Image: Eleanor Catton al asalto de los cielos

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Letras

Eleanor Catton al asalto de los cielos

La escritora neozelandesa presenta en España Las Luminarias (Siruela), novela con la que se ha convertido en la escritora más joven en ganar el Man Booker Prize.

17 diciembre, 2014 01:00

Eleanor Catton

En 2013, con tan solo veintiocho años, Eleanor Catton se convirtió en la ganadora más joven del Man Booker Prize y en la segunda neozelandesa que lo lograba. Su novela es, además, con 832 páginas -806 en su versión española-, la más larga de la historia de un palmarés en el que figuran escritores como Banville, Coetzee o Margaret Atwood. Ha pasado un año desde entonces, pero a Catton, todavía hoy, le extraña leer su nombre en los papeles: "Los periodistas me citan y la gente me reconoce por la calle; creo que aún debo entrenarme bien porque no tengo claro lo que debo contestar cuando me preguntan".

A los veintidós años la escritora neozelandesa, que ya dejó atrás la etiqueta de promesa literaria, publicó su primer libro como tesis de su master en escritura creativa: se titulaba El ensayo final y en España lo publicó la editorial Siruela. Apenas un lustro después, Catton presenta en España una monumental novela de estirpe dickensiana en cuyo título, Las luminarias, se intuyen las intenciones de la autora: hacer que se junten, y se comuniquen, el cielo y la tierra. Los personajes tienen asignados los arquetipos del zodiaco y el movimiento de los astros -en particular, de la luna- forma parte del desarrollo de la trama. "Quería utilizar el zodiaco como un sistema de control del libro", afirma.

Las luminarias comienza con un enigmático conciliábulo en un hotel de Nueva Zelanda. Estamos en 1866, en plena fiebre del oro. Una prostituta -Anne Wetherell- es arrestada, y ese mismo día aparece una fortuna oculta en la casa de un borracho, un hombre rico desaparece y un tenebroso capitán de barco, un hombre que despierta la desconfianza de todos en la ciudad de Hokitika, maniobra de forma extraña en el puerto, como si quisiera darse a la fuga. Luego la trama crece, y se enreda, dando lugar a una historia que, sin perder la aparente sencillez de su estructura, oculta un complejo juego de mecanismos interconectados. "Trabajando en Las luminarias me di cuenta de todo lo que puedes hacer con una novela", dice Catton; aunque, reconoce, se obsesionó más con la estructura en su primera obra. En El ensayo general "me centré mucho más en jugar con la forma, de un modo casi local, mientras que esta novela tiene muchas más opciones; es un producto generado por todas las lecturas que mediaron entre ambas".

De sus lecturas surgió esta novela. Quiso emular lo leído en Henry James, en Dostoievski o Melville; pero, al principio, algo no funcionaba. "Me di cuenta de que todas esas novelas transcurrían en el hemisferio norte y yo estaba en el hemisferio sur". Así que quiso que ocurriera "al revés". Introdujo los signos astrales, la colocación de los planetas y las estrellas exactamente en donde estarían en aquel momento y en aquel lugar. Catton cita un puñado de clásicos que le sirvieron de guía: Frankenstein, Los hermanos Karamazov, Moby Dick, Retrato de una dama o La isla del tesoro. Porque el escritor, primero, "ha de ser un lector", dice la escritora. Por esa razón ha donado parte del dinero del premio a una fundación que becará a jóvenes creadores con el único proyecto de leer. "Me gustaría ver cambios en el mundo literario y, sobre todo, me gustaría acabar con esa obsesión por producir". Su país, afirma, carece de "una cultura intelectual activa". "Nueva Zelanda es un país joven sin perspectiva literaria. Y eso se traduce en una especie de timidez colectiva; ni siquiera los escritores hablan de sus lecturas. Además producir obras literarias, hay que discutir y debatir el contenido de esas obras y sus propuestas artísticas".

No recuerda cuándo empezó su idilio con la literatura, ni cuándo decidió que quería ser escritora. Creció en un hogar sin televisión, y recuerda haber leído siempre con una mirada creativa. Con la perspectiva de un escritor. "Me encanta leer de esta forma, porque siento que puedo añadir algo más a la lectura; se trata de leer pensando en que puedes unir lo leído en distintos libros y crear algo diferente". ¿Es más libre quien escribe en un país sin tradición literaria? "Es probable. Pero la verdad es que ahora todas las culturas están conectadas. Ya no existen literaturas nacionales, ya no hay un canon oficial porque cada uno tiene el suyo propio".