Image: Luis Mateo Díez: La ficción se ha trivializado: vale todo y se busca lo que más vende

Image: Luis Mateo Díez: "La ficción se ha trivializado: vale todo y se busca lo que más vende"

Letras

Luis Mateo Díez: "La ficción se ha trivializado: vale todo y se busca lo que más vende"

El escritor leonés publica Los desayunos del Café Borenes, que incluye una novela corta y un recuento personal en torno a la escritura

9 septiembre, 2015 02:00

Luis Mateo Díez. Foto: Javi Martínez

Llegado a este punto de su carrera ("con un buen número de novelas a mi espalda"), Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) responde en un libro a los grandes interrogantes sobre el oficio de narrador: "Por qué escribo, qué escribo, de qué escribo, para qué escribo y qué ha supuesto y supone para mí la ficción". La novela, dice Díez, o es imaginativa o no es. O es ficción ("la historia de unos desconocidos") o estamos hablando de otra cosa. Aquí hay dos textos independientes que son, dice, "espejo uno del otro"; el primero, Los desayunos del café Borenes, el que da título al libro, es una ficción protagonizada por Ángel Ganizo, escritor jubilado que participa cada mañana en una tertulia literaria con sus amigos,"los desayunadores". "Tras muchas disertaciones, estos desayunadores acaban reconociendo que viven en la ficción, que la ficción es, para ellos, un alimento crucial que les da lo que no les da la vida", comenta el escritor. La segunda parte, Un callejón de gente desconocida, la forma un conjunto "de apuntes dispersos" en donde el autor de La soledad de los perdidos desarrolla su pensamiento literario. "Está escrito con cierto afán algo pedagógico, pero de pedagogía particular", dice. "Me apetecía hacerlo desde mi experiencia y sin pedanterías, en tono sencillo. Quería tomar distancia con la imagen de literato, algo de lo que he huido siempre".

Pregunta.- ¿Por qué decidió enfrentar estos dos textos?
Respuesta.- Creo que al unir una novela corta con un recuento testimonial le doy al lector más perspectivas y no solo la posibilidad de leer lo que yo afirmo. Y creo que hay una idea central: en ambos textos queda destilada una defensa acérrima y desesperada de la ficción.

P.- "Cada vez son más frecuentes las novelas escritas para lectores que no leen", escribe. ¿Qué es para usted leer? ¿Se puede considerar lector aquel que lee solo uno o dos best sellers al año?
R.- Yo hago esa afirmación de una manera irónica, pero sí creo que hay por ahí novelas que no son novelas, escritas por novelistas que no son novelistas para lectores que no leen. El lector que lee sabe lo que quiere y es difícil engañarlo. El lector que no lee, en cambio, es infinito, y con que ese producto (porque si la novela está solo pendiente de los resultados empresariales, entonces se convierte en un producto más) capte a un pequeño porcentaje de entre los no lectores ya tiene garantizado el éxito. Es una estrategia comercial. La ficción se ha trivializado: vale todo con la condición de que venda; aunque es verdad que existe un mundo del best seller maravilloso, de una calidad profesional extraordinaria.

P.- En la primera parte, referido al personaje de Lezama, se dice que lamenta no poder regresar a los autores de garantías, a sus clásicos predilectos, pues está abrumado por todas sus lecturas inmediatas. ¿Le ocurre a usted? Como lector, ¿prefiere a esos autores de garantías o busca también entre las novedades?
R.- Yo creo que los lectores que sabemos lo que queremos, como los desayunadores, nos sentimos un poco desasistidos. La novela se ha ido por unos derroteros tan disparatados que es inevitable desorientarse. Las buenas ficciones son un reto, y si uno está dispuesto, como lector, a afrontar ese reto, entonces la ficción se convierte en parte sustancial de tu propia vida, más allá del goce estético o de la lucidez que puede darte un buen relato. Los lectores de verdad saben de lo que hablo, porque también ellos han conocido a muchas de las personas más importantes de su vida, a aquellos que más los han perturbado o conmocionado, en las novelas. Eso lo ve Lezama, que se refugia en sus seguridades y en sus escritores de garantías.

P.- Pero volver una y otra vez a los libros que sabemos nos gustan, ¿no es también arriesgarse a dejar pasar obras que podrían ser importantes para nosotros?
R.- Es una limitación, sin duda. Pero en el caso de Lezama, él ve que es tal el batiburrillo, y que está tan generalizado, que se siente incapaz de asumir todo lo que le llega. A muchos nos ocurre algo parecido. Entonces la única esperanza que queda es procurarse un buen librero, que los hay, o encontrar un buen editor, que también los hay.

P.- Dice que el escritor ha de tener imaginación, memoria y dominio creativo de la palabra. ¿Nada más?
R.- Son fundamentales esas tres cosas. Seguro que hay más, pero a mí me parecen sustanciales esas tres. Creo en la imaginación porque nunca he leído una buena novela que no esté escrita con imaginación. Ahora hay mucho denostador de la imaginación, y hay quien dice que el porvenir de la novela está en la novela no imaginativa. Yo no participo de esa idea. Y creo en la memoria ligada a la experiencia, la memoria como acicate de la imaginación, una memoria con la que uno acarrea casi siempre con más precariedad de la debida, sobre todo si uno no está muy pagado de sí mismo. La memoria es la que nos permite inventar personajes ricos, complejos. Y, por último, creo en la palabra narrativa, que es la materia.

P.- Escribe: "Soy un narrador vendido a mis personajes (...) en su existencia radica lo que más me gusta del arte de narrar". ¿Cree que la falta de complejidad de los personajes, que cede muchas veces ante una trama veloz, trepidante, es lo que primero delata una mala novela?
R.- Sin duda. Uno de los mayores problemas de la ficción de hoy es la falta de personajes complejos. Abundan los meros fantasmas que se usan con el pretexto de contar cualquier chorrada, como las Sombras de Grey y cosas así. Faltan personajes que te impliquen. No hay ninguna gran novela que no haya dejado en nosotros la huella de al menos un gran personaje que te involucre más que la mayoría de las personas que conoces. Hoy la novela, aunque sea hermosa, suele ser inocua, artificiosa y carece de personajes poderosos. El gran patrimonio de la ficción literaria está ahí, en los personajes, que son modelos de vida, ejemplos de comportamiento, portadores de secretos...

P.- Ha mencionado el estilo; en el libro viene a decir que es la gran conquista del escritor, lo que más trabajo cuesta alcanzar, y lo que sostiene todo proyecto literario. ¿Qué entiende exactamente por estilo?
R.- Desde luego el estilo no es algo puramente estético, no hablo de la grandeza de un bello estilo. Es otra cosa. Hay que contar con las palabras necesarias. Y las palabras necesarias son las que los escritores administran con el estilo que tienen. Una novela puede tener un gran argumento, puede ser complicada o una cosa extremada sencilla, pero con un contenido simbólico y metafórico muy poderoso. Es decir, no toda gran novela tiene que ser Guerra y Paz. Yo creo que una de las grandes ficciones de la historia de la humanidad es la Metamorfosis de Kafka, que está en el límite de la ocurrencia; no hay otra más sugestiva, más perturbadora. Y detrás, por supuesto, hay un gran estilo.

P.- Las relaciones entre vida y ficción están muy tratadas en el libro. Y menciona la literatura del yo, la literatura más autorreferencial, que no le interesa demasiado. ¿Cree que la novela va por ese camino hacia un callejón sin salida?
R.- Bueno, creo que es un ámbito de la literatura muy interesante. Yo creo que es una dirección, y un derrotero, que también está muy presente en el arte, donde yo creo que los resultados son mucho peores. Vivimos en unos tiempos que coadyuvan mucho a la impostura del yo, de lo que uno es. Yo con esto no censuro a estos escritores, porque los hay realmente fantásticos. Sería absurdo contraponer ambas cosas. El problema es que a veces, en esas novelas, el gusto, o el juego, está por encima de la pasión por lo que uno está haciendo. Lo malo, siempre, es caer en el artificio.

@albertogordom