Pedro Mairal

El escritor argentino seduce a crítica y público con La uruguaya (Libros del Asteroide), reciente Premio Tigre Juan de Novela, el relato del derrumbe y la redenciónn de un hombre en crisis.

En 1998, con su debut Una noche con Sabrina Love ganó la primera edición del Premio Clarín de Novela, uno de los más prestigiosos de Hispanoamérica, con un jurado de notables como Cabrera Infante, Roa Bastos o Bioy Casares, que le dijo: "Arranqué tu novela y no la pude largar hasta terminarla". Lo mismo ocurre ahora con La uruguaya (Libros del Asteroide), el regreso de Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) al género novelístico tras 10 años, que se ha convertido en un fulgurante éxito de crítica y público por todo el arco hispanoamericano. El libro narra, como un fogonazo, un día en la vida de Lucas Pereyra, un escritor porteño en crisis personal y profesional, incapaz de escribir y cuyo matrimonio se dehace, que cuenta en tono intimista su viaje a la otra orilla del Río de la Plata para reencontrarse con una mujer a la que lleva meses moldeando en su imaginación. La historia de una huida en busca de la libertad que supone al mismo tiempo derrumbe y redención.



Pregunta.- Vuelve a la narrativa tras una década, ¿ha sufrido el bloqueo creativo que afecta al protagonista?

Respuesta.- Durante estos años he estado escribiendo otras cosas, variando de géneros, columnas para el diario Perfil, artículos y crónicas para revistas, incluso escribí en un blog que se llamaba El señor de abajo. Fueron diez años de intentar otras escrituras. Bloqueo siempre siento, en realidad, pero el poder irme hacia otros géneros, me permite escapar de él. Creo que el tono de La uruguaya tiene que ver con esos años explorando distintas formas de escritura. El tono confesional, los pequeños momentos de microensayo y también el tono muy coloquial, cercano al habla pero sin ser vulgar ni impreciso, eso me lo han dado las crónicas, las columnas, los blogs... Todo confluyó de modo bastante natural en esta novela.



P.- ¿Cuál fue la chispa que germinó en La uruguaya?

R.- Me había cansado un poco de estar escribiendo siempre en esa especie de autoficción, donde todo tenía que ser exactamente lo que pasó. Quería permitirme exagerar cosas, falsear, tomar cosas que me sucedieron y llevarlas hasta un punto de fuga más lejano. La ficción trajo la libertad de vuelta. Es como una crónica al revés, parto de la ficción y la voy dotando de realidad, poniendo capas. Por eso el personaje se llama Lucas Pereyra y no Pedro Mairal. Uno usa esta especie de máscaras transparentes para escribir ficción. Es muy delgada la línea y lo importante es generar un texto que tenga una verdad literaria. Qué hice exactamente y qué no hice es más algo de derecho penal que de literatura. Es mejor dejarlo borroso.



P.- Al igual que en su novela Una noche con Sabrina Love, el viaje funciona para el personaje como una transformación, ¿qué papel cumple aquí ese viaje a Uruguay, el cruzar al otro lado del río?

R.- Hay sin duda algo de transformación, porque es un día, unas pocas horas, en el que la vida le cambia para siempre. Me interesaba que saliera uno y volviera otro. Además, para los porteños el cruce a Uruguay tiene algo de portal a otra dimensión, es otro país, otro sistema. Tenemos la sensación general de que todos son buenos, todo es relajado... una idea bastante ingenua, porque como todos los lugares Uruguay también puede ser áspero. Me gustaba ubicar al personaje en esa ingenuidad. El viaje funciona como una máquina de precipitar los acontecimientos, algo que ya se estaba por derrumbarse, su matrimonio, su vida, se termina de caer.



P.- El libro presenta el choque entre las idealizaciones y la realidad: la propia Guerra, Montevideo... ¿construimos nuestra propia realidad?

R.- Totalmente, y en este caso me interesaba acentuar eso. El tiempo que no está con Guerra, Lucas la idealiza, casi la inventa y después se topa con la chica real. Y lo mismo con Montevideo, que para él está hecha de canciones, de poemas, de fragmentos de novelas; está totalmente idealizada. Es un elemento que ya utilizaba Cervantes, la distancia entre la idealización y la realidad, los molinos y los gigantes. Eso siempre funciona porque todos somos así, tenemos ese costadito de soñador, de deseo muchas veces alejado de la realidad, y cuanto más alejado está de la realidad más entrañables resultan los personajes, porque eso los vuelve humanos.



P.- Da la sensación de que todo lo que ocurre sucede subjetivamente, de que la aventura de Pereyra es más cerebral que real, ¿la historia es en realidad una especie de confesión a sí mismo?

R.- Sí, totalmente. Él está tratando de entender qué le pasó ese día, confesándoselo todo a sí mismo y mirando con lupa qué ocurrió. El tono confesional tiene que ver con una instancia previa al decir, como si estuviera hablando dormido, porque trata cosas que no se deberían decir, hablar así de dinero, de su hijo, de infidelidades... Creo que esa sensación de intimidad engancha bastante, genera empatía.



P.- La voz del narrador alterna las dos historias, la de su vida marital y la de su adulterio, se alimentan entre ellas, ¿serían tan potentes por separado o ganan en común?

R.- Justamente se contraponen y se refuerzan. No tendría mucho sentido la historia de la chica si él no estuviera casado y no supiéramos qué está perdiendo si las cosas le salen mal. De hecho, estamos preparando el guion de la película y lo más difícil es mostrar ese mar interior de Lucas, la culpa, el remordimiento... La narración del día en sí es fácil, porque es pura acción, pero la historia no es eso en realidad, el núcleo, el detonante es ese día, pero la historia real está fuera de plano, en la cabeza de Lucas.



P.- Ahora que habla de la adaptación al cine, ¿cómo vive ese traslado de su obra a otra forma de expresión?

R.- Es indispensable que el libro sea triturado y que se utilice lo que funciona y se descarte lo que no funciona para la película porque es otro lenguaje. Eso no quiere decir que esto no sea súper doloroso para el autor, porque se vive como una traición y produce la sensación de que mucha más gente va a llegar a la historia a través de la película y no de tu libro... Eso siempre es conflictivo y nunca están contentos los autores, pero a la vez creo que es un privilegio estar en esa posición de autor disconforme con la adaptación de su novela.



P.- La historia presenta fuertes dosis de ironía y humor, pero Lucas Pereyra deja un cierto regusto de tristeza, ¿cómo conviven estos elementos?

R.- Es agridulce, por momentos amargo, porque es el relato de un derrumbe. Sin humor el libro sería insoportable, es la exacerbación hacia el humor lo que lo termina volviendo más legible, esa especie de tragicomedia. Siento que en España se entiende muy bien, quizá porque hay un humor compartido y un gusto por esa mezcla entre lo doloroso y la risa. La vida es así, tiene todo el tiempo momentos amargos y momentos de risa, y yo me salvo con el humor, canalizando el vértigo, el miedo, el deseo. Me parece que el humor es la manera de salvarnos, un mundo sin él me daría pánico.



P.- El protagonista reflexiona sobre los conceptos de familia y matrimonio y los considera caducos, ¿es tiempo de decir adiós a esas ideas?

R.- Todavía no logramos encontrar algo menos malo que la monogamia. Es como eso que dicen de la democracia, que es el menos malo de los sistemas. Viendo a la gente que intenta otras cosas, las parejas abiertas o eso del poliamor, las alternativas terminan generando una gran cantidad de sufrimiento. No sé qué va a pasar, pero sin duda el matrimonio es una institución medieval donde la gente se prometía estar junta hasta la muerte, pero se morían a los 40. Hoy día, con esta expectativa de vida de los 80 años, quizá es entendible que la gente se separe en la mitad. Lo cierto es que están cambiando los modelos de familia, esa idea de padre, madre y niños. Hay parejas del mismo sexo, padres solteros, cada uno va ensamblando sus familias como puede. Me parece sano lo que está pasando y yo meto a mi personaje en este cambio de paradigma, lo maltrato en su comodidad burguesa.



P.- En este sentido la monogamia parece el fin de la intimidad privada, el último resquicio que nos queda en el mundo virtual de hoy, ¿todos necesitamos tener secretos?

R.- Me parece que no van a existir más los secretos. Hay una película italiana muy interesante que se llama Perfectos desconocidos sobre un grupo de parejas que se juntan a cenar y plantean el "juego" de que cada mensaje, WhatsApp o mail que llegue durante la cena se leerá en voz alta. Y se arma un desbarajuste... Salen a la luz todos los secretos de cada uno. Lo que plantea la película es que no se puede vivir así, hace falta tener una zona en sombra, un punto ciego, porque si no es demasiada realidad para aceptar. La pérdida de la intimidad es bastante aterradora porque estamos construidos con un yo individual.



P.- Otro tema "aterrador" es la paternidad, que la novela alterna como una dualidad de placer y dolor insuperables, ¿su visión es tan dura como la de Pereyra?

R.- No, no, eso es solo del personaje. Por supuesto que me ha pasado y me pasa a veces de estar subiéndome por las paredes con los niños y decir ¿qué hago acá, cómo me metí en esta situación? Quería mostrar ese costado medio antipático, inmaduro, de Lucas, que siente que los hijos de algún modo destruyen tu vida. Sentí que tenía que llevarlo al extremo porque él le está echando la culpa de su frustración a su familia inmerecidamente, es él el que está frustrado, no escribe, no gana plata... Se siente encerrado en esa situación y su frustración la paga el hijo también. Era necesario llevar el personaje así de lejos, mostrar eso que no se suele decir, porque siempre se muestra el lado luminoso de la paternidad, que lo tiene, pero también hay un lado oscuro.



P.- Asegura que incluso narrando se acerca a la palabra de manera poética, ¿cómo influye eso en su escritura, en su lenguaje?

R.- Me siento con plena fuerza dentro del lenguaje gracias a la poesía. Puedo usarlo de modo muy informativo, casi periodístico, pero de golpe irme hacia un lugar de exploración verbal y de ruptura de lenguaje, la sintaxis se estira, las palabras se arremolinan... La poesía es la esencia de la literatura. Después se puede diluir en un relato, y este en una novela, pero las palabras más densas, el lenguaje concentrado tiene que ver con la poesía, y a mí me interesa mucho moverme en ese lugar. Manejar la poesía es controlar el tiempo de la narrativa.