Junot Díaz. Foto: Miguel Rajmil

El 3 y 4 de mayo el CCCB celebra el festival Primera Persona, una fiesta literaria "entre el striptease emocional y la autobiografía impúdica" en la que todos los invitados ofrecerán un espectáculo en exclusiva. Su gran protagonista será Junot Díaz (1968), el escritor de origen dominicano que obtuvo con su primera novela, 'La maravillosa vida breve de Oscar Wao' (2007), el premio Pulitzer, y que aprovecha la ocasión, tras cinco años de silencio, para presentar en España 'Así es como la pierdes' (Mondadori).

Todo escritor es maldecido o bendecido con un metabolismo creativo único, que utiliza para transformar en arte el combustible en bruto de la vida. El de Junot Díaz es notoriamente lento. Quizás, de vez en cuando, emite un pequeño hilo de humo, una señal, hasta que uno empieza a preocuparse, y entonces, cinco o diez años más tarde, explota en uno de los incendios más fascinantes de los que se tiene memoria. Es lo que ha pasado con Así es como la pierdes, su primer libro en cinco años, y su tercer título en realidad. Y es, al igual que los dos anteriores, excelente.



Con la esperanza de asomarme a su sala de calderas artística, le pregunté si le importaría traer para la entrevista algunos de los amuletos que le sirven de inspiración como escritor -un lápiz de la suerte tal vez, o cristales druidas-, y que le permiten derrotar a todos esos duendes que tratan de volverle loco cada vez que se sienta a escribir.



Secretos de familia

Díaz llegó caminando rígidamente -había sufrido una intervención quirúrgica importante en la espalda hacía pocas semanas-, y llevaba bajo el brazo una gruesa carpeta con una inmensidad de documentos. Había una pequeña foto en blanco y negro de su padre con uniforme fascista, el descubrimiento que, dice Díaz, inspiró La maravillosa vida breve de Óscar Wao. Había una foto sombría de la acería de Nueva Jersey en la que Díaz trabajó mientras estudiaba en la universidad, un trabajo sobre el que él ha intentando, sin éxito, escribir muchas veces. Una foto de sus padres posando con orgullo al lado de una vaca. Recortes de periódicos sobre la guerra sucia en Argentina, un tema que le ha obsesionado desde la infancia. Y muchos pedazos de papel de los que suele utilizar para anotar ideas mientras camina por las calles. Están también los cuadernos en los que escribió Oscar Wao, repletos de anotaciones manuscritas, escritas con una letra de trazos altos, que se inclina con fuerza hacia la derecha.



Escribir bien, escribir mal

Mientras Díaz sacaba un documento tras otro, tuve la sensación de que si podía haber llevado una carpeta tan grande -tal vez del tamaño de un par de continentes-, podía haber conservado también casi todo lo que ha visto, oído y (especialmente) leído: las bibliotecas de fan fiction, cuchillos oxidados, las multitudes del tercer mundo... Su obra se define por este tipo de inclusividad radical -el lenguaje de los traficantes de drogas y los nerds adoradores de Tolkien; los problemas de las mujeres dominicanas indigentes y los de sus más privilegiados hijos estadounidenses. Esta receptividad a todas las posibles fuentes de inspiración es lo que hace que la obra de Díaz sea tan característicamente rica y tan difícil para él de escribir. Es como tratar de destilar el océano en un vaso de agua.



Así es como la pierdes es un catálogo de amores accidentados, de violencia multilingüe, de trabajos insatisfactorios y niños desamparados. Tiene lugar en un mundo que oscila entre la República Dominicana y la Costa Este, entre el español y el inglés, entre la novela y el cuento. Después de mucha confusión y lucha, el libro termina con un momento de inspiración: el narrador, tras años de bloqueo, empieza a escribir un libro que piensa que es (para citar el título del último relato) una verdadera "Guía de amor para infieles". Es un libro que promete ser casi igual que Así es cómo la pierdes, de modo que el proceso creativo de Díaz se convierte en la obra en sí.



Unas semanas antes de la publicación del libro en Estados Unidos, Junot Díaz y yo nos reunimos un par de horas en un bar de Midtown, en Nueva York; le resultó muy difícil sentarse por culpa de su espalda, pero hablamos de escribir bien, de escribir mal y sobre la misteriosa (pero siempre evidente) diferencia entre las dos. Lo que sigue es una versión condensada de nuestra conversación.



-¿Qué le inspira? ¿Cuál fue la idea original de su último libro, Así es como la pierdes...?

-Quería narrar el proceso de evolución de un tramposo, de un infiel, un tipo que descubre, por primera vez, lo que es la ética y comienza a imaginar a las mujeres como seres humanos.



-¿Y cómo fue la escritura?

-Miserable. Miserable. Las historias no querían venir...



-¿Cuántas historias creó?

-Le diré algo... Puedo nombrar las historias previas a la "Guía de amor para infieles" antes de que el propio relato llegase. Hubo una historia llamada "Primo", que iba a ser el final del libro y resultó un fracaso miserable. Pasé seis meses intentándolo y no lo logré. Había una historia titulada "Santo Domingo Confidencial", que también quise que fuese la historia final, y le dediqué un año. Debí de haber escrito un centenar de páginas, pero fue otro fárrago de disparates. Escribí además un cuento en el que un niño es enviado a la República Dominicana mientras que su hermano se está muriendo de cáncer y su madre no puede hacerse cargo de él. Se llamaba "Confesiones de un adolescente Sanky-Panky" y fue incluso peor que todas las demás juntas, otra chapuza de cincuenta páginas.



-Eso debe de resultar difícil.

-Desde luego, por eso no quiero volver a hacerlo otra vez.



Autocrítica y creación

-Existe un clásico en las clases creativas de redacción que dice que tenemos que aprender a silenciar a nuestros editores interiores. Yo nunca he entendido cómo es posible desligar la crítica y la creatividad. ¿Cómo lo controla usted?

-Acaba de plantear uno de los más espinosos problemas de nuestro trabajo: uno necesita hacer autocrítica, porque sin ella no se puede escribir, pero en realidad a menudo la autocrítica es lo que frena la creación. Quizá es que soy demasiado exigente. Es un enorme obstáculo, la verdad. No me hace mejor, me hace peor, desde luego, y no más valiente. Tengo un defecto de carácter....



-Así que vuelve a su dura crítica paternalista, militante.

- Es mi padre.



-De acuerdo, invitemos a su padre: Quiero escuchar su opinión sobre el mal escritor Junot Díaz. ¿Cuáles son los errores que comete?

-En primer lugar, la caracterización sin sentido. Personajes aburridos, como fideos pasados. Y los comportamientos, y pensamientos e intereses que atribuyo a los personajes. Estos conflictos de 80 años de edad, olvidados bajo el sol, simple papel de periódico, donde los problemas son tan ridículamente subatómicos que tienes que convocar a todos los miembros del CERN para detectar cuál es la pieza que falla. Simplemente va, tío. Ya sabe, me obligo, y al obligarme, pierdo todo lo que me interesa de mi trabajo, todo lo que es interesante para mí, para nadie más; Dios lo sabe, no puedo hablar de eso. Lo que resulta más interesante en mi trabajo es la manera en que, mientras estoy escribiendo a tope me siento relajado: estoy creando, y siento que todas mis facultades están en plena acción. No quiero conseguir una cita, no quiero a alguien que me abrace, no quiero que nadie lo lea, ni que nadie me quiera. Sólo quiero escribir.



El poder del superlector

-Es un escritor lento, pero ¿es un lector rápido?

-Es mi único superpoder. Leo un libro a la semana, tío. Y no tengo una gran memoria, pero sí buena memoria de lo que he leído.



-¿Cómo equilibra la lectura y la escritura?

-Soy lo suficientemente viejo y tengo la experiencia necesaria para saber cuando estoy leyendo algo innecesario, y debo volver al trabajo, sin dejar que eso te perjudique. Y también sé -lo sabes cuando eres lo bastante viejo- si estás forzando la escritura, y si necesitas trabajar más duro o parar.



-¿Elige de manera estratégica los libros que va a leer en un momento dado, en función de lo que está escribiendo?

-Desde luego, parte de mi elección sí es estratégica: si estoy escribiendo sobre una familia, leo libros que narran enredos familiares. Pero siempre dejo espacio para que la materia, la creación, fluya. Es como lo que me pasó con La tormenta de hielo, de Rick Moody. Yo estaba escribiendo Oscar Wao, un libro sobre los dominicanos y la locura, y estaba leyendo libros de historia, de antropología, de sociología, pero La tormenta de hielo cayó en mis manos, y me dio la idea esencial para estructurar mi libro, a través de los personajes de "Los cuatro fantásticos". Cayó en mis manos. Yo no estaba buscando La Tormenta de Hielo, amigo.



-¿Hay colecciones de cuentos que considere esenciales?

-Sin duda. Ahí está el monumental Jesus's Son, de Denis Johnson, un libro que debería haber sido el Pulitzer-todo. Está también Cuotas de la familia, de Eduardo Rivera, y Michael Martone, que escribió Fort Wayne Is Seventh on Hitler's List , uno de los grandes de todas las colecciones de cuentos estadounidenses de todos los tiempos. Y nadie lo lee. Es increíble.



-¿Hubo algunos libros que resultaron especialmente importantes a la hora de imaginar los relatos de su último libro?

-Claro. (Díaz toma mi ejemplar de su libro y revisa el índice). Lee "El Sol, la Luna, las Estrellas." Es una historia sobre unas vacaciones desastrosas que quizá no existiera sin Matt Klam. Klam es un gran cuentista, y tenía una maravillosa historia sobre una pareja que se va de vacaciones. En mi mente, mientras escribía mi cuento, el relato "Sam the Cat", de Matt Klam, siempre estaba ahí. ¿Más ejemplos? No conozco a ningún escritor que sepa extraer como Dagoberto Gilb en sus relatos lo mejor de los trabajadores, de los trabajadores latinos. Su libro The Magic of Blood me inspiró, porque tenía un puñado de historias increíbles sobre inmigrantes recientes, mexicanos, que intentan no perder la cabeza a pesar de esos trabajos locos que deben aceptar.



-Creo que "Guía de amor para infieles" fue la historia más difícil de escribir.

-Sin duda, "Guía de amor para infieles" fue la bestia. Casi me mata.



-¿Alguna de las historias nació en cambio con facilidad?

- "Miss Lora" fue la más fácil. Traté de escribir la primera página al menos una docena de veces en la última década, y llegué a pensar que nunca lo lograría, así que tampoco me esforcé demasiado. Y un día lo intenté de nuevo y salió así, de principio a fin.



-Ése debió de ser un gran día.

-La verdad es que fue el único día bueno que tuve en todo este libro. Puedes intentar hacerlo lo mejor posible, pero ¿qué más tienes? Tratas de darlo todo, de escribir lo mejor posible, de verdad, pero eso es todo lo que puedes hacer. Te soy sincero, tío, a mí esos momentos felices me ocurren muy raramente. Yo me sentía animado por el ejemplo de autores como Michael Chabon, que escriben tan bien y parecen hacerlo tan rápido, sin dificultad. Edwidge Danticat también escribe realmente muy bien y realmente muy rápido. Siempre estaba inspirado por ellos. Y sigo pensando que un día me va a suceder. Es posible.