Image: Némesis

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Letras

Némesis

Philip Roth

18 marzo, 2011 01:00

Philip Roth. Foto: Orjan Ellingvag.

Traducción de Jordi Fibla. Mondadori. 207 pp.,20 e.


William Burroughs afirmaba que América no era un país joven, sino una tierra vieja, sucia y perversa, incluso antes de los indios. "El mal estaba en ella, esperando". Philip Roth (New Jersey, 1933) obtuvo malas críticas con La humillación, su novela anterior, pero con Némesis ha despejado cualquier duda sobre su posible decadencia como autor. La humillación era un acercamiento a la pasión en la vejez, que se consideró poco creíble, sin reparar en su profunda reflexión sobre la soledad, el deseo y la muerte. Tal vez Roth descuidó en esa ocasión los aspectos formales, pero esta vez no es posible plantear objeciones. Nos encontramos con el mejor Philip Roth, narrador ágil e intuitivo, capaz de crear personajes y ensartarlos en una trama donde no hay elementos innecesarios ni digresiones que afecten a la unidad del relato. Roth se mueve en la tradición de los grandes escritores nortea-mericanos que emplean un estilo periodístico con retazos poéticos. Nos recuerda a Saul Bellow y al Truman Capote de A sangre fría.

Némesis está ambientada en la comunidad judía de Newark, New Jersey. Durante el verano de 1944 se desata una epidemia de polio. No es la primera vez, pero el número de víctimas mortales crece de forma alarmante. Bucky Cantor, un joven profesor judío que dirige una escuela de verano, se enfrenta a la muerte de sus alumnos con una mezcla de estupor y rabia. La vida de Cantor no ha sido fácil. Su madre murió en el parto, su padre pasó un tiempo en la cárcel, su miopía le ha impedido alistarse para combatir. Pese a todo, sus abuelos maternos asumieron su cuidado y le prodigaron todo el afecto que puede ambicionar un niño. Su abuelo le inculcó disciplina, firmes principios morales, espíritu de superación. Con 23 años, Cantor es un profesor responsable, comprometido con el bienestar de sus alumnos, casi un hermano mayor al que todos quieren y respetan.

Némesis se divide en tres actos, un procedimiento habitual en Philip Roth, que juega con el ideal clásico de la catarsis. La novela comienza como un relato idílico ensombrecido por los primeros casos de polio, pero el dolor que rompe el corazón de las familias afectadas, deshace cualquier ilusión de solidaridad. El dolor no se apaga con las demostraciones de cariño ni con las palabras de consuelo en la sinagoga. De inmediato, se buscan responsables. Los italianos, las granjas de animales, los refrescos de una heladería, el idiota del barrio, los partidos de béisbol organizados por el profesor Cantor, que exponen a los chicos a temperaturas excesivas en pleno verano. La polio siembra la desconfianza, la ira, el rencor. La polio no se limita a enfermar el cuerpo. Sus estragos también se reflejan en la podredumbre moral de una sociedad que pierde la confianza en Dios, la justicia o la misericordia. Cantor se enfrentará a un dilema moral que pondrá a prueba su integridad. Le ofrecen un puesto de trabajo lejos del foco de la epidemia, pero le pesa abandonar a sus alumnos. Tendrá que escoger y determinar si está a la altura de sus exigencias morales.

Roth convierte la polio en una metáfora que recuerda poderosamente la peste de Camus. Camus nos advierte sobre los riesgos del fascismo, un virus que puede adormecerse, pero que nunca renunciará a propalarse apenas surja la oportunidad. Roth llega más lejos. El problema no es el fascismo. El problema es la condición humana. Nuestras exigencias morales son fantasías retóricas que se desmoronan cuando aparece el miedo. El pánico nos devuelve a un estado premoral. Roth no retrocede ante el reto de abordar una vez más la presumible bondad de Dios. Si Dios es bueno y omnipotente, ¿por qué permite la muerte de los inocentes? Cantor opina que Dios actúa como un viejo estúpido y cruel. Sólo podría ser exculpado si no existiera. Ignoro si ha leído al filósofo judío Hans Jonas, que limita el poder de Dios, llegando a asegurar que no evitó el espanto de Auschwitz "porque no pudo". Roth no contempla la posibilidad de un Dios impotente porque tal vez ambos términos le resulten incompatibles.

Némesis es una novela extraordinaria, donde Philip Roth demuestra su talento como narrador y su compromiso con los grandes temas de la literatura: el ser humano, la muerte, Dios, el mal, lo irracional, la tensión entre el individuo y la comunidad, la crueldad de la sociedad norteamericana, donde el mal parece una presencia permanente. Sería absurdo buscar la esperanza en estas páginas. El desenlace sugiere la intervención de la diosa Némesis, pero Roth no ha pretendido dibujar una fábula moral. No se restituye la justicia. Simplemente, se pone de manifiesto la tremenda vulnerabilidad del ser humano. Al final, todos naufragamos en el mismo infortunio.

Lector claudicante

por Fernando Aramburu

Mi limitado gusto, que no me impide agradecer la dilatada imaginación narrativa de los Estados Unidos, me veda el hábito de venerar la literatura anual de Philip Roth. La prensa de mi ciudad, conforme acaba el invierno, anuncia la mayor duración de los días, la llegada de los primeros estorninos y la nueva novela de Philip Roth. El nombre me evoca episodios de violencia cruda y sexo explícito, impermeables a la delicada agüilla que, aunque no sepamos con exactitud en qué consiste, convenimos en denominar poesía. Recuerdo en Patrimonio la descripción prolija, con prosa fregona, de un padre anciano envuelto en deyecciones. Me dicen que la nueva, Némesis, no es lo mismo. ¡Me lo han dicho tantas veces! Reconozco mi falta de paladar para las obras de este autor. Reconozco la vana presunción de encerrar en dos adjetivos a un contemporáneo que ha publicado treinta y un libros.