El Cultural

El Cultural

Letras

Blas de Otero, cien años de un niño derrotado

11 marzo, 2016 01:00

Blas de Otero nace en una familia adinerada. Su abuelo paterno fue capitán de barco. El materno, médico con prestigio. El padre, instruido en Inglaterra, posee un negocio de metales y con la Primera Guerra Mundial aumentan sus ganancias. En un ambiente religioso, Blas de Otero cursa estudios en el colegio de María de Maeztu. Después ingresa en un centro dirigido por jesuitas y nos deja el testimonio de su primera herida: “Aquellos hombres me abrasaron, hablo / del hielo aquel de luto atormentado, / la derrota del niño y su caligrafía / triste”. A los diez años debe trasladarse con la familia a Madrid. Se hunden las finanzas de su padre. Aficionado a los toros, el adolescente acude a las clases taurinas de las Ventas y, en 1928, es uno de los pocos espectadores que salvan su vida en el incendio del teatro Novedades. También estos sucesos figuran en sus poemas. Pero para él Madrid representa sobre todo una conquista cultural: la lengua española aprendida en las páginas de los autores clásicos. Asimismo lee a sus contemporáneos Juan Ramón Jiménez y “Machado, el banderillero, que en mi Madrid de entonces me tornó pensativo con algunas estrofas del Ars Moriendi”. El joven ya escribe y corrige con un afán de perfección al que nunca renunciará.

Se matricula en Derecho, pero al morir el hermano mayor y el padre, regresa a su ciudad de origen. Lo acompañan su madre y dos hermanas. “Tuvimos que vender hasta la última silla para sacar billete a Bilbao”, confiesa a su segunda esposa, Sabina de la Cruz. Conoce a Federico García Lorca. Participa en las actividades del grupo artístico Alea y con sólo 19 años obtiene la licenciatura en Derecho por la Universidad de Zaragoza. Nueve meses después, comienza la guerra civil española. Otero, entonces sin ideología política, se integra en los batallones vascos. Tras ser recluido en un campo de prisioneros, se enrola con los nacionales en el Regimiento de Artillería de Logroño y lucha en el frente de Levante.

Cantar para el hombre

Acabada la guerra, Otero vuelve a Bilbao y se relaciona con Gerardo Diego. En 1941 publica Cuatro poemas; en 1942, Cántico espiritual, obras que pronto rechaza. Comienza estudios de Filosofía y Letras en Madrid, pero no encuentra el ambiente intelectual que busca. Quema todos sus escritos e ingresa en el sanatorio psiquiátrico de Usúrbil. Católico ferviente, con lentitud abandona la fe religiosa para adherirse a una devoción laica: el comunismo. Reemplaza certezas. Dos de sus amigos más cercanos, los escritores Javier de Bengoechea y José Miguel de Azaola, lo ven perplejo en la frontera que separa dos creencias opuestas. Ambos amigos coinciden en retratar a un hombre de páginas vibrantes que en el trato personal se comunica con expresión moderada. Un hombre suave, retraído, a menudo susurrante.

La angustia existencial y la búsqueda de una respuesta para combatir el dolor son el núcleo de la obra poética de Blas de Otero. A mi juicio, los volúmenes Ángel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951) contienen sus mayores aciertos literarios. Ancia (1958), con prólogo de Dámaso Alonso, es la fusión de los dos anteriores, a los que añade nuevos textos. Ya estamos en 1952, año importante en la biografía y escritura de Otero. Con la venta de casi toda su biblioteca se sufraga un viaje a París. Tras largos diálogos con Jorge Semprún, ingresa en el Partido Comunista de España. Mantendrá la militancia durante el resto de su vida. El poeta que gritaba en vano a la divinidad encuentra cierto alivio en las explicaciones marxistas. Nos comunica su lema en un verso: “Definitivamente, cantaré para el hombre”. Y en 1954 da un paso simbólico en compañía de los artistas Agustín Ibarrola e Ismael Fidalgo. Opina que por coherencia política debe participar en los trabajos del proletariado. Se emplea en la mina de hierro El Alemán, en el pueblo vizcaíno de La Arboleda. La breve experiencia está reflejada en Historias fingidas y verdaderas (1970), su único libro en prosa. “Estos hombres terrosos, roídos de amarillo, arañan las entrañas del hambre”, escribe frente a un paisaje de raíles, ortigales, niebla y barracones.

Poeta social

Pido la paz y la palabra (1955), En castellano (1959) y Que trata de España (1964) representan un cambio drástico en su literatura. Otero abandona su agónico deseo de liberación individual y las preguntas religiosas. Elige participar en la actividad política. Viaja a Rusia, China y Cuba. Permanece en La Habana durante tres años y se casa con Yolanda Pina. Convertido en modelo de poeta social, frecuenta a Gabriel Celaya, Jorge Oteiza, los hermanos Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, Claudio Rodríguez o Agustín García Calvo. Varias veces menciona a Nazim Hikmet, y los lectores sienten la respiración de César Vallejo en las páginas del español. De súbito, un reproche en el texto “Epístola moral a mí mismo”: “No pienses que toda la vida es esta / mano muerta, este redivivo pasado, / hay otros días espléndidos que compensan, / y tú los has visto y te orientaron”. Modifica la forma de su expresión utilizando la ironía popular, los retruécanos, otros juegos verbales. Afirma: “Yo me curo de melindres estéticos pensando en nuestro Romancero”.

Tempestad íntima

Su último libro, Hojas de Madrid con La galerna, editado póstumamente en 2010, incluye un vocablo clave en el título. La galerna, viento borrascoso y repentino que sopla con frecuencia en el mar Cantábrico, evoca al poeta las depresiones cíclicas que padece. Así empieza Blas de Otero a describir su tempestad íntima: “Campanas rojas llamaban a homicidear / yo estaba echado en la cama / cada nervio como una púa”. Y se despide en el centro del poema: “Me sumergí en mí mismo”.

@FJIrazoki

Hombre

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,

al borde del abismo, estoy clamando

a Dios. Y su silencio, retumbando,

ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte

despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo

oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando

solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas.

Abro los ojos: me los sajas vivos.

Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.

Ser -y no ser- eternos, fugitivos.

¡Ángel con grandes alas de cadenas!