Image: Alicia también para adultos

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Letras

Alicia también para adultos

Celebramos con siete escritores los 150 años de Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll, un libro inclasificable que trasciende las fronteras de la literatura infantil

24 mayo, 2015 02:00

Ilustración de la edición de Macmillan de 1995, con renovados dibujos de Tenniel gracias al trabajo de Diz Wallis y Harry G. Theaker

La historia es de sobra conocida: en julio de 1862 el matemático y escritor Charles Lutwidge Dodgson y el reverendo Robinson Duckworth dan un paseo en barca con tres niñas, las hijas del rector de la Universidad de Oxford, las hermanas Liddell, Lorina, Alice y Edith. Dodgson comienza entonces una increíble historia sobre una aburrida niña con ganas de aventuras y un conejo blanco. La historia gustó tanto a sus jóvenes oyentes que decidió extenderla, escribirla e incluso ilustrarla. En 1863, Dodgson entra en contacto con Alexander Macmillan cuya editorial publicará la primera edición de Alicia en el País de las Maravillas en 1865, eso sí, bajo el seudónimo de Lewis Carroll y con ilustraciones de John Tenniel.

A pesar de comenzar como un cuento infantil, la historia de Carroll poco tenía de inocente. Con veladas (o no tanto) críticas a la sociedad de su tiempo, a la iglesia y a la universidad, el hecho es que la historia conquistó por igual a niños y a adultos. De las 2.000 copias de aquella primera tirada, hoy es un libro traducido a varios idiomas, "una obra que creó uno de los mitos literarios universales con más poderes simbólicos e iconográficos que conozco", como dice Luis Alberto de Cuenca.

Y es que más allá del libro infantil, detrás de Alicia en el País de las Maravillas se esconden códigos y conductas mucho más propios del mundo de los adultos. Partiendo de esta premisa, ¿cuál ha sido la aportación de Alicia a la literatura general, más allá del cuento infantil? Luis Alberto de Cuenca, Marta Sanz, Alberto Manguel, Care Santos, Andrés Ibáñez, Irene Gracia y Juan Soto Ivars responden.

Ilustración de John Tenniel para la primera edición de Alicia (1865)

Alicia, un antes y un después

Por Luis Alberto de Cuenca

Lewis Carroll enseñaba matemáticas en el Christ Church College de Oxford, pero su pasión por las preadolescentes rubias y por las letras fantásticas (en el sentido más lato del término) iban a hacerlo famoso más allá de sus conocimientos aritméticos y algebraicos. Se lo recuerda hoy por dos obras maestras de la narrativa, llenas de humour y de nonsense: Alicia en el País de las Maravillas (1865) y A través del espejo (1871). Celebramos ahora el sesquicentenario de la primera de esas nouvelles inspiradas por su amiguita Alice Liddell, la mejor y más célebre de las dos. Una obra que creó uno de los mitos literarios universales con más poderes simbólicos e iconográficos que conozco. Hay un antes y un después de Alicia en la literatura europea. Y no solo en la llamada literatura infantil y juvenil, sino en la literatura en general. Yo diría incluso que se disfruta más de ese libro cuando se es mayor, en la medida en que anticipa la escritura "automática" del surrealismo (y pongo entre comillas el adjetivo, porque nunca fue del todo automática la escritura surrealista), mezclando fantasía y realidad con impunidad y desparpajo, haciendo irrumpir la magia del sueño y del sinsentido en la normalidad cotidiana. La Alicia de Carroll es un eslabón importante en la cadena que conduce a la modernidad, a nuestro mundo de hoy, tan huérfano de certezas, tan siervo de lo fragmentario.

Una cebolla que no tiene corazón

Por Marta Sanz

Cuando era una niña, Alicia en el País de las Maravillas era mi cuento preferido. Cuando crecí, me pregunté si aquello era de verdad un cuento. Cuando era niña, me maravillaba todo lo no entendía de aquella aventura: el agujero en el árbol, la caída, las llaves que daban acceso a un estrafalario mundo, los pasteles y bebedizos que agrandaban o hacían menguar al personaje, el conejo obsesionado con el tiempo y la eterna repetición de un té absurdo, los atemorizados naipes que pintaban de rojo las rosas, la brutalidad de la reina de corazones... No entendía nada. Puede que sospechase algo. Me encantaba y volvía una y otra vez a Alicia. De mayor leo otra vez el texto y me obsesiono con una imagen que funciona para mí como clave de lectura: Alicia observa a una mujer que tiene un niño entre los brazos. El niño no para de llorar. Llora y llora. Alicia se fija bien y se da cuenta de que el niño no es un niño sino un cochinillo. ¿Era el niño un cochinillo desde el principio o se ha transformado?, ¿el problema es el punto de vista de Alicia o la metamorfosis del niño-cochinillo? Qué somos. Quiénes somos. Por qué. Descubro una historia que habla sobre el crecimiento y la dificultad para fijar la identidad. Sobre lo que esa experiencia tiene de aventura, absurdo, desconcierto, dolor, inexorabilidad que es una palabra que, al igual que impenetrabilidad, le gustaría mucho al huevo Humpty Dumpty. Alicia en el País de las Maravillas nos enseña a leer literariamente los textos: fijándonos en cada detalle, palabra por palabra, disfrutando de todo lo que no sabemos y sospechamos, deslizándonos hacia abajo o hacia arriba, traspasando el reverso de las cosas, haciéndonos preguntas porque estamos casi seguros de que, por debajo de lo que no comprendemos, hay mucho más y puede que, en otro momento de nuestra vida, descubramos la nueva capa de una cebolla que no tiene corazón.

Con aire mucho más inocente, la Alicia de Disney (1951)

Alicia sigue siendo nuestro espejo

Por Alberto Manguel

Feroz burlador de las convenciones de su época, la contradictoria persona del soñador de Alicia -el reverendo Charles Dodgson, lógico, matemático, fotógrafo- ha logrado escapar indemne a las múltiples inquisiciones a las que la han sometido psicólogos, teólogos, investigadores de literatura infantil, filósofos, científicos y artistas. El caso es que Lewis Carroll no pertenece cabalmente a ninguno de estos campos, quizás porque, cada vez que se internó en uno de ellos, lo transformó mágicamente en algo inclasificable. Como Alicia, Carroll acató las reglas de la sociedad victoriana, pero con tal ortodoxia que acabó reduciéndolas al absurdo: sus ficciones para niños son subversivas pesadillas cómicas, sus ejercicios lógicos, paradójicas bromas literarias, sus retratos fotográficos infantiles, inquietantes objetos de deseo. Por eso Alicia sigue siendo nuestro espejo y nuestra guía en un mundo en el que (como dice el Gato de Cheshire) estamos todos locos.

Más allá de Carroll

Por Care Santos

Hay otra Alicia, más allá de la de Carroll, y es la real. No creo que exista un solo lector que no esté profundamente enamorado de Alice Liddell y sus hermanas, inspiradoras de la ficción, y por esas historias de ambigüedad, secretos y adultos que tal vez no se comportan del modo que se espera de ellos. Leemos condicionados por esa historia y por las muchas preguntas que suscita. Sabemos que Alicia es, entre otras cosas, un texto escrito en clave, lleno de símbolos, y también de personajes y situaciones que admiten múltiples lecturas. Creo que esa es su aportación más importante: la complejidad, el viaje de la realidad a la ficción y viceversa que nos propone. Las palabras son el espejo y nosotros vamos siempre más allá.

Alicia y el dolor del mundo

Por Andrés Ibáñez

Hay un preludio pastoral, una de esas tardes felices y plácidas que los ingleses asocian con su breve y tímido verano, y luego Alicia cae por una sima y se encuentra encerrada en una habitación subterránea. La sensación es plenamente adulta, y nos orienta hacia los verdaderos temas del libro: el sadismo del poder, la indefensión del individuo frente a las reglas desconocidas del mundo. Hay una puerta y hay una llave, pero es imposible hacerlas coincidir: o la llave resulta inalcanzable o la puerta demasiado pequeña. Todo se resuelve con un mar de lágrimas. Arrastrada por la oleada del dolor del mundo, Alicia es capaz por fin de atravesar el ojo de la cerradura y entrar en el jardín de las maravillas. Pero las wonders ("maravillas") son aquí también un perpetuo wonder ("preguntarse"). Preguntas sin respuesta, ya que el mundo de Alicia es el de un juego roto que todos han olvidado cómo jugar. La única solución que da la reina es cortar cabezas: es decir, acabar con la sensatez para que el poder ciego y absurdo pueda imponerse sin límites. Y en el rostro de la reina vemos a Hitler, a Mao, a Stalin...

La última versión de Alicia en el cine ha sido la de Tim Burton (2010)

El cofre de las anticipaciones

Por Irene Gracia

Las grandes obras pueden originarse una tarde ociosa y banal. Dos sacerdotes anglicanos pasean en barca con tres niñas. Es verano, arde el Támesis. Uno de los sacerdotes empieza a improvisar un cuento que hechiza a las niñas. Una de ellas le pide que lo escriba. Dicho y hecho. Y sin embargo ese cuento surgido de forma tan circunstancial en su primera versión, es ahora una obra capital de la literatura moderna. Se adelantó a tantas fórmulas que es imposible no verlo como el cofre de las anticipaciones. En su estructura que ahora se podría considerar cuántica, se adelantó al teatro del absurdo, al surrealismo, a la literatura fantástica en sentido moderno, y a la literatura inspirada en las matemáticas y la ciencia. Imposible adelantarse más con un sólo cuento.

Caricaturas

Por Juan Soto Ivars

No voy a hablar aquí del intríngulis matemático de Alicia, del que mucho ya han hablado y que, por otro lado, nunca me ha interesado mucho, así que barro para casa. Alicia aporta a la literatura en general la creación de un mundo con sus propias normas y regido por chalados y maníacos. Estas exageraciones funcionan como caricaturas de nuestro mundo accesibles para los niños y mayores. Si la Reina de Corazones te recuerda de crío a la maestra más gritona del colegio, de mayor empiezas a confundirla con Soraya Sáenz de Santamaría.