Letras

Aurelio Arteta

"Los tópicos nos retratan"

27 abril, 2012 02:00

Aurelio Arteta. Foto: Iñaki Andrés

Aurelio Arteta, de vez en cuando, deja la cátedra y se baja a la plaza pública. Le gusta polemizar en la arena y zarandear conciencias bienpensantes, en general perezosas y unánimes. En su último libro, Tantos tontos tópicos (Ariel), más serio y con más enjundia de lo que su título puede transmitir, este filósofo navarro pincha en la yugular de la frase hecha y el pensamiento en manada de la sociedad contemporánea, y desnuda un buen fajo de tópicos perversos, "que son el cemento de nuestras relaciones cotidianas".

Esa actitud suya de alerta, primero, y de repulsa después hacia los tópicos le viene a Arteta de lejos. "Seguramente, dice, porque, junto a un oído fino, creo que cuento con cierta sensibilidad moral, con algún entrenamiento. Aunque aún no sepa el porqué, algo me avisa de que ese tópico que estoy oyendo choca con mis categorías morales. Y tiendo a sospechar de las opiniones demasiado unánimes, como si nacieran de la pereza o de la presión del rebaño".

Habla Arteta con pasión, con seguridad y deprisa-deprisa de los dichos congelados, que a eso se reducen los tópicos. Y su afán se centra, desde hace varios años y varios libros, en descongelar tópicos, especialmente morales y políticos. ¿Qué precio ha pagado hasta ahora por ello?
-Cuando esa labor se hace en público, lo pagas con una cierta soledad y un notable vacío por parte de las instituciones. En privado, con el resentimiento de los acomodaticios que son la mayoría. Pero, bueno, también ganas excelentes amigos y el respaldo de los mejores.

-¿Por qué escoge sólo tópicos morales y políticos?
-Porque son prácticos, es decir, porque tienen que ver con la praxis o acción. Estos tópicos son los prejuicios comunes que nos impulsan a una conducta o a su contraria, a justificar o condenar el comportamiento ajeno. Siempre me llama la atención que la gente no dé importancia al valor práctico de las ideas prácticas. Por eso la crítica y denuncia de estos tópicos es de la máxima importancia. Y contra lo que predica monseñor Rouco, mucho me temo que eso no se aprende en las familias ordinarias...

-¿Hay que defenderse de algo cuando a uno le dicen "es usted un moralista"?
-Cuando la gente le reprocha a alguien una cosa así, le echa en cara ser un aguafiestas, o estar próximo a mandamientos religiosos o exhibir su presunta pureza frente al defecto ajeno. En el fondo sólo quieren protegerse con eso de que "no hay que juzgar a nadie"... Pero el buen moralista es quien cree que lo distintivo del ser humano es su conciencia y, lo más elevado, nuestra virtud moral. Es el que está en guardia permanente contra el mal o el sufrimiento injusto de los individuos. Y en este sentido de la palabra, desde luego, soy un moralista (o quiero serlo).

El tópico más despreciable

-¿Con qué resultado? Me refiero a si cree que sus artículos y sus libros han incidido en la sociedad.
-Hombre, el mundo no ha cambiado mucho por ello, para qué nos vamos a engañar. Los que leen sobre estas materias son los menos, a los más no les llega nada de esto y se entregan a sus tópicos. La mayoría me soltaría "esa será su opinión" y se quedará tan tranquila, porque ellos también tienen la suya tan valiosa como la tuya, ¿o no? O replicaría que "eso es muy discutible", lo que suele indicar más bien su decisión de no discutir. Por si acaso.

Sostiene Arteta que "los tópicos nos retratan porque son los síntomas de las creencias comunes". Ahí van algunos a los que el escritor disecciona en su libro: "Todos somos culpables", "Todas las opiniones son respetables", "No es nada personal", "Seamos tolerantes", "Una cosa es la teoría y otra la práctica" "Respeto tus ideas pero no las comparto"... ¿A cuál de todos estos desprecia más y por qué?
-Pongamos el de que todas las opiniones son respetables. Si lo fueran, no tendríamos que argumentar las propias opiniones ni atrevernos a cuestionar las ajenas. Todas valdrían lo mismo, lo que al final significa que ninguna vale nada. El grado de verdad de cada una de ellas no importaría, porque lo único que cuenta es el derecho a emitir opiniones sin réplica alguna. Según eso, mi opinión de que muchas opiniones son rechazables sería tan respetable como la opinión contraria. Pero respetar opiniones significa enfrentarlas entre sí, no yuxtaponerlas y preservarlas de su choque. En último término quien merece respeto es la persona, y con harta frecuencia a pesar de sus opiniones. Claro que todavía muchos me contestarán indignados: "¡pero no pretenderá usted convencerme!". Como si persuadir con razones fuera lo mismo que servirse de imposiciones. Hasta ahí llega la estupidez del ambiente.

-Dice usted que nos cobijamos en ellos para evitar pensar. ¿Es una muestra de la pereza mental de nuestro tiempo?
-No sólo para no pensar por cuenta propia, que siempre supone un esfuerzo y además arriesgado. Al repetir las frases hechas, buscamos también acomodarnos al grupo, diluírnos en él, ser de los nuestros, vestirnos a la moda que se lleva. En pocas palabras, no quedarnos solos y a la intemperie.

-Afirma en el libro que la brecha que separa al pensador moral y político de la sociedad es cada vez mayor. Y es verdad, pero seguramente el pensador también lleva su culpa, ¿no?
-Sí, claro. No digo yo que deba escribir tan fácil como demanda el lector de novelas, pero podría intentar convertirlo también en lector de ensayos de pensamiento. Lo que pasa es que ni se atreve a alejarse de su comunidad académica (donde sólo puntúa como mérito la "investigación", ya sabe) ni a distinguirse de su comunidad civil (que le costará caro).

Totalitarismo cultural

-Por cierto, ¿está de acuerdo con Vargas Llosa cuando afirma que ya "solo quedan intelectuales en las dictaduras, pero que en Occidente no tienen audiencia ni función"?
-No. Es un hecho que en nuestras sociedades el intelectual carece de audiencia, pues "nadie es más que nadie", "déjate de filosofías", "eso es muy relativo", "todos tenemos una parte de verdad", "estoy en mi perfecto derecho", etc. Pero precisamente por eso, en medio de tanto relativismo, su función pública de desvelar prejuicios y proponer criterios de valor es más urgente que nunca. (Otra cosa es que no abunden los que dispongan siquiera de las categorías necesarias. A menudo incluso compañeros de Facultad te confiesan que no han acabado de leer un artículo tuyo de opinión por parecerles demasiado denso. Y se entiende que la torpeza radica en mi dificultad de escritura, nunca en su incapacidad de lectura).

- Veo que sí, que está usted bastante de acuerdo con Vargas Llosa. ¿Y por quiénes han sido sustituidos los intelectuales? ¿A quién concede hoy la sociedad esa capacidad de influencia?
-A muchas clases de expertos: expertos en finanzas, publicidad, comunicación, relaciones humanas, eventos, autoayuda, redes sociales, psicología de esto, pedagogía de lo otro... Por regla general, saberes vacíos. Pero, por encima de todo, saberes tan sólo guiados por la productividad, enriquecimiento, eficacia, rapidez y dominio técnico..., pero desprovistos de cualquier criterio de legitimidad, justicia o crecimiento humano. Son a lo sumo conocimientos relativos a los medios que nunca se plantean la bondad o maldad de los fines. A esos nuevos gurús hay que añadir todavía tantos ídolos juveniles de la música o del cine, diseñadores de moda, "conductores" de programas de famosos, redactores de prensa del corazón, etc. Lo quiere la cultura de masas y hay que contentar a la masa. ¿O acaso en democracia no debe primar la voluntad de la mayoría? Pues no hay más que hablar.

-Hoy se escucha a todas horas la palabra cultura...
-Sí, hay como una especie de totalitarismo cultural. Todo es cultura: filosofía y música rap, libros de cocina y de arte, pintura clásica y graffiti, conferencias religiosas y cursos de macramé. Las páginas de los periódicos y los espacios culturales mezclan indistintamente toros, visitas monumentales y pasarelas de moda. Clásicamente cultura era el cultivo de lo mejor de la humanidad del hombre; hoy engloba a la vez lo importante y lo insignificante del hombre, lo iguala todo. Y luego está el relativismo cultural, de lo que tanta responsabilidad tienen los estudios de Antropología. Cada pueblo, etnia, país y hasta barrio tienen su propia cultura que supuestamente determina la vida de las gentes. Es decir, sus creencias, lengua, hábitos, bailes, fiestas, etc., que valen simplemente por ser las suyas, por su diferencia. "Bueno, esa es su cultura", se dice ante lo extraño y eso supuestamente justifica todo. Las culturas son incomparables entre sí, ninguna es superior a otra, todas han de respetarse y conservarse: lo mismo la de la brujería que la de la medicina, igual la que proclama la sumisión de la mujer que los derechos humanos. Lo diferente es valioso nada más que por ser diferente. Para evitar el juicio comprometido y no pasar por intolerante, el tópico al uso sentenciará que "no es ni mejor ni peor, sino simplemente distinto".

-Me gustaría que nos hablara de la "desmoralización" de la sociedad española, en los dos sentidos. Es decir, de su falta de moral (lo más importante) y de su estado de ánimo por la situación tan mala que atraviesa.
-Supongo que el estado de ánimo general es el miedo. Pero de este miedo se sale con fuertes criterios morales y democráticos, no con el nihilismo expresado en esa sarta de lugares comunes.

-¿Y de la otra desmoralización qué me dice? ¿Es España un país con mayor índice de tramposos que los países de su entorno, como parece?
-Las estadísticas dicen que no, pero los gobiernos (incluidos los de izquierda) han sido más permisivos con los "chorizos" y éstos nos han hecho más gracia. No me refiero sólo a los políticos, sino también a muchos ciudadanos metidos en pequeñas corruptelas y a menudo deseosos de tener ocasiones de ser corrompidos.

-Hace tiempo que le quería hacer esta pregunta: antes que nada, hay que ser bueno, ¿no?
-Eso creo, pero el tópico reinante dice "sé tú mismo". No que seas bueno o malo, generoso o egoísta, sino sólo tú mismo. Al fin y al cabo, si "no tengo que compararme con nadie", si "no tengo que imitar a nadie" y nadie debe darme lecciones..., cada cual ya sabe si quiere ser mejor o peor y cómo se llega a ello. Todo lo lleva uno dentro, no hay modelos. Adiós a la admiración moral. No hay que esforzarse en llegar a ser nada, sino seguir siendo lo que ya somos: personas "muy normales".

Secuestrados por el miedo

-Otro de sus tópicos: "Con la violencia no se con sigue nada". Usted sabe muy bien lo mucho que se consigue con la violencia. ¿Me podría describir la situación real del País Vasco actualmente?
-En el País Vasco se están imponiendo los herederos de ETA. La sociedad no ha derrotado a ETA, sino que la mitad al menos ha asumido los presupuestos y objetivos de ETA. En los demás no ha sido sólo el miedo a la bomba, sino el miedo al qué dirán y a ser apartados de la cuadrilla, el que explica este proceso. Se ha pecado de acción, pero tanto o más de omisión o consentimiento cobarde. Más aún, la situación se explica también porque esta otra mitad de la sociedad estaba desarmada de ideas al respirar tópicos tan endebles como los que aquí trato de desmontar. Esa majadería de que "con la violencia no se consigue nada" olvida que ella es un instrumento tan eficaz que los Estados reclaman para sí su monopolio legítimo. La barbaridad de "condenar la violencia, venga de donde venga", sostiene que tan mala es la violencia del asesino como la del policía que trata de detenerle. Proclamar que "sin violencia todos los proyectos políticos son legítimos" significa que, en cuanto deje de matar, la doctrina etnicista de ETA se vuelve intachablemente democrática. Sería de reír si no fuera de llorar.

-Lo de la "normalización" es otro tópico?
-En manos del nacionalismo identitario, sí, otro tópico mentiroso y causante de atropellos sin fin. La normalización lingüística supone que lo que es normal (que sólo unos pocos ciudadanos se comuniquen usualmente en euskera, por ejemplo, porque en bastantes zonas del país esa lengua ha desaparecido hace siglos o no se haya hablado nunca), eso se considere anormal y deba "normalizarse" a cualquier precio. Al precio del derroche del presupuesto, de injusticia en los concursos de empleo público, del dolor de muchos, del disimulo de casi todos. Pero es que, según estos nacionalismos lingüísticos, sin lengua no hay nación y sin nación no hay derecho a ser Estado.