Image: Tras el rastro de los nazis huidos

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Tras el rastro de los nazis huidos

19 mayo, 2017 02:00

imagen de los juicios de Núremberg, con Göering, Rudolf Hess y von Ribbentrop entre los acusados

Cazadores de nazis (Turner), de Andrew Nagorski, reconstruye la historia de quienes de-dicaron su vida a localizar y procesar a los criminales de guerra alemanes. Con su trabajo, además de hacer justicia, ayudaron a establecer el principio de responsabilidad personal.

El cine y las novelas han contribuido a fijar la imagen de los líderes nazis suicidándose casi en masa al término de la Segunda Guerra Mundial, en una especie de ceremonial wagneriano tras 12 años de locura colectiva. La decisión la justificaba un Goebbels ficticio en Operación Valhalla, el best seller de 1976: "No tengo ninguna intención de pasarme el resto de mi vida dando tumbos por el mundo como si fuera un perpetuo refugiado".

Sin embargo, como se cuenta en Cazadores de nazis (Turner), de Andrew Nagorski (Edimburgo, 1947), muchos de aquellos criminales ni se suicidaron ni se dejaron atrapar por los aliados. "La mayoría de los cargos medios nazis, por ejemplo, retomaron sus antiguas vidas", cuenta a El Cultural el periodista escocés, director de la edición alemana de Newsweek en los noventa. Como ejemplo cita al oficial de las SS que había arrestado a Ana Frank y a su familia, a quien el famoso "cazanazis" Simon Wiesenthal localizó en Viena, en donde seguía siendo policía después de la guerra.

No sólo simples asesinatos

Cazadores de nazis comienza con los juicios de Núremberg, en los que el joven fiscal Benjamin Ferencz ofició como estrella absoluta. Ferencz, que aún vive, tomó del abogado judío polaco Raphael Lemkim el término "genocidio", con el que trató de especificar los crímenes nazis. "Al hablar de genocidio -comenta Nagorski- consiguió que los crímenes fueran juzgados como algo mucho más grave que simples asesinatos. También fue importante que se estableciera el principio de responsabilidad personal". El mismo Ferencz convenció más tarde a la ONU de que impulsara la Convención para la Prevención y la Sanción del delito de Genocidio.

"La mayoría de los nazis de rango medio siguieron con sus vidas tras la guerra. ni huyeron ni se cambiaron de nombre", dice Nagorski

El fenómeno de los cazadores de nazis no se entendería sin la lógica bipolar que se impuso tras la guerra. Al principio hubo juicios en Nuremberg, en Dachau y en otros lugares de Polonia. Algunos de los nazis de más alto rango fueron ahorcados, y otros condenados a largas penas de prisión. "Pero aquellos que no fueron rápidamente ejecutados por lo general fueron puestos en libertad pocos años después, cuando la atmósfera, con la Guerra Fría, ya había cambiado", explica el autor. Esto fue así porque tanto Occidente como la URSS estaban "menos interesados en perseguir criminales de guerra que en utilizar a los científicos alemanes, y a la propia Alemania dividida, en su enfrentamiento mutuo".

Fue entonces cuando surgió un pequeño grupo de cazadores de nazis que continuó la tarea de posguerra; había víctimas del nazismo, pero no todos lo eran. La captura de Adolf Eichmann en 1960 desencadenó más juicios, muchos de ellos en Alemania, en donde desde entonces se vienen juzgando puntualmente a criminales de guerra. Sin ir más lejos, el año pasado se juzgó y se encontró culpables a dos antiguos guardias de Auschwitz.

Entre los héroes, es célebre Simon Weisenthal, el más eficiente -y también el más controvertido- de los cazadores de nazis. Weisenthal, superviviente del campo de Mauthausen, fundó un Centro de Documentación en Viena y ayudó a llevar ante la justicia a cientos de nazis. Aunque acabó enfrentado al Congreso Judío Mundial y se le acusó de exagerar sus logros, dice Nagorski que "sus méritos y sus logros son indudables". Wiesenthal, que murió en 2005, tituló su autobiografía, elocuentemente, Justicia, no venganza.

Criminales prófugos

En el libro se reconstruyen los procesos contra no pocos nazis que vivieron tranquilamente durante varias décadas después de la guerra. "Los más destacados intentaron parecer ciudadanos modélicos -dice Nagorski-. Pero la mayoría no abandonó su hogar; nunca se molestaron ni en escapar ni en cambiar de nombre. Creyeron que estaban a salvo y, en la mayoría de los casos, lo estaban".
Simon Weisenthal, célebre y controvertido cazador de nazis, tituló su autobiografía, elocuentemente, Justicia, no venganza
Otros, sin embargo, hubieron de ocultarse. Así Klaus Barbie, jefe de la Gestapo en Lyon, a quien capturaron en Bolivia en 1987; o Hermine Braunsteiner, brutal guardia en Ravensbrück, localizada por Wiesenthal en EE.UU en 1964; o Kurst Lischka, Herbert Hagen y Ernst Heinrichsohn, responsables de la deportación de miles de judíos franceses, a quienes apresaron en los setenta en Alemania Occidental gracias a las pesquisas de Serge y Beate Klarsfeld, artífices también de la captura de Klaus Barbie.

Más conocido fue el caso de Erich Priebke, capitán de las SS que organizó la ejecución de 335 hombres, mujeres y niños cerca de Roma, en 1944. En 1945 huyó a la ciudad balneario de San Carlos de Bariloche, en Argentina, en donde vivió hasta 1994. Allí lo localizó un periodista de ABC News, Sam Donaldson, que lo abordó en la calle. Consiguió que lo extraditaran a Italia, en donde le condenaron a cadena perpetua. Pero debido a su edad, Priebke murió en su casa en 2013.

Aribert Heim, apodado el "Doctor Muerte" por sus terroríficas prácticas experimentales en Mauthausen, en donde era médico, se libró. Los investigadores le pisaron durante años los talones. Hubo mucha confusión sobre su paradero hasta que en 2009 The New York Times y la cadena alemana ZDF pudieron reconstruir su peripecia. Tras la guerra, Heim huyó a Egipto, en donde se dedicó a los negocios, se convirtió al Islam y se cambió el nombre. Murió en El Cairo en 1992. Mengele, el médico de Auschwitz, también fue intensamente buscado pero sin éxito, y murió ahogado en una playa brasileña en 1979.

Hay muchos héroes olvidados que Nagorski recupera en estas páginas. Uno es Jan Sehn, un juez polaco de origen alemán que ayudó a Fritz Bauer en el proceso de Auschwitz. Antes, en 1946, había interrogado a Rudolf Höss, comandante de ese campo. Logró convencer a Höss para que, guiado por sus preguntas, escribiera sus memorias en las semanas previas a ser ejecutado. El resultado, publicado en libro en 1958, es, como dice Nagorski, "uno de los testimonios más estremecedores de cómo funciona la mente de un asesino de masas".

Cazadores y cazados

Beate Klarsfeld
"Temeraria incorregible", dice Nagorski, Klarsfeld se hizo famosa en 1968 por abofetear en público al canciller de Alemania Occidental, Kurt Georg Kiesinger, exmiembro del partido nazi. Junto a Serge, su marido, persiguió a los culpables de la Francia ocupada.

Benjamin ferencz
A los 27 años, ejerció de fiscal jefe en Núremberg, el mayor juicio por asesinato de la historia, contra 3.000 miembros de los Einsatzgruppen. Aunque sólo logró condenar a 22, de los cuales cuatro fueron ahorcados, fue un pionero de los procesos por genocidio.

Fritz Bauer
Juez y fiscal alemán, pasó exiliado la época nazi. A su vuelta, cuenta Nagorski, "estaba decidido a confrontar a los alemanes con los pecados cometidos en su nombre". Impulsó los juicios de Auschwitz en los 60 y su trabajo fue clave en la detención de Adolf Eichmann.

Herbert Cukurs
Aviador letón, era conocido como "El verdugo de Riga". Se le considera responsable de la muerte de unos 30.000 judíos. El Mosad le localizó en Brasil en 1965 y lo asesinó. Es el único caso, que sepamos, en que la inteligencia israelí decidió matar a un criminal de guerra.

Ilse Koch
Era la viuda del primer comandante de Buchenwald. Varios presos la acusaron de provocarlos sexualmente para después golpearles y asesinarlos. El juicio a la "perra de Buchenwald" fue el más mediático de la posguerra. Se suicidó en la cárcel en 1967.

Klaus Barbie
El "carnicero de Lyon", jefe de la Gestapo en esa ciudad, ordenaba asesinatos aunque le gustaba cometerlos personalmente. Mató a Jean Molin, héroe de la Resistencia. Huyó a Latinoamérica, en donde se relacionó con dictadores. Murió en prisión en 1991.