Image: La Feria va por dentro

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Letras

La Feria va por dentro

En pleno Salón del Cómic de Barcelona, tomamos el pulso al sector

12 abril, 2013 02:00

Página de Sólo para moscas, de Micharmut (Valencia, 1953)

Con motivo del Salón del Cómic de Barcelona, Felipe Hernández Cava, el mejor especialista en el género, traza un panorama no exento de sombras.

Si alguien examinara el estado de la cuestión desde fuera, pensaría que estamos atravesando un momento gozoso: se editan muchos títulos (demasiados, como sucede con la literatura, y con los mismos criterios erráticos), las generaciones de creadores parece que van sucediéndose unas a otras (la realidad es que hay veteranos que tienen mucho que decir y contar a los que se arrincona a tenor de las modas cambiantes, por no mencionar a los que desertaron por hartazgo), el cómic ocupa un hueco en las grandes superficies (que lucharon por arrebatar este magro pastel a las librerías especializadas) y son muchas las publicaciones, aunque nunca suficientes y no lo continuadamente que varios quisiéramos, que se hacen eco de algunas de sus novedades (demostrando, en este caso también, como señala insistentemente Ignacio Echevarría en su sección de este suplemento, que la complacencia y el acriticismo son criterios en alza).

Ruido informe de internet

Y además contamos con Internet para que esa información se amplíe democráticamente y cualquiera pueda practicar el aplauso enfervorizado, la descalificación gratuita o el exabrupto descarnado (las excepciones a este ruido informe se cuentan con los dedos de una mano y son bien conocidas de los aficionados menos maleables).

La realidad es que seguimos practicando la huida hacia delante desde que, allá por los ochenta, la industria desapareció en combate y fue sustituida por el voluntarismo de unos pocos editores y, sobre todo, que nadie lo olvide, de los creadores que decidieron continuar en esta brega a cambio de una remuneración ridícula por parte de los primeros (un autor de mediana fila puede cobrar por una página o dos para Francia, un suponer, lo que va a percibir aquí por todo un álbum que le ha supuesto uno o varios años de trabajo) e incluso de una nula remuneración, ofertas que cada vez más sólo tientan al que tiene que abrirse camino desesperadamente o a los veteranos, los menos, que se dan ese gustazo sadomasoquista debido a la inexplicable adicción por este lenguaje que contrajeron un día.

La crisis económica ha golpeado también seriamente a este sector, aunque seguimos habituados a que los editores nunca hagan una publicidad veraz de sus ventas, y hemos ido asistiendo al cierre de librerías especializadas y a conocer, sotto voce, las dificultades de algunos de estos empresarios para hacer frente a los pagos de sus autores y proveedores. Lo que se ha agravado aún más, con los drásticos recortes institucionales, para aquellos que veían suficiente recompensa a sus exiguas tiradas en la compra de ejemplares para las redes municipales, autónomicas o estatales de bibliotecas. Tiemblan, pues, "los grandes" (eufemismo que me permito) y tiemblan también los pequeños, llamados por algunos impropiamente independientes, aunque sigue habiendo hueco para la llegada de nuevos entusiastas (notable, en muchos sentidos, la reciente irrupción de la modesta Fulgencio Pimentel Ediciones), habida cuenta de lo barato que resulta comprar derechos extranjeros y retribuir a los locales. Mientras la edición en formato digital, donde muchos creadores empiezan a buscar el total control de su obra, no acaba de funcionar y la piratería paulatinamente va creciendo.

¿Y los autores?

Haberlos, haylos, aunque la emigración parezca ser la única opción para el que aspira a ser un profesional (alguien que vive con la modesta aspiración de vivir aceptablemente de su trabajo, no más, tampoco menos). Pero los que aún no se han rendido a ser profetas en su país, y a esperar a que les traduzcan y malpaguen lo publicado inicialmente allende nuestras fronteras, tienen que sobrevivir con otros trabajos mejor retribuidos, por lo general, aunque esos precios también andan en caída libre, como la ilustración. Y ahí tenemos un nuevo fenómeno: el de los libros ilustrados para adultos, en donde les podemos seguir la pista a algunos de ellos (es el caso de Nórdica, Treseditores o Los libros del Zorro Rojo, entre otros).

Con estos mimbres tan frágiles es difícil tener un nivel importante de calidad, que solo se logra a base de horas y de mucho esfuerzo. Y, si uno busca algo más que la tendencia en boga para las tribus del momento (hoy hay muchas esperanzas depositadas en la comunión de los hipsters con la novela gráfica), tiene que aguardar pacientemente a lo que ciertos veteranos nos entregan irregularmente (Laura en Luces de Gálibo, Carlos Giménez y Santiago Valenzuela en Panini, Miguelanxo Prado en Norma, Max en La Cúpula, Micharmut o la recopilación de Keko, en Edicions de Ponent, durante el pasado año; Sequeiros en Edicions de Ponent o Sento en Ediciones Sins Entido, que lo harán a lo largo del presente) y a alguna contada, pero no sorprendente para los ya avisados, aparición de los menos veteranos (Jacobo Fernández Serrano, por ejemplo, en Sins Entido, o David Rubín y Álvaro Ortiz en Astiberri).

Sobre los temas en boga en nuestra historieta, ya saben lo que abunda por lo que leen de vez en cuando: mucho egotismo, aderezado con el verismo enfático de "esto me sucedió a mí", "esto le sucedió a un pariente" o "yo estuve allí, donde había un serio conflicto o mero exotismo"); mucha biografía ("conozca la vida ejemplar o reprochable de este personaje"), y algo de memoria histórica "a lo Zapatero" para que el espíritu inmarchitable e imaginario de aquella Segunda República (en la que la bandera tricolor, no digo otras, se agitó mucho menos que en nuestros días) no decaiga, ésta última a menudo mera variación de la primera tendencia. Y todo ello, habitualmente servido por lo general mediante un grafismo que causa rubor al que se niega a sucumbir al infantilismo que heredamos de una lectura escasa y apresurada de la posmodernidad, que tanta tontería sancionó, y que, lo que me parece más grave, pone inmediatamente en solfa lo que se está tratando de contar en los casos en que la mente del creador es algo más madura que su estilo.

Premios y objetividad

En este contexto, el Salón del Cómic de Barcelona, que con tanto esfuerzo y tesón viene sacando adelante en los últimos años Carles Santamaría, su director, y donde el teórico y guionista Antoni Guiral presta una estimable labor con las exposiciones, volverá a ser una oportunidad para constatar la respuesta de los visitantes, que auguro notable, y el nivel de ventas, donde imagino que la crisis dejará una impronta que nadie confesará. Algunos de los profesionales aprovecharán, de paso, para reencontrarse y hablar de asuntos como los que yo he esbozado, y que sólo unos pocos mencionarán luego en público.

Y los premios, siempre con ese plus de azar que les confiere el escaso número de profesionales que se anima a votar en las dos rondas, contentarán a unas u otras capillas, que aquí la objetividad no tiene por qué hacer siempre acto de presencia.