Roa Bastos

El escritor paraguayo, que hoy hubiera cumplido cien años, fue antecedente directo del boom latinoamericano y se vio obligado a vivir en el exilio la mayor parte de su vida por mostrar en su literatura los más oscuros aspectos del poder político.

En 1989 Augusto Roa Bastos recibió el Premio Cervantes. En su discurso en la ceremonia de entrega, el escritor afirmaba que la literatura no es "un mero y solitario pasatiempo para los que escriben y para los que leen, separados y a la vez unidos por un libro, sino también un modo de influir en la realidad y de transformarla con las fábulas de la imaginación que en la realidad se inspiran". Estas palabras, que quizá hubiera firmado Cervantes, las pronunciaba un hombre que en aquel mismo año 89 veía como se ponía fin a un exilio por el que estuvo 40 años alejado de su patria, Paraguay. En todo ese tiempo, en el que produjo lo mejor de su obra narrativa, Roa Bastos puso todo su empeño en derrumbar "las murallas del miedo, del silencio, del olvido, del aislamiento total". Murallas que había levantado el despotismo que oprimía a su país y que durante buena parte del siglo XX fue una constante en Latinoamérica.



De esta manera, en 1947, Roa Bastos se vio obligado a huir de Paraguay a consecuencia de un intento fracasado de golpe de Estado contra el dictador Higinio Morínigo que provocó una fuerte represión contra opositores y civiles. En ese momento, con tan solo 30 años, el escritor había publicado ya varias obra de teatro, había ayudado a renovar la poesía y el arte de su país a través de su participación en el grupo Vy'a Raity (termino guaraní, segunda lengua oficial del estado paraguayo, que en español significa El nido de la alegría), había entrevistado al general De Gaulle como corresponsal de guerra de El País de Asunción en la II Guerra Mundial y se había convertido en una amenaza para los que detentaban el poder en su país, que lo persiguieron por comunista. Se exilió en Buenos Aires donde tuvo cierta estabilidad hasta que en 1976 la historia se repitió: el golpe de estado de Videla provocaba un segundo exilio, esta vez en Europa, en Toulouse, donde se dedicó a enseñar literatura latinoamericana y guaraní.



Sin embargo, para aquel año de 1976, Roa Bastos era ya un acicate de los regímenes dictatoriales y autoritarios gracias a dos obras de profundo calado: Hijo del hombre y Yo el Supremo, que, con motivo del centenario de su autor analiza hoy aquí el escritor Rubén Martín Giráldez, autor de Magistral. En Hijo del Hombre, novela publicada en 1960, abordaba la guerra del Chaco en la que Paraguay se enfrentó a Bolivia entre 1932 y 1935 y en la que el propio escritor participó como auxiliar de enfermería y aguador. Con un lenguaje mestizo, en el que castellano y guaraní se contaminan, el escritor se valió en esta novela del Nuevo Testamento para elaborar una obra formalmente innovadora por el uso de varias voces narrativas que otorgan un cariz autónomo a cada capítulo.



No son pocos los expertos que sitúan el origen del Boom latinoamericano en los hallazgos narrativos y estéticos de Hijo del hombre. Sin embargo Roa Bastos se mostraría siempre reacio a ser incluido en este grupo e incluso criticó toda la parafernalia que rodeaba al surgimiento de la fama de estos escritores, como dejó claro en 1976 al periodista Joaquín Soler Serrano en el programa A fondo de RTVE. "Yo creo que el Boom plantea un falso problema", aseguraba entonces. "En momentos en que estos brillantes escritores de América Latina, como es el caso de Cortázar o de Gabriel García Márquez o de Mario Vargas Llosa o de Carlos Fuentes, surgían al primer plano de una arrolladora campaña de publicidad, el fenómeno era perfectamente natural, desde el momento en que estos escritores realmente son de lo mejor que ha producido América Latina. Ahora, el otro término, la otra punta del problema sería el hecho de que de pronto, en esta sociedad de consumo en la cual vivimos, los circuitos de consumo descubrieron que así como se podía explotar una zona petrolífera rica, también se puede explotar una zona de escritores también muy rica, de manera que (...) estos circuitos de consumo abusaron de esta calidad primigenia existente en estos escritores, para convertirlos en estrellas, en vedettes de una situación frente a la cual existían otros tan buenos como ellos pero que quedaban a la sombra".



Sin embargo, como hicieran posteriormente García Márquez en El otoño del patriarca (1975), Vargas Llosa en La fiesta del chivo (2000) o Alejo Carpentier en El recurso del método (1974), Roa Bastos también dedicó su propia novela a un dictador latinoamericano. En Yo el Supremo, publicada en 1974 y escrita a lo largo de más de seis años, abordaba la figura del caudillo paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia, Dictador Supremo de 1814 a 1840 y artífice de su independencia. Considerada como su gran obra maestra, la novela es, al tiempo que una detallada reconstrucción histórica, una profunda reflexión sobre el poder. "El poder constituye un tremendo estigma, una especie de orgullo humano que necesita controlar la personalidad de otros. La represión siempre produce el contragolpe de la rebelión. Desde que era niño sentí la necesidad de oponerme al poder, al bárbaro castigo por cosas sin importancia, cuyas razones nunca se manifiestan", comentaba Roa Bastos.



En el discurso en la ceremonia de entrega de Premio Cervantes, Roa Bastos se enorgullecía de haber plasmado en Yo el Supremo el modelo del Quijote. "El núcleo generador de mi novela, en relación con el Quijote, fue la de imaginar un doble del Caballero de la Triste Figura cervantino y metamorfosearlo en el Caballero Andante de lo Absoluto; es decir, un Caballero de la Triste Figura que creyese, alucinadamente, en la escritura del poder y en el poder de la escritura, y que tratara de realizar este mito de lo absoluto en la realidad de la ínsula Barataria que él acababa de inventar; en la simbiosis de la realidad real con la realidad simbólica, de la tradición oral y de la palabra escrita".



Su trilogía sobre "el monoteísmo del poder" quedó clausurada en 1993 con El fiscal, novela que tuvo una menor repercusión, y quizá estaríamos hablando de una tetralogía o incluso pentalogía de no haber sido Roa Bastos un asiduo exterminador de sus propios textos y un perfeccionista incorregible. De hecho a su narrativa solo podemos añadirle tres novelas más, Vigilia del Almirante (1992), Contravida (1994) y Madama Sui (1995), y seis volúmenes de cuentos. Además, habría que incluir un buen puñado de guiones para directores argentinos como Armando Bó, Alberto Du Bois o Lautero Murúa.



Tras el fin de la dictadura de Alfredo Stroessner en Paraguay, Roa Bastos comenzó a viajar asiduamente a su país y acabó instalándose allí en 1996, casi 50 años después de haberse marchado al exilio. En 2005 moría a consecuencia de un traumatismo craneoencefálico tras un accidente doméstico. Un final abrupto para un opositor invencible.



@JavierYusteTosi