Image: Poesía, femenino singular

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Letras

Poesía, femenino singular

24 junio, 2016 02:00

Detalle de una ilustración de Elena Ferrándiz

La coincidencia de las tres antologías no es casual: hace algo más de un año, unas declaraciones a esta revista del editor Chus Visor agitaron las aparentemente dormidas aguas poéticas. Visor decía que “la poesía femenina en España no está a la altura de la masculina” y la respuesta en forma de manifiestos, recogidas de firmas e incluso amenazas, fue fulminante. Aunque las responsables de las tres antologías lo niegan, Aurora Luque, protagonista en dos de ellas, confirma que es cierto, que han sido esas declaraciones “algo impetuosas” las que las han impulsado. “Sí -insiste Luque- . ¡Es estupenda esta revisión del canon a la que asistimos desde aquella entrevista! Todos y todas nos hemos puesto a ello: ¡incluso Visor!”.

Un encargo editorial

Se refiere Aurora Luque a Poesía soy yo. Poetas en español del siglo XX (Visor), preparada por Ana Merino y Raquel Lanseros, y que también menciona Rosa García Rayego, coeditora de 20 con 20 (Huerga & Fierro) como la mejor consecuencia de las palabras del editor. Marta López Vilar, editora de (Tras)lúcidas (Barleby ediciones), explica que en su caso “sus palabras no fueron el detonante, sino un detonante más”, mientras que el responsable de Bartleby, Pepo Paz, puntualiza que “nuestra antología es una iniciativa de la editorial, que le encargó el proyecto a Marta a raíz del jaleo que se montó con las declaraciones de Visor. Pasados unos meses pensamos que era el momento de enlazar nuestras anteriores antologías con un libro que recogiera una amplia panorámica de la buena poesía escrita por mujeres en España en las últimas décadas”. Porque toda la polémica confirmó que era preciso reivindicar la mejor poesía en español escrita por mujeres en el siglo XX, salvando del olvido demasiados nombres, para trazar un nuevo canon poético. Y en eso están estas tres antologías, y una cuarta, Cien de cien, que lanzará Elena Medel en septiembre, pero que ha ido dando a conocer en su blog.

El canon, ampliado

Poesía soy yo, de la que son editoras Ana Merino y Raquel Lanseros, es la que más lejos se remonta (la primera autora antologada es Delmira Agustina, nacida en Uruguay en 1886); también es la que más poetas rescata (más de ochenta); la única que contempla las dos orillas del castellano, y la que termina donde comienzan las otras dos, en 1960. El proyecto arrancó, en el caso de Merino, en 2008, mientras preparaba un libro de Gabriela Mistral y estaba muy metida en el debate de los estudios de género. Entonces comenzó a anotar los nombres de autoras que fue descubriendo, “perfectas para reivindicarlas en una antología contundente y amplia”. Al tiempo, Raquel Lanseros llevaba nueve años recopilando datos relevantes de la obra de las poetas que había descubierto mientras preparaba su tesis doctoral, así que coincidir con Ana Merino hizo que todo saliera adelante. Y ha sido, celebra Lanseros, “una delicia siempre, incluso en los momentos extenuantes de investigación -como localizar todos los poemas incluidos en la versión de su primera edición, por ejemplo”. Es la suya una completa exploración histórica y literaria, sorprendente en muchos casos, que pone al alcance del lector obras de difícil acceso y que Ana Merino define como “una antología de rigor histórico que aspira a ampliar el canon. No es una antología de las llamadas de combate, sino histórica, que busca recuperar voces muy valiosas de todas las tendencias y vertientes. Nos preocupa el trabajo de rescate, y desde allí reivindicamos la mirada de la compensación y la creación de nuevos espacios. Es una antología que quiere sumar y ampliar conocimiento”.

“Nadie se queja cuando una antología sin marca de género no incluye a ninguna mujer”, denuncia Elena Medel

Allí donde termina esta antología, que no tendrá segunda parte hasta nuestros días, comienza 20 con 20. Subtitulada Diálogos con poetas españolas actuales, Marta García Rayego y Marisol Sánchez arrancan con Isabel Fresco (1958) y terminan con Martha Asunción Alonso (1985), y en ella las autoras descubren su poética en primera persona. “Las poetas en esta antología -explica García Rayego- se han elegido atendiendo a un criterio de excelencia, que ha tenido en cuenta la calidad del poema, en lo que respecta a lo formal y a lo semántico. Las poetas que no están en el libro no son, necesariamente, menos buenas, pero las que están son, para nosotras, ‘excelentes' y dan cuenta de una firme trayectoria en la poética actual”. Por su parte, (Tras)lúcidas, de Marta López Vilar, compila poemas de veintinueve poetas actuales, desde Esperanza López Parada (1962) a (también) Martha Asunción Alonso, y se caracteriza además porque a todas se les pidieron poemas inéditos, lo que explica algunas ausencias. López Vilar niega que sea la suya una “antología de género” mientras reivindica su necesidad, ya que, afirma, “la poesía debería recibirse desde la propia poesía, no desde los nombres que la crean. Despojar de nombres para que quede la creación poética y, desde ahí, hacer los juicios que cada lector considere”.
“Aún hay mucho camino por recorrer para la visibilización de voces femeninas en las aulas y en la sociedad”, destaca López Vilar
De igual manera, comenta que (Tras)lúcidas tampoco es una obra casual, que no puede serlo, “porque aún hoy la presencia de la mujer en la difusión literaria sigue siendo tenue”. Y recuerda los planes de estudios y cómo muy pocas mujeres tienen hoy “su lugar en las aulas”. “Desde luego -apostilla- los niños, adolescentes y adultos deben saber que también hubo mujeres poetas -buenas poetas- en las grandes generaciones literarias de España. Si pensamos, por ejemplo, en la Generación del 27, es fácil que vengan a la mente los nombres de Lorca, Cernuda, Prados o Guillén. Sin embargo, ahí estaban también Josefina de la Torre, Ernestina de Champourcin o Concha Méndez, entre otras. Aún hay mucho camino por recorrer para la visibilización de voces que merecen ser leídas, también, en las aulas y, por consiguiente, en la sociedad”. A fin de cuentas, como apunta Raquel Lanseros, “sólo a través del conocimiento del legado heredado se puede avanzar para construir la voz colectiva de un determinado tiempo”.

A vueltas con la diferencia

El problema surge si se plantea que este tipo de antologías de género pueden fomentar precisamente lo que condenan, esto es, la diferencia, la exclusión. Vanesa Pérez-Sauquillo, antologada en 20 con 20 y en (Tras)lúcidas, lo admite pero celebra que tienen “el valor de la denuncia, y permiten que se escuchen otras voces. Es abrir las ventanas de la habitación propia hasta que podamos pasear en igualdad por el salón”. En cambio, Elena Medel lo niega con contundencia: “En absoluto”, subraya. “El sexo de quien escribe se trata de un criterio tan válido como el lugar o fecha de nacimiento. Si una antología de poetas mujeres excluye, ¿no excluye también una antología de poetas jóvenes o una antología de poetas nacidos en Andalucía? Sin embargo, nadie se queja; tampoco se queja nadie cuando una antología sin marca de género no incluye a ninguna mujer, o selecciona apenas a una o dos, como cuota, para que nadie pueda reprochar”.

“¿Dónde están Concha Méndez, Clara Janés y tantas otras que son sólo notas a pie de página?”, lamenta Ariadna G. García

Quizá el peligro sea otro. Al menos, Ariadna G. García, presente en (Tras)lúcidas, plantea que la poesía (como toda la literatura) crea representaciones sociales, difunde valores y exporta esterotipos y que si sólo se prestigia el discurso poético masculino “los lectores sólo tienen un ángulo desde el que interpretar el mundo”, por lo que reclama que la voz de las escritoras se oiga con claridad en las editoriales, suplementos culturales, mesas redondas, o programas televisados y radiofónicos. “Las poetas ponemos sobre la palestra temas y tonos propios, que deben llegar a la sociedad para transformarla”. Esa ausencia es uno de los mecanismos de exclusión sufrida por la poesía escrita por mujeres. García Rayego (20 con 20) denuncia otra: la no inclusión de las mujeres poetas en los jurados para la concesión de premios, aunque admite que “a partir de los 80, ya en democracia, y sobre todo a principios del XXI, cuando en 2003 se concedió el premio Nacional a una mujer poeta, hemos venido asistiendo poco a poco a un mayor reconocimiento de las poetas”. También la Universidad, “desde los institutos de investigaciones feministas, o de estudios de género, y a través de doctorados, másteres, cursos etc…, viene paliando la ausencia de mujeres en los diversos estudios de grado, entre otros, en el campo literario, viniendo a compensar, pero no a hacer justicia, a la discriminación sufrida por las mujeres a lo largo de la historia”.

Las deudas del canon

Mientras la situación se normaliza, estas antologías sirven para recuperar para el canon un buen puñado de nombres injustamente olvidados. Son muchos, pero quizá el caso más sangrante sea el que elige Ana Merino, su redescubridora en Poesía soy yo: Alaíde Foppa, poeta que fundó con Elena Poniatoswka la primera revista semanal feminista de México. Comprometida con la Agrupación Internacional de Mujeres contra la Represión, fue secuestrada por el gobierno del General Lucas en Guatemala en 1980. Murió torturada y su cuerpo todavía no se ha recuperado. “Era una señora que había nacido en 1914, es decir tiene 66 años cuando se la llevan. Una poeta, una intelectual con una trayectoria formidable. Este caso es sangrante desde todos las perspectivas y nos recuerda que el siglo XX tiene muchos matices terribles. España, en 1980, era un lugar ilusionante mientras en Guatemala hacían desaparecer a los poetas. Algunos de sus libros están en la Biblioteca Nacional de Madrid”, señala Merino. Guadalupe Grande comenta que serían muchas, pues a la cuestión del género habría que añadir los cuarenta años de dictadura que arrinconó a los intelectuales, “y con obvia mayor intensidad” a las intelectuales: “En ese panorama citaría a Luz Pozo Garza, en cuyo caso se añade la problemática de escribir en gallego, o a Josefina Pla, que escribió y vivió en el exilio. Y con ello señalo también motivos distintos del género, que han ayudado a la exclusión, tanto de hombres como de mujeres, de los cánones dominantes. A lo mejor entre todos tendríamos que repensar esos cánones”.
Elena Medel reivindica a Paloma Palao, coetánea de los novísimos “aunque con un discurso en el extremo contrario”
Aurora Luque vuelve al pasado y rescata a una poeta y dramaturga del siglo XVIII, María Rosa de Gálvez, “una escritora cabal y una ilustrada más que competente. La machacó la misoginia decimonónica. Léanla: ¡es muy buena!”. También Laura Casielles recupera “no una, sino dos memorias olvidadas: también la de una cultura cuya memoria no ha sido nunca suficientemente recogida. Recuerdo, así, a la poeta andalusí Wallada bint al-Mustafki, una mujer libre del siglo XI”. Por su parte Medel, Carmen Camacho, López Vilar y Ariadna G. García coinciden en reivindicar la importancia de Ángela Figuera Aymerich, mientras Camacho apunta también el nombre de Gloria Fuertes, “en su momento notablemente conocida, pero en modo alguno reconocida como la gran poeta que fue”.

Notas a pie de página

López Vilar menciona además a María Beneyto, Ernestina de Champourcin, Elena Martín Vivaldi…, “todas grandes poetas, pero insuficientemente conocidas”, y Ariadna García denuncia además clamorosas ausencias en los libros de texto de la enseñanza secundaria, mientras se pregunta: “¿Dónde están Florencia Pinar, María de Zayas, Cristobalina Fernández de Alarcón, Carolina Coronado, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Concha Méndez, Josefina de la Torre, Rosa Chacel, Carmen Conde, Gloria Fuertes, Francisca Aguirre, Victoria Atencia, Julia Uceda, Ana Rossetti, Clara Janés y tantas autoras que apenas son una nota a pie de página en la historia de la literatura? ¿Cómo educar, dentro de las aulas, a nuestros adolescentes en valores como la igualdad si se silencia la voz de las mujeres?” Para compensar estos olvidos, Elena Medel prefiere seleccionar una autora por generación. Así, del entorno del 27, a Lucía Sánchez Saornil, “que pagó el peaje de la periferia, por así decirlo: nuestra vanguardista más pura y deslumbrante”. En el de la primera posguerra, la ya citada Ángela Figuera, “que reivindica el espacio íntimo como espacio político”. En el de la Generación del 50, Alfonsa de la Torre, “una rareza surrealista y mística que fue la primera mujer en ganar el Nacional de Poesía”. Coetánea de los novísimos, Paloma Palao, “aunque con un discurso en el extremo contrario: el silencio, la palabra medida, en sintonía con autoras hoy más conocidas como García Valdés o Maillard”. Y en los años 80, Inmaculada Mengíbar: “su Pantalones blancos de franela es uno de los libros más altos e intensos del final del siglo XX en España”. @nmazancot