Image: Las buenas chicas no leen novelas

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Letras

Las buenas chicas no leen novelas

Francesca Serra

8 marzo, 2013 01:00

Marilyn Monroe lee el Ulyses

Traducción de Helena Aguilá. Península. Barcelona, 2013. 144 páginas. 15'90 euros


Lo hemos visto en la pintura de épocas pasadas: mujeres perezosas, somnolientas, leyendo desnudas. La ensayista italiana Francesca Serra (Roma, 1970) construye una teoría osada y provocadora a partir de la idea vigente durante siglos de que las novelas tenían efectos perversos sobre las mentes de las mujeres. En el prólogo de su obra Julia o la nueva Eloisa, publicada en 1761, Jean-Jacques Rousseau, dando por sentado que las jóvenes vírgenes no deberían leer novelas, advertía, con comercial cinismo, del peligro de su Eloisa: "Quién lea una sola página será una mujer perdida".

Para Francesca Serra, inicialmente, la relación entre las mujeres y la lectura estuvo marcada por el signo de un erotismo soterrado; hoy la mercadotecnia editorial continúa necesitando y fomentando la figura de una lectora apasionada, consumidora masiva de obras de ficción. El sistema sexualizado de producción de novelas comenzó hace varios siglos y para Serra el proceso no solo no ha terminado, sino que se ha multiplicado con la globalización editorial. Considera que todas las mujeres que leen son pornolectoras. Cualquier lectora "a través del libro, caerá dentro de una historia mucho mayor que ella, relacionada con el arte y la cultura. Y también con la sexualidad. Y con la economía y el comercio", afirma Serra. Detrás del bovarismo de hoy no están las quimeras amorosas y la bobaliconería sino la alucinación del consumo cultural. La escritora italiana apunta que Madame Bovary muestra el fuerte vínculo moderno entre libro, dinero y sexo. Tres grados separan a Madame Bovary de la muerte, según la autora: pasa de ávida lectora a adúltera y de adúltera a consumidora desenfrenada.

Este ensayo debe leerse como un ejercicio de higiene mental irónica y crítica, destinado a evocar la carga de culpabilidad que la lectura femenina arrastra desde tiempos inmemoriales. Se nos recuerda el tratado de Bienville publicado en 1771 sobre la ninfomanía, y las prevenciones del médico francés contra las novelas, como contra "los licores fuertes", "el chocolate" o "el café cargado", capaces de provocar en las mujeres "una mayor predisposición al placer". Francesca Serra formula las claves de la vieja vinculación entre el onanismo y la lectura placentera. Refiriéndose al tratado de Bienville, afirma que según el doctor que patentó el furor uterino, "los músculos pélvicos no vibran únicamente al ser tocados con las manos -propias o ajenas-, sino también por el contacto con las quimeras literarias". En el XIX, los libreros eran considerados "alcahuetes de la literatura" y las mujeres con "sus apetitos voraces", quienes se tragaban todo aquello que era nuevo.

La ensayista ilumina su tesis de que las lectoras de hoy son la diana de la producción literaria, mientras los hombres están ocupados en otras cosas. El hecho de que la literatura sea "cada vez más una actividad femenina" plantea para la autora algunas cuestiones paradójicas. Una de ellas es que se quiere reducir la literatura a una actividad menor, a un pasatiempo elevado para cultivar la sensibilidad; de las mujeres, por supuesto. Por otra parte, la Lectora es un instrumento esencial para la máquina de hacer dinero de la cultura moderna. Y por último, las lectoras de hoy no son el símbolo de aquellas mujeres desnudas con el libro en el diván a las que salvarían sesudos caballeros, sino más bien son las mujeres las que están salvando la cultura y de las que no pueden prescindir los intelectuales.

Los datos y las especulaciones iconoclastas se alían con genio en esta serie de instantáneas a vueltas con las mujeres y la lectura. Pero las instantáneas requieren más profundización y acaso una extensión mayor que remate los apuntes y las agudas intuiciones.