Sansón y Dalila, de mediados de 1620

Con motivo de la publicación del catálogo razonado de los dibujos del pintor, el Museo del Prado exhibe 52 dibujos, 10 pinturas y 8 estampas que resaltan su habilidad técnica hasta el 19 de febrero.

"Es raro que un caravaggista como Ribera diera tanta importancia al dibujo. Dicen que dibujaba todo el tiempo, incluso durante las visitas", decía Gabriele Finaldi el pasado mes de septiembre en una rueda de prensa en la que presentaban las dos muestras comisariadas por el director de la National Gallery de Londres. Ribera. Maestro del dibujo, organizada junto al Meadows Museum con motivo de la publicación del primer catálogo razonado completo de los dibujos del artista, se ha presentado en el Museo del Prado este lunes.



La muestra combina dibujos, pinturas y estampas siguiendo un criterio cronológico y temático con el objetivo de resaltar su habilidad técnica en el uso de la pluma, la tinta y el lápiz, así como la extraordinaria originalidad de su temática. Para ello, se reúnen 52 dibujos, 10 pinturas y 8 estampas, y se incluye una pequeña escultura en cera de un alma en el infierno realizada por su suegro Giovan Bernardino Azzolino que se relaciona con las estampas anatómicas de Ribera.



Además de incluir varias de sus obras maestras ya conocidas como Sansón y Dalila del Museo de Córdoba, Aquiles entre las hijas de Licomedes del Teylers Museum en Haarlem o el San Alberto del British Museum, se pueden contemplar importantes dibujos recientemente descubiertos que permiten afirmar la altísima calidad de su técnica - como el exquisito Aparición de Cristo resucitado a su madre del Kent History and Library Center- o acercarse al interés del artista por la representación de cabezas y por la vida cotidiana de Nápoles -como Niño con molinillo y hombre tirando de una carreta con un cuerpo, un dibujo recientemente adquirido por el Prado-. También se pueden ver una docena de dibujos que nunca se han expuesto en España, como las Adoraciones de Berlín y Nueva York o el Hércules descansando de Malta.



La Crucifixión de San Pedro, de mediados de 1620 y, a la derecha,Santo atado a un árbol, de 1626

Artista complejo y dibujante magistral, José de Ribera (Xátiva, Valencia, 1591) llegó a Roma en 1606, donde se formó como pintor combinando dos tendencias aparentemente opuestas: el naturalismo caravaggista en su pintura y el clasicismo de corte académico en su dibujo. Desarrolló su actividad principalmente en Nápoles, donde se estableció en 1616 al servicio de los virreyes españoles y donde permaneció hasta su muerte en 1652. Los biógrafos del artista lo describen como un dibujante empedernido, algo inusual entre los pintores caravaggistas que no solían practicar el dibujo. Hoy se conocen casi 160 dibujos de su mano que se pueden fechar entre la primera mitad de la década de 1610 y el final de su vida, de los cuales solo unos pocos son estudios preparatorios para pinturas o estampas, mientras que la mayoría son fruto de la observación de la figura humana o de su imaginación.



Ningún artista napolitano o español coetáneo trató tanta diversidad de temas como Ribera en sus dibujos. El asunto principal de su obra gráfica es la figura humana. Aproximadamente la mitad de los dibujos son de tema religioso y también trata asuntos mitológicos, como Apolo y Marsias, Laoconte y las Furias. El corpus incluye muchos dibujos de cabezas con diversos tipos de tocados, y recientemente se ha ido identificando un intrigante conjunto de escenas de género tomadas de las calles de Nápoles. Se conservan cinco dibujos en los que aparecen pequeñas figuras trepando sobre personajes de mayor tamaño cuyo significado es todavía un misterio. Pero quizás lo más llamativo es el interés que Ribera muestra por la fealdad y la violencia, tanto en las cabezas grotescas como en los martirios y las escenas de tortura, hombres atados a árboles, ahorcamientos y decapitaciones, característica que nos permite verlo como precursor de Goya.



Un paseo por la temática de sus dibujos

Gran parte de su corpus de dibujos lo conforman santos y mártires. A la hora de representarlos, Ribera solía optar por los momentos más dramáticos de sus penitencias o martirios, lo que le permitía centrar su atención en la tensión espiritual y el sufrimiento físico de los personajes. Ambos le otorgaban la oportunidad de experimentar con uno de sus temas predilectos, el hombre desnudo atado a un árbol. La fascinación de Ribera por la representación de tales suplicios hizo que durante los siglos XVIII y XIX fuese estigmatizado con la imagen de artista cruel y sádico. La abundancia de dibujos sobre estos asuntos muestra que Ribera sintió, cuanto menos, cierta fascinación por ellos.



Cabeza grotesca con pequeñas figuras sobre su sombrero, de finales de 1630

En comparación con el elevado número de pinturas de asunto religioso, Ribera pintó pocas de contenido clásico o mitológico. Los dibujos de esta temática conforman solo una décima parte de la totalidad, entre los que destacan algunos estudios de figura y rápidos apuntes de composición. Algunos se pueden relacionar con los grandes lienzos sobre la historia de la antigua Roma encargados a mediados de la década de 1630 a diversos pintores en Italia para la decoración del Palacio del Buen Retiro de Madrid. El Triunfo de Baco o Teoxenia, del que se conservan dos fragmentos en el Prado, expuestos en la muestra, pudo haber sido uno de estos cuadros. Ribera se inspiró, al igual que otros pintores del momento, en las esculturas clásicas que pudo estudiar durante sus años en Roma como el Laocoonte (s. I a.C) y Ariadna dormida (s. II a.C.).



La escenificación pública de la justicia en la Edad Moderna a menudo incluía la tortura y la ejecución. Diversos dibujos de Ribera parecen documentar tribunales de Inquisición y ajusticiamientos en las plazas de Nápoles. Pero ninguno fue hecho con la intención de incluir las figuras en sus pinturas, ni para convertirlos en grabados. Tampoco se percibe en ellos un juicio ético ni un contenido moralizante. Otros en cambio, son dibujos de fantasía en los que el pintor inventa terribles escenas de castigo y de horror que parecen reflejar una curiosidad morbosa por la violencia física.



En los años centrales de la década de 1630, coincidiendo con el virreinato de Manuel de Fonseca y Zúñiga, VI conde de Monterrey (1631-37), Ribera se encontraba en la plenitud de su madurez artística y produjo varias obras maestras. A esta etapa pertenece el grupo más importante de los escasos quince dibujos preparatorios de Ribera conservados. Estos bocetos, de cronologías precisas, permiten reconstruir la evolución de su estilo en esta década e ilustrar su proceso de trabajo: primero ideaba una escena y la dibujaba y luego hacía bocetos de personajes o detalles concretos, estudiando las posturas y los volúmenes y la iluminación por medio de la aguada. Finalmente disponía a los modelos en las posturas seleccionadas y pintaba desde el natural, lo que explica la diferencia de escala entre sus figuras dibujadas, muy alargadas, y las pintadas, de proporciones más naturales.



Aquiles entre las hijas de Licomedes, de finales de 1630

Otro de los temas predilectos fueron las cabezas. Aparecen en unos veinticinco dibujos y varias de ellas presentan deformidades como bocio o rasgos muy exagerados, como narices alargadas o labios excesivamente carnosos, por lo que se han llegado a incluir dentro de la tradición leonardesca de cabezas grotescas en las que se exageran las protuberancias y anomalías. También realizó estudios del natural de tipos populares aunque algunas las muestra en tres cuartos o de frente, la mayoría están de perfil, probablemente para poner más énfasis en el carácter del personaje o en las deformidades.



En cambio, en los dibujos de los últimos años de vida de Ribera retoman algunos de sus temas predilectos, como el Martirio de san Bartolomé, el apóstol que fue desollado vivo, o la Adoración de los pastores. En sus últimos dibujos se nota una mano menos segura posiblemente a consecuencia de una enfermedad, evoluciona hacia líneas finas. También es característica una cierta despreocupación por unificar la escala de las figuras en los dibujos, en los que aparecen personajes extremadamente alargados, mucho más grandes que otros, algo que no se transmite a las pinturas. Para Ribera el dibujo era un territorio autónomo y le permitía registrar y anotar, experimentar y ensayar, proponer soluciones y retirarlas sin sentirse atado a un proceso de preparación riguroso ni a una práctica de taller inamovible.