador pasado de la chica.



Fernando, al igual que el lector, comienza a tener un montón de sospechas sobre el trabajo y el objetivo que persigue Irina en España, que va encajando con los detalles que averigua sobre ella. "La novela también es eso, esa parte de intriga, también basada en una historia que me contaron, que si hubiera desarrollado en esa línea podía haberse convertido en una novela policíaca", aventura el autor. Porque poco a poco descubrimos que Irina está metida en problemas graves, y que es probable que él no pueda ayudarla, con lo que Casariego hace un guiño a una clásica historia de amor. "En la novela se cita mucho a Romeo y Julieta, que es una historia de amor con un obstáculo externo insalvable. Esta también lo es, de otra manera, claro, pero también hay un problema con muy difícil solución".



Y sin desvelar nada más, diremos que el final se ajusta a los deseos de realismo del autor. Que nadie espere que este hombre corriente comience a liarse a tiros porque Casariego solo tensa la cuerda hasta límites razonables. "No quería huir del todo de eso, pero tampoco meterme de lleno en la acción, ni mucho menos, porque pensaba, si este es un tío como tú y como yo, qué va a poder hacer, no es Bourne o Liam Neeson. No podía dejar toda esa trama fuera pero no quería que fuera lo principal". Prima así, el sentimiento sobre la acción, pues Fernando asume esa incapacidad de ir más allá de sus posibilidades, incluso por amor. "En el amor debemos hacer solo lo suficiente, ni más ni menos. Eso es lo realista. Él no puede hacer nada y debe asumirlo. Ella desaparece, él se resigna, y comienza a pasar el tiempo...".



Pero no todo es lo que parece en una historia que se reserva una última sorpresa para el final, porque "esta novela demanda un final esperanzador y no siempre hay que hacer sufrir a los personajes", asegura el autor, cuya ambición es que el libro deje huella en el lector, "que consiga a la vez emocionarle y hacerle pensar".