José Manuel Caballero Bonald

José Manuel Caballero Bonald

Letras

Caballero Bonald, instantáneas de una vida

El próximo martes es la gran fiesta del libro. Pepe Caballero Bonald (Jerez, 1926) recibe el Premio Cervantes en Alcalá. El Cultural se suma a la fiesta revisando, con el poeta gaditano, sus fotos secretas y estudiando su último libro, 'Oficio de lector', toda una declaración de principios literarios

19 abril, 2013 00:00

El discurso del Cervantes

El discurso, el día 23, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, lo va a partir José Manuel Caballero Bonald (Jerez, 1926) en dos mitades. La primera, como es tradición, la dedicará a Cervantes, pero a un Cervantes casi desconocido, el Cervantes oscuro, solitario, cautivo, el perdido en la Italia renancentista, el que vagaba por la Sevilla babilónica a finales del XVI y principios del XVII, autor todavía entonces de un solo libro, La Galatea. “Voy a hablar -dice Caballero- de las zonas en penumbra de su biografía, de sus trabajos oscuros, que siempre me han interesado. El propio Cervantes lo dijo: ‘Durante una década larga abandoné la pluma porque tenía otras cosas'. ¿Cuáles eran todas esas cosas?”.

La otra mitad del discurso la dedicará el premiado a la poesía y a su valor cauterizante, casi terapéutico “ante las ofensas de la vida”. Hablará Caballero Bonald de la poesía “como autodefensa, como lenitivo, de esa poesía consoladora, salvadora, sí, de la poesía como salvación”, remata el poeta con energía.

Sobre todo poeta

“Un escritor se salva si ha escrito un buen poema”, dice. “Con uno es suficiente”, insiste, y él confía en que se salvará. ¿Qué poema le salvará? Duda hoy el poeta, y responde: “Formaría un poema con fragmentos de poemas de distintos libros. Si recorremos el camino que va de Descrédito del héroe a Entreguerras yo creo que juntando varios fragmentos tendríamos un poema que tal vez me sobreviviría. Pero no soy yo quien deba decirlo”. Caballero Bonald publicó su primer libro de poemas, Las Adivinaciones, en 1951, que fue accésit del premio Adonáis. Llevaba años ya en contacto con los poetas gaditanos del grupo Platero, había leído bien a los poetas del 27, a Juan Ramón, a Góngora; empezaba a publicar en la revista leonesa Espadaña, contactaba con el grupo “Cántico”, es decir, vivía la poesía, se sentía poeta, como se sigue sintiendo hoy, por muchas novelas y libros de memorias que luego le hayan sucedido. ”Es la máxima temperatura que se puede conseguir con el instrumento del idioma”, afirma, y tiene claro dónde están los puntos más calientes de la poesía española de todos los tiempos: “en las Soledades, de Góngora y en Espacio, de Juan Ramón Jiménez”.

Días de vino, poesía y juergas

El escritor apenas recuerda las circunstancias y porqués de esta foto: “No creo que se haya publicado nunca”. De lo que sí está seguro Caballero Bonald es de la época disparatada a la que pertenece: “días de salir hasta el amanecer, de beber mucho, de reuniones surrealistas hasta las tantas en la casa de Cela, con Carlos Edmundo de Ory, García Nieto, Ángel Crespo, Fernando Quiñones... ‘y la noche comenzaba a no tener paredes'. Cela era entonces una persona compleja, extremadamente histriónico, que pasaba de las buenas maneras a la hostilidad con gran facilidad, y esa mezcla se conjugaba mal”.

Manuel Dicenta, Caballero Bonald, Cela y F. Quiñones en una feria, a principios de los 50

Nunca tuvieron una relación grata, pese a haber trabajado juntos años más tarde, desde 1956 a 1959, en la revista Papeles de Son Armadans que Cela dirigía desde Mallorca. “Nos sobrellevábamos solamente, dice hoy el escritor mirando atrás, sin ánimo de hurgar en los malestares de entonces. Al contrario, se queda Caballero con la experiencia riquísima de Papeles, “que supo canalizar en sus páginas la literatura del exilio (Ayala, Max Aub) y acoger la mejor poesía del momento (Ángel González, Barral, Gil de Biedma). Esa vocación de puente entre la literatura del interior y la del exilio que tenía Papeles fue muy ilusionante”.

Colombia en el corazón

Caballero Bonald había llegado a Bogotá el año anterior, en 1960, para enseñar literatura española en su Universidad. Pasan los años y el escritor sigue contando lo que supuso Colombia de frontera, de nítida raya divisoria en su biografía personal y literaria. Esos tres años de Colombia le cambiaron la vida. Viajó mucho por el país, disfrutó de su naturaleza lujuriosa, navegó por sus grandes ríos, escaló sus montañas, se metió en la selva. Fue feliz. Además, se integró pronto y estrechamente en los círculos literarios colombianos en torno a la revista Mito que pastoreaba a una magnífica generación de escritores, de García Márquez a Gómez Valderrama, y tantos otros. “Viví muy plenamente, no tenía problemas económicos, escribí mi primera novela, Dos días de septiembre, tuve mi primer hijo, sembré varios árboles...”.

El escritor con el poeta Jorge Guillén, Tomás Ducay e Irene Mochi, mujer de Guillén, en Colombia, en 1961

Y entabló amistad con Jorge Guillén. Se veían prácticamente a diario, paseaban en la universidad, hablaban de poesía y “reencontrarme con ellos (también con Alberti y María Teresa León que estuvieron allí) era vivir la realidad del exilio” que a Caballero le ensanchaba el alma. La relación alcanzó lo personal y siempre recordará a Guillén como una persona caballerosa y divertida a la que tenía respeto. “Ese respeto al escritor mayor que ahora ya no existe”, dice, con suave fondo de lamento. Queriéndolos, no eran Guillén y Alberti poetas que formaran parte de sus preferencias literarias. Dice hoy: “A mí siempre me han emocionado más Cernuda y Lorca. Y Rosales. Y después Valente, Gamoneda, Claudio Rodriguez, Barral...”

El escritor viajó después a París, a Cuba (donde había nacido su padre), a México, a Italia, Puerto Rico, pero siempre le quedará Colombia. ¿Y ahora? Pepe Caballero prefiere ver pasar plácidamente la vida desde ahí, desde donde está hoy, en Sanlúcar, frente al Atlántico, junto a Doñana, ejercitando su último oficio de lector.

Familia armoniosa

El poeta tuvo cinco hijos, todos en la década de los 60, y le envuelve ahora, en su atalaya dorada de los ochenta y seis años, la sensación placentera de haber creado una familia armoniosa, divertida, cómplice, alborotada de risas y conversaciones. “Incluso había muchas veces una especie de confabulación, de conspiración entre todos”.

Con Pepa Ramis, su mujer y sus cinco hijos en 1971

Caballero Bonald ha sido un padre que estaba en casa, que escribía por lo general de noche y que, en ese reparto de funciones tan fuertemente anclado entre nosotros, contaba siempre con su mujer, Pepa Ramis, que cuidaba, organizaba, “hacía, sí, que los niños no agobiaran, no me incomodaran”. Para el escritor, la familia ha sido un lugar grato y atractivo en el que estar. “Lo hemos pasado muy bien juntos, en las comidas, en los viajes. Naturalmente, hubo baches, zozobras, malos pasos, pero en el balance final estoy satisfecho”. Pepa y Pepe tienen seis nietos, “pero la relación con ellos es otra cosa, más distante”, dice. “Me quedo con los hijos”.

Memoria y compromiso

Cuando Caballero Bonald acabó de escribir La costumbre de vivir (2001), el segundo tomo de sus memorias (el primero lo tituló Tiempo de guerras perdidas, 1995) sabía que no iba a acabar de recorrer esa senda de la memoria: “demasiadas cosas, excesiva complicación, tiempos durísimos”, argumenta ahora. Y abandonó el camino. “Sí, lo abandoné en 1975, el año que murió Franco, que para mí, y para tanta gente de mi edad, fue un fin de trayecto y un punto de partida, que me iba a resultar muy complicado memorializar”. Es como si se acabaran aquellos días de vino y cantes, de amigos y literatura que rezumaban los dos primeros volúmenes de la “novela de su memoria”, y empezaran los tiempos agrios poco aptos para la lírica.

De visita en el Sahara, junto a otros escritores, invitado por el Frente Polisario en 1981

“Yo creía que la llamada Transición iba a ser como un respiro después de casi una vida entera -desde los 10 a los 50 años- de dictadura, pero sentí una gran frustración” recuerda ahora el escritor. Llegaron “unos años angustiosos, de una violencia extrema, tanto desde la extrema derecha como desde la izquierda más radical. Hablo de esos años entre 1975 y 1981, de la muerte de Franco al 23-F. Mira que yo, durante el franquismo, y sin pertenecer a partido alguno, participé en agitaciones universitarias, pero nunca nada como esos primeros seis años de zozobras que siguieron a la muerte de Franco”.

“Lo de ahora es otra cosa”, remata relajadamente el escritor. “Lo que ocurre ahora es que estamos al final de un ciclo histórico, en el fondo de la curva de esa línea sinuosa que marca la Historia, y sí, son tiempos difíciles, tiempos de una degradación moral generalizada, de malos modales éticos y políticos, de tensiones extrañas. Pero esto se va a acabar, y pronto. Intuyo un cambio brusco y una nueva etapa. Sí, vamos a salir a flote”.

No es tiempo de guerras perdidas para Jose Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes.