Image: 11-M. La venganza

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Letras

11-M. La venganza

Casimiro García-Abadillo

23 septiembre, 2004 02:00

Manifestación del 12 de marzo a su paso por la estación de Atocha. Foto: Alberto Cuéllar

La Esfera de los Libros. Madrid, 2004. 352 páginas, 23 euros

Los americanos tienen una palabra -insider- para referirse al que está en el ajo de los asuntos, especialmente en lo que se refiere a la vida política de Washington. Ser un insider -como lo es Bob Woodward, el del Watergate- te sitúa en una envidiable posición para conocer las claves profundas de algún hecho o poder ofrecer información privilegiada sobre algún acontecimiento de relieve.

Eso es el periodismo de investigación que, por su propia lógica, descansa sobre la fiabilidad del autor que, por ejemplo, si nos cuenta que Ana de Palacio llamó a Jorge Dezcallar "a altas horas de la noche" del día 11 de marzo para preguntarle su opinión sobre la autoría de los atentados, nos está sugiriendo que uno de los dos se lo ha contado y que, por lo tanto, es un insider a la española. Ni va a citar sus fuentes de información ni tiene por qué hacerlo en este género periodístico. O lo tomas, o lo dejas.

García-Abadillo goza, desde luego, de esa fiabilidad. Su formación académica, su dedicación a los temas escasamente viscerales de la economía, su trayectoria de comentarista político y, en definitiva, sus libros anteriores sobre periodismo de investigación, le han proporcionado una imagen de persona ecuánime, alejado de los histrionismos y truculencias que no escasean en la profesión.
En el volumen que ahora presenta, realizado de manera vertiginosa porque recoge información de hace cuarenta y cinco días, el autor ofrece casi doscientas cuarenta páginas de texto, trufadas con excelentes fotografías, y acompañadas de otras cien páginas de anexo documental. También hay un índice onomástico que se agradece mucho en este tipo de libros, especialmente con los nombres musulmanes.

¿Cuál es esa venganza que da título al libro? La del gobierno de Marruecos o, si se quiere, la de algún sector de ese gobierno, descontento con la política de Aznar en relación con el acuerdo de pesca con la UE, su actitud ente el problema del Sahara exespañol, el endurecimiento de la Ley de Extranjería o el trato que el monarca alauita recibía en la prensa española. Todo eso habría conducido, en octubre de 2001, a una poco encubierta amenaza del propio rey Mohamed VI a Josep Piqué -ministro español de Asuntos Exteriores en aquel momento- sobre la posibilidad de que España fuera víctima del terrorismo islámico. Después vendrían declaraciones periodísticas enfrentadas de ambos personajes, la retirada del embajador marroquí en Madrid y, finalmente, el penoso incidente de la isla Perejil, que se pudo solucionar gracias a las gestiones de Colin Powell, que tuvo emplear un par días en hablar de "una pequeña isla estúpida". La resolución del conflicto, sin embargo, haría temer una reacción marroquí que llegaría el 11 de marzo. Resultado: mil seiscientos heridos y casi doscientos muertos.

El apoyo de tan atrevida hipótesis, sin embargo, es relativamente endeble para mi formación de historiador porque se basa en la abundancia de marroquíes entre los componentes de la banda terrorista, la existencia de unas llamadas telefónicas de los suicidas de Leganés a Marruecos, que aún no han sido aclaradas, y la existencia de unos anónimos confidenciales, de estilo literario un tanto tosco, que fueron recibidos en la redacción de El Mundo y revelaban una cierta familiaridad con los análisis del Centro Nacional de Inteligencia (cni). Todo ello conduciría a subrayar que Marruecos fue el principal beneficiario del cambio de la política exterior española después de las elecciones del día 14. Es la respuesta a la clásica pregunta latina: Qui prodest?

Por otra parte, esa posible pista marroquí, que ocupa menos de diez páginas en el conjunto del libro, no resta el más mínimo interés a la detallada crónica que arranca de lo que empezó a suceder a las 7.37 de la mañana de aquel jueves 11 de marzo de 2004. García-Abadillo la ha realizado con serenidad y con un buscado distanciamiento que pone al lector ante hechos desnudos que facilitan la reflexión de quien los siga atentamente. Mensajes sms, cámaras de vídeo, narraciones buscadas y testimonios espontáneos se acumulan en pocas páginas para ofrecer una película detallada de los acontecimientos de la que se desprenden muchos elementos significativos.

Uno de ellos es la decisión del gobierno de llevar en solitario la dirección de la crisis, declinando la posibilidad de abrir canales de información a la oposición, y tomar decisiones unilaterales -la incorporación de la palabra "constitución" en la pancarta de la manifestación del día siguiente- que restaron apoyos políticos a la reacción ciudadana y alimentaron las primeras sospechas de que el gobierno pretendía una instrumentación electoral de la situación. En ese sentido no dejó de parecer excesiva la insistencia del gobierno en conceder la primacía a la pista de eta cuando, desde la madrugada del viernes, se estaban produciendo avances significativos en las pistas que proporcionaban la furgoneta encontrada en Alcalá y la bomba que no llegó a explosionar.

También es significativa la falta de coordinación entre la Policía y la Guardia Civil, por no hablar de un cni que, aunque la investigación no fuese su competencia directa, no dejó de ofrecer análisis que contribuyeron a la confusión de la autoría. También llama la atención el deficiente control que el Ministerio del Interior tuvo sobre esas actuaciones policiales de las que llegaba información al Partido Socialista de forma simultánea a la que recibía el Gobierno. En ese tráfico informativo de la tarde del día 11 alguien inventó el supuesto hallazgo de terroristas suicidas del que se haría eco Rodríguez Zapatero, en llamada a Pedro J. Ramírez, y difundiría casi a la misma hora la cadena ser. Esa misma emisora acusaría el sábado al Gobierno de poseer desde el mediodía una cinta de vídeo, que García-Abadillo dice que se grabó a primeras horas de la tarde. En esa cinta los terroristas islámicos reivindicaban el atentado.

Se había puesto en marcha un proceso de descalificación del Gobierno que se intensificaría durante la manifestación multitudinaria del día 12 (especialmente en Barcelona), provocaría las supuestas concentraciones espontáneas del día 13 ante las sedes del pp, y resultaría decisivo en los resultados electorales del día 14. El psoe pudo movilizar la mayor parte del voto indeciso y del voto joven, aparte de beneficiarse de un aumento sensible de la participación, que se tradujo en una incontestable mayoría relativa que le puso en condiciones de gobernar.

García-Abadillo extiende la información sobre los acontecimientos que se produjeron durante aquellos tres días a las profundas consecuencias que ha traído para España ese cambio de gobierno y aporta un apéndice documental de extraordinario interés para la comprensión de aquellos duros momentos. Un testimonio, en definitiva, que no puede dejar de ser tenido en cuenta por quienes piensan que sigue en pie la pregunta que se escuchó aquellos días por muchos rincones de España: ¿Quién ha sido?


El 11-m de un tedax
Entre las muchas páginas impactantes de este libro se encuentran las que narran las vivencias de un agente tedax durante el 11-m. "Pedro, como otros agentes, piensa que el atuendo reglamentario sólo sirve para conservar los restos del cadáver si el artefacto llega a explotar. A veces, ni eso. En una ocasión él y sus compañeros tuvieron que rellenar uno de esos trajes con piedras para que los familiares del policía muerto tuvieran la sensación de que allí dentro quedaba algo de su ser querido. [...] El espectáculo en el vagón era horrible. Cuerpos deshechos, sangre por todas partes, miembros arrancados de cuajo y algunas bolsas esparcidas por el suelo. Una a una Pedro las fue abriendo con cuidado hasta que llegó a la que se suponía que podía contener la bomba. Con la respiración contenida, la abrió y pudo ver un objeto metálico. Se trataba de una tartera con algo de comida. A las 9.30 se descubrió otra bolsa con un artefacto en la estación de El Pozo, debajo de uno de los asientos de un vagón. En su interior había un teléfono móvil unido con cables a un paquete que pesaba más de 5 kilos.[...] Pedro recorrió los seis vagones uno por uno. Los enormes agujeros en el techo y en el suelo indicaban claramente la colocación de las bolsas. Una y otra vez los teléfonos móviles diseminados por el tren reclamaban respuesta a una angustiosa búsqueda".