Image: El partido de mi vida

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Letras

El partido de mi vida

Pinilla, Almudena Grandes, Silva, Olmos, Martínez de Pisón... Once escritores que triunfan en la Feria del Libro recuerdan el suyo

8 junio, 2012 02:00

Hisae Ikenaga: Sistema métrico campo de fútbol, 2011 (Abierto x obras, Matadero Madrid).

¿Imaginan delanteros más incisivos que Almudena Grandes, Alberto Olmos, Azaústre y Carlos Zanón? ¿A centrocampistas tan inteligentes como José Antonio Marina, César Antonio Molina y Martín Garzo? ¿Y a un entrenador, a un portero o a defensas con la sabiduría y el temple de Pinilla, Clara Sánchez, Lorenzo Silva o Martínez de Pisón? El Cultural ha fichado a once galácticos de nuestras letras, que golean en la Feria de Madrid, para que recuerden el “partido de su vida”.
La memoria sentimental de España, que hace un siglo se deshacía en toros y coplas, hoy no puede prescindir del fútbol. El día mismo en que comienza la Europa 2012, las librerías ofrecen números libros de muy diverso interés, calado e intención, aunque jamás falten antologías que reúnan, por ejemplo, los versos de Miguel Hernández dedicados de “A Lolo, sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela”, o los de Rafael Alberti “Al gran oso rubio de Hungría” (Platko), poema que termina con estos versos: “Nadie, nadie se olvida,/ no nadie, nadie, nadie”. Y de eso se trata. De recuerdos indelebles, de nostalgias e infancias perdidas, de sentimientos, derrotas y sueños... El Cultural ha seleccionado a once galácticos de nuestras letras para que recuerden en estas páginas el partido de su vida, sabiendo que hay quien, como Eduardo Mendoza, se prometió hace tiempo no hablar de fútbol para no caer en eso tan socorrido de comparar la vida y el deporte... “No querrá -dice socarrón- que acabe en el infierno, ¿verdad?”. Y se queda en el banquillo.

“Uno que no vi”

El fútbol ha zarandeado la vida de Ramiro Pinilla. Así de rotundo se muestra el escritor vasco. Además, desde los cinco años hasta los casi noventa de ahora, con excepción de algunas décadas, en las que estaba navegando. Por eso preguntar a Pinilla, que acaba de publicar Aquella edad inolvidable (Tusquets), por el partido de su vida, teniendo tantos memorables, era exponerlo al relato de su biografía. Pero no. Pinilla habla del Athletic de Bilbao (naturalmente) con la precisión del entomólogo y se arriesga a decir que sí, que hubo uno especial. Verán por qué: “El partido de mi vida fue uno que no vi. No lo vi, no, porque estaba navegando y en esa época no iba con regularidad a San Mamés, pero fue trascendental para el Athleti. Era el año 44 ó 45 y teníamos esa delantera legendaria: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza. A mí me gustaba también otro tipo de fútbol, de mayor técnica, más parecido al del Barcelona de ahora. Y Panizo hacía ese fútbol más cerebral, lento, hábil y por eso tardó en encajar en el Athletic, de estilo más bravo y con ese brío de Zarra que aquí gustaba tanto. Pero vino a San Mamés el San Lorenzo de Almagro, un buen equipo argentino que jugaba ese tipo de juego de Panizo. Empatamos a tres goles, pero lo importante no fue el resultado. Lo importante fue que los hinchas del Athletic vieron cómo jugaba Panizo con ese tipo de juego. Y a partir de entonces lo aceptaron para siempre. Sin condiciones”. Lo mejor de todo es que esa justicia que se hizo entonces con Panizo ha reconfortado a Pinilla durante años y años, a lo largo de sus cincuenta años de socio. Y mucho de lo vivido y sentido en el campo lo ha vertido en Aquella edad inolvidable en la que su protagonista usurpa el gol, aquel gol inolvidable, a Zarra.

Historia de una traición

“El partido de mi vida -recuerda el poeta y narrador César Antonio Molina, que acaba de publicar Donde la eternidad envejece (Destino)- fue el que enfrentó al Deportivo de La Coruña con el Inter de Milán en el decano de los torneos estivales de fútbol, el Teresa Herrera, que se celebra en mi ciudad, La Coruña. Era la década de los años sesenta y visité Riazor con la ilusión de ver ganar a mi equipo y con el aliciente de volver a ver a nuestro futbolista más ilustre, Luis Suárez, que por aquellos años, y tras su paso por el Barcelona, había recalado en el Inter de Milán. Y con él llegó mi mayor decepción futbolística ya que un gol suyo eliminó al Deportivo del torneo. Y a mí, que todavía albergaba esa ilusión incondicional de la niñez, me parecía inconcebible que un coruñés como Luis Suárez hubiera dejado fuera del torneo al equipo de su ciudad. Después de aquello nunca me interesó demasiado el deporte rey”.

La voz de Matías Prats

Arrastrado por los vaivenes de nuevos proyectos pedagógicos y literarios, José Antonio Marina está triunfando en la Feria a pesar de su ausencia más que voluntaria de las casetas, con, entre otros títulos, su recentísima La inteligencia ejecutiva (Ariel). A vueltas de nuevo con la nostalgia futbolera, recuerda sobre todo “un partido que oí siendo niño retransmitido por Matías Prats (padre, claro). Aún no había televisión, era un campeonato del mundo y sólo me acuerdo de la emoción de la voz y de la situación”. “De tiempos no prehistóricos recuerdo la final de la Copa de Europa. Vi la retransmisión en Ginebra, con una querida amiga y su hija pequeña. Y era tanta la pasión que la niña ponía que acabó por contagiármela. También recuerdo, por supuesto, los partidos que jugaba con mis amigos en la plazuela de Toledo donde me crié”.

“Ilusión contra la crisis”

“No soy muy futbolera -confiesa Clara Sánchez, autora de Entra en mi vida, (Destino)- pero me impresionó la última final de la Copa del Rey, la de los pitidos, porque desde primera hora empecé a ver por Madrid gente de los dos equipos enardecida por la calle, con los colores del Barça y del Athletic, desde niños en carritos hasta ancianos con bastón. Pensé que era muy reconfortante que en estos tiempos en los que nadie se entusiasma por nada y estamos con la moral por los suelos haya multitud de gente entregada por algo que en el fondo ni les va ni les viene, que no afecta a sus vidas particulares ni a cómo llegan a fin de mes. Ojalá que los gobernantes, los encargados de las finanzas, estuvieran tan inspirados para levantarnos el ánimo de esa manera. Y, sin embargo, cuando vi esto comprendí hasta qué punto están equivocados quienes piensan que el fútbol es la metáfora de la vida. Porque no lo es; en el fútbol ocurren casi cada día cosas que no suceden en la vida normal, y ese entusiasmo colectivo que parece incendiarlo todo es casi incompatible con el vivir cotidiano... Quizá el secreto sea ese, no dejarnos derrotar por el desánimo y soñar lo imposible”.

“Silencio y bocatas de tortilla”

Carlos Zanón, nuestro narrador más negro, firma estos días en la Feria No llames a casa (RBA) y recuerda para El Cultural el partido que ganó el Barcelona al Anderlecht por 3 a 0 en la temporada 78-79: “A mi padre le cedieron unos pases de socio al Nou Camp. Yo era un niñato. No hablábamos. Nada. Ni en el viaje ni en el campo. Veíamos goles. Comíamos bocadillos de tortilla. Pero ni una palabra. Mucho menos un contacto, una caricia. Estaba en ese momento en la vida de un crío en el que, al primer descuido, tu padre te habla de la reproducción. Yo evitaba temas como polen, abeja, mujer. Pero lo mejor era no decir nada. Bastante tenía con aceptar que ese hombre se acostara con mi madre. Solo faltaba recrearse en el tema. El Barça tenía que remontar un 3 a 0 contra el Anderlecht. El primero y el segundo cayeron fácil. Y en eso, un extremo argentino que andaba de lateral robó en el centro del campo un balón. Los del Barça bajaban a defender y los belgas atacaban. Pero Zuviría se transmutó en salmón -y de hecho tenía cara de tal- y empezó a sortear a unos y a otros. En el área se la cruzó ante el portero. Gol. Mi padre y yo saltamos del asiento. Gritábamos con los brazos en alto. Nos abrazamos. La siguiente vez que lo hizo fue en mi boda. Lo vi venir -corbata, puro, alcohol-, en contradirección: puro estilo Zuviría. Me supo a tres a cero”.

“Antes del penalti de Raúl”

Novelista y poeta, el cordobés Pérez Azaústre, con libro recién publicado en las manos, Los nadadores (Anagrama), tiene muy claro cuál fue “su” partido y su protagonista. Él lo llama “Antes del penalti de Raúl”, y lo explica así: “Salón de Actos del Colegio Mayor El Negro. Eurocopa del 2000. Tenemos difícil el paso a cuartos. Es la España de Camacho, en la que comienza a brillar Valerón. Tras el gol de Yugoslavia, marca Alfonso. Yugoslavia vuelve a ponerse por delante y empata, esta vez, Munitis. Pero España pierde por 3-2 a quince minutos del final. Marca Mendieta: 3-3. España sube al área. Pase ajedrecista y alto de Guardiola, Urzáiz cede de cabeza y Alfonso, con bote bajo, marca el gol. Suenan varios ¡Vámonos a Campus! bastante convencidos. Otros proponen Cats y el salón de actos se queda vacío. Quite abre un barril de cerveza y salimos al patio, con las jarras llenas, a comentar cómo en el cruce de cuartos con la Francia de Zidane la España de Raúl les va a pasar por encima”.

“Un 6-0 para la Historia”

El encuentro involvidable, de Gustavo Martín Garzo fue, por muchas razones, uno disputado hace cincuenta años, en la temporada 1962-63. Entonces, el autor de Y que se duerma el mar (Lumen) disfrutó de la mejor temporada del Real Valladolid en su historia, “cuando fuimos casi casi los mejores. Llegamos a ser terceros o cuartos en la liga”. Hasta hace poco -insiste Martín Garzo- podía recitar de memoria la alineación: Calvo, García Verdugo, Pino, Sanchís, Aramendi; Morollón, Rodilla... El entrenador era Ramallets, el mítico portero del Barcelona, “y nuestro equipo hizo historia”. Por eso nunca olvidará, dice, “mi partido”: Fue con su padre al viejo Zorrilla, “y fue apoteósico, porque el Valladolid ganó 6-0 al Córdoba. Además, me pasó algo extraordinario que hace que el recuerdo sea aún más vivo: ese día tenía un absceso tremendo en el brazo, estaba con fiebre y no me querían dejar salir de casa, pero estaba loco por ir al partido, y por ir con mi padre, y lo conseguí... Me dolía mucho el brazo pero a lo largo del partido, con tantos goles, el dolor desaparió. Creo que viví una especie de trance o de delirio febril y cuando terminó comprobé que el absceso se había reventado: tenía el brazo lleno de sangre, de pus, pero la felicidad me había insensibilizado... sólo sentía una desbordada felicidad”.

“La final perdida en Bruselas”

Si hay una autora con los colores de su equipo (rojiblancos) tatuados en el alma ésa es Almudena Grandes, que golea en el Paseo del Retiro con El lector de Julio Verne (Tusquets). “El de mi vida y como soy del Atleti, es un partido que perdió mi equipo: la Final de la Copa de Europa de 1974, aquella de Bruselas que hubo que repetir porque nos metió un gol el Bayer de Munich en el último minuto de la prórroga. Me acuerdo que el segundo día, el del partido de desempate, salí de la Facultad e iba en el metro a mi casa pensando que ibamos a perder, a perder, a perder. Y perdimos. Es el que me jor recuerdo, por la tensión, porque era como mentira que pudieramos ganar.... Lo vi en televisión pero luego, con el tiempo, supe que mi amigo Chus (Visor) sí había estado ahí”. A pesar de tanto desengaño, ha conseguido contagiar su pasión a su hijo mayor, Mauro,al que una vez, con ocho años, vio llorando ante el televisor, sentado en el suelo, después de ver como caía su equipo y le dijo: “Mauro, yo ya soy muy mayor, pero tú, ¿por qué no te haces del Real Madrid y te evitas estos disgustos? Y el niño, muy serio, me preguntó que cómo podía decirle eso... Por eso, cuando el Atleti jugó hace un par de años en Hamburgo la final de la Europa League, que ganamos frente al Fulham, le conseguí una entrada y le dije que fuera por lo mal que todos estos años lo había pasado”.

“El miedo al penalti”

El novelista y bloguero Alberto Olmos recurre a una metáfora, la del miedo del escritor al penalti, para explicar el partido de su vida: su Ejército enemigo sigue dando guerra, y él también... Imaginemos, pues, a “un novelista joven de prestigio que fue invitado hace algunos años a un peculiar experimento en una de las ciudades más rabiosamente futbolísticas de Europa. Se trataba de colocar un escritorio en el centro del terreno de juego y exigir al autor buena literatura durante noventa minutos, con el preceptivo cuarto de hora de descanso. Las gradas estarían llenas. Nuestro héroe literario aceptó el reto y se propuso escribir un cuento sobre un partido de fútbol sin espectadores. Los espectadores de su propia tarea veían cómo avanzaba el cuento en una gran pantalla de televisión. Avanzaba bien: todo era kafkiano y sudoroso y existencial. El joven escritor de prestigio completó un par de folios antes del descanso; la grada, sin embargo, parecía descontenta con el choque entre el hombre y el folio en blanco, pues no había habido goles y sí demasiadas faltas de ortografía. Esperaban que en la segunda parte el espectáculo mejorara. Era inevitable: hacia el minuto 88 el joven escritor afrontó la última frase de su cuento, esa pena máxima a 9 palabras del punto final. Todos los espectadores se pusieron en pie, el árbitro miró su reloj, el joven autor de prestigio se dispuso a lanzar la frase. Pulsó una tecla (la de la letra P) y luego varias más hasta completar cuatro de las nueve palabras que le separaban de la gloria. Pero una duda sobre el adjetivo a emplear (¿fuerte, centrado, ajustado?) le hizo mirar hacia las gradas. De pronto no recordó haberse presentado voluntario para lanzar los penaltis.”

“Y Siberiada goleó a Naranjito”

“Mi encuentro -recuerda Lorenzo Silva, un clásico de la Feria- se jugó el 25 de junio de 1982. Por España se alinearon Arconada, Camacho, Gordillo, Tendillo, Alexanko, Sánchez, Perico Alonso, Juanito, Satrústegui, López Ufarte y Saura. Por Irlanda del Norte, otros once, a quienes no es imprescindible recordar. Era el último partido de la primera ronda clasificatoria del Mundial del inefable Naranjito. Se trataba de evitar caer en segunda ronda en el mismo grupo que Inglaterra y Alemania. Medio país, o más, estaba pendiente de la emisión de TVE-1. Mi amigo Carlos Soto y yo, con nula fe en el combinado español, optamos por sintonizar la segunda cadena. Daban una película rusa. El ABC le ponía tres estrellas, lo que según el propio periódico significaba: “Debe verla si quiere mejorar su opinión de la televisión”. Empezamos a mirarla y caímos subyugados. Era Siberiada, de Andréi Konchalovski. Nos quedamos hipnotizados durante cuatro horas, hasta el punto de no reparar en el llamativo silencio que reinaba en el barrio. Cuando terminó la película, ya de madrugada, salimos a la calle a digerir la impresión. Éramos jóvenes, apasionados. Nos parecía increíble que millones de personas se hubieran perdido aquello para ver... otro partido de mierda, seguro. Así había sido: Irlanda había ganado por 1-0. España perdió luego con Alemania, empató con Inglaterra y se despidió de la competición. No nos importó. Ese 25 de junio de 1982, por no ver el partido que todos vieron, y padecieron, fue el día que descubrimos Siberiada”.

“El gol de Galleti”

Al hacer memoria, Ignacio Martínez de Pisón, premio de la Crítica por El día de mañana (Seix Barral), comenta que solo fue una vez al fútbol con su padre, al estadio Las Gaunas, y que su última pasión futbolera nació precisamente tras un partido entre el Logroñés y el Zaragoza que no pudo ver terminar: se enfrentaban los dos clubes de sus amores infantiles; iba con su hermano mayor, y rondando el minuto 90, con empate a cero, se fueron: a las puertas del estadio, escucharon a la multitud celebrar el gol del Zaragoza, que desde entonces siempre sería su equipo. Por eso no duda al señalar el encuentro más importante que ha vivido en un campo de fútbol: “Fue la final de la Copa del Rey que el Zaragoza ganó al Real Madrid el 17 de marzo de 2004, en el estadio de Montjuic, con un tiro de Galleti desde fuera del área en el minuto 112 de la prórroga. Es el último título que ha conseguido mi club, un equipo que ha empezado el siglo XXI con bastante mal pie, porque ha tenido dos descensos seguidos y este año se ha salvado por los pelos de volver a bajar. Desde que comenzó el siglo nuestro partido más memorable es esa final, porque dentro de la miseria en la que vivimos los zaragocistas ese título nos redime de todas las angustias que sufrimos y que provoca el equipo. No es, sin embargo, el más importante: ése lo vi en casa, por televisión, y fue la mítica final de la Recopa, en la que, en el año 1995, con un gol mágico de Nayim, el derrotamos al Arsenal”.