Image: Michael Cunningham: Mi mente está llena de imágenes, no de palabras

Image: Michael Cunningham: "Mi mente está llena de imágenes, no de palabras"

Letras

Michael Cunningham: "Mi mente está llena de imágenes, no de palabras"

El autor norteamericano presenta Cuando cae la noche, una disección de las dudas y temores del hombre contemporáneo

11 marzo, 2011 01:00

Michael Cunningham. Foto: Quique García.

Es fumador compulsivo pero tiene aspecto de hombre saludable, dado su porte atlético y su tez bronceada. Es fácil imaginarlo en una de esas fiestas mundanas que tan bien retrata en Cuando cae la noche (Lumen), su última novela, y resulta extraño que un asiduo a ambientes refinados y snobs, en los que sólo se toman cócteles y agua Perrier junto a unas coloristas crudités, fume con esa pasión y practique un vicio tan políticamente incorrecto. "La realidad es que nunca ha sido mi ambiente, afirma el autor. "Ya me gustaría que me invitaran de vez en cuando a una soirée de ese estilo pero no pertenezco a ese mundo".

Ganador del Pulitzer y del Faulkner Award por su tercera novela, Las horas (llevada al cine por Stephen Daldry y basada en la vida de Virginia Woolf) habla sin tapujos de lo que esos galardones supusieron en su carrera: "Llevaba años sin que nadie me prestara atención y de repente llegó la enorme convulsión del premio. Quedé anonadado, paralizado por el terror, tanto que creí no poder volver a escribir nunca más. Hasta que un buen día me dije que tenía que desterrar ese miedo puesto que lo más probable es que nunca más volviera a ganar ese premio. Y ese pensamiento fue enormemente liberador y me permitió volver a mi ordenador".

Californiano de adopción, aunque residente en Nueva York desde hace años, Michael Cunningham (Ohio, 1952) ha vuelto a sorprender a los lectores con este retrato de una pareja en la cuarentena, metida de lleno en los ambientes artísticos y culturales del Manhattan más urbano y contemporáneo, que ve perturbada su apacible convivencia por la irrupción de un tercero, el hermano pequeño de la mujer, un elemento fetiche a la manera del Tadzio de Muerte en Venecia, referencia literaria del autor. Y ese protagonismo está compartido con el propio Manhattan ya que, según palabras de Cunningham, "otorgo mucha importancia a los ambientes, creo que una de las labores del escritor es reflejar con detalle la vida en el entorno correspondiente. Conocemos la Rusia del siglo XIX gracias a Dostoievsky, Chejov o Tolstoi. Los historiadores se dedican a registrar hechos mientras que los escritores describimos experiencias. Me gusta y me interesa ser meticuloso con la época y las costumbres". La realidad es que, desde la primera página, el lector se sumerge en el ritmo rabioso de la ciudad, primero a lomos de uno de sus iconos, los inconfundibles y destartalados taxis amarillos, y luego irrumpiendo en una sofisticada velada protagonizada por los neoyorquinos más chics.

Y el que ha sido considerado el maestro del diálogo muestra una vez más en estas páginas su dominio de la técnica, al conseguir que el lector participe casi en primera persona de las escenas gracias a unas conversaciones frescas y directas, que parecen haber surgido espontáneamente del teclado de su portátil sin ninguna manipulación posterior. "Esa naturalidad no es tan difícil de lograr, sobre todo si tenemos en mente dos principios fundamentales del ser humano: nunca contestamos directamente a ninguna pregunta y siempre ocultamos algo. Estas dos premisas me guían y me mantienen en el camino, por eso intento serles fiel", aclara el autor. Y añade: "Dicen que mi manera de narrar es muy visual, casi fotográfica, y lo cierto es que mi mente está siempre llena de imágenes, y no de palabras. Y lo que capta el interés del lector es el hecho de que los personajes sean creíbles y convincentes. Y que parezcan gente de verdad". Los de Cuando cae la noche lo son, de eso no hay duda. Uno se mete en su vida cotidiana desde el principio y con una facilidad pasmosa, entrando en la intimidad de su apartamento, oyendo el silencio de su dormitorio, contemplando el desorden de su cuarto de baño y siendo testigo mudo de lo que se esconde en el fondo de su nevera.

Cunningham se confiesa como "odiosamente disciplinado, porque vengo de una familia muy estricta en cuya casa no estaba permitida la entrada a los virus y microbios". Ahora acaba de concluir uno de sus últimos guiones para Hollywood, "porque el de guionista es un trabajo que me permite pagar las facturas sin dolores de cabeza". Se trata de la adaptación al cine de Una vuelta de tuerca, la magistral obra de Henry James, otro de sus autores preferidos. Y acaba de empezar su próxima novela, de la que tan sólo lleva escritas unas cincuenta páginas y que está situada en el Manhattan más paupérrimo, "la otra cara de la moneda", añade.