Image: Contra el fanatismo

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Letras

Contra el fanatismo

por Amos Oz

4 septiembre, 2003 02:00

Amos Oz. Foto: Carlos Miralles

Más viejo que el Islam, el cristianismo y el judaísmo, más que cualquier credo o Estado, el fanatismo, dice el escritor israelí Amos Oz, sigue envenenando el mundo. Sí, raro es el día que no nos asalta la noticia de un atentado, ya sea en Palestina, India, Colombia o Irak... Vivimos rodeados por mil fanatismos opuestos, pero idénticos en la base. ¿Qué hacer? ¿Cómo se cura un fanático? Amos Oz, testigo de medio siglo de violencia, reflexiona sobre las raíces del fanatismo y busca su remedio en Contra el fanatismo, que edita Siruela en versión castellana de Daniel Sarasola.

¿Cómo curar a un fanático? Perseguir a un puñado de fanáticos por las montañas de Afganistán es una cosa. Luchar contra el fanatismo, otra muy distinta. Me temo que no sé exactamente cómo perseguir fanáticos por las montañas pero puede que consagre una o dos reflexiones a la naturaleza del fanatismo y a las formas, si no de curarlo, al menos de controlarlo. La clave del ataque del 11 de septiembre contra Estados Unidos no sólo hay que buscarla en el enfrentamiento existente entre pobres y ricos. Dicho enfrentamiento constituye uno de los más terribles problemas del mundo, pero cerraremos en falso el caso del 11 de septiembre si pensamos que sólo fue un ataque de pobres contra ricos. No se trata sólo de "tener y no tener". Si fuera así de simple, uno esperaría que el ataque viniera de áfrica, donde están los países más pobres, y tal vez que fuera lanzado contra Arabia Saudí y los emiratos del Golfo, que son los Estados productores de petróleo y los paí-ses más ricos. No. Es una batalla entre fanáticos que creen que el fin, cualquier fin, justifica los medios. Se trata de una lucha entre los que piensan que la justicia, se entienda lo que se entienda por dicha palabra, es más importante que la vida, y aquellos que, como nosotros, pensamos que la vida tiene prioridad sobre muchos otros valores, convicciones o credos. La actual crisis del mundo, en Oriente Próximo, o en Israel/Palestina, no es consecuencia de los valores del islam. No se debe a la mentalidad de los árabes como claman algunos racistas. En absoluto. Se debe a la vieja lucha entre fanatismo y pragmatismo. Entre fanatismo y pluralismo. Entre fanatismo y tolerancia. El 11 de septiembre no es consecuencia de la bondad o la maldad de Estados Unidos, ni tiene que ver con que el capitalismo sea peligroso o flagrante. Ni siquiera con si es oportuno o no frenar la globalización. Tiene que ver con la típica reivindicación fanática: si pienso que algo es malo, lo aniquilo junto a todo lo que lo rodea. El fanatismo es más viejo que el islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Más viejo que cualquier Estado, gobierno o sistema político. Más viejo que cualquier ideología o credo del mundo. Desgraciadamente, el fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera. La gente que ha volado clínicas donde se practicaba el aborto en Estados Unidos, los que queman sinagogas y mezquitas en Alemania, sólo se diferencian de Bin Laden en la magnitud pero no en la naturaleza de sus crímenes [...]. ¿Quién habría pensado que al siglo XX le seguiría de inmediato el siglo XI? Mi propia infancia en Jerusalén me ha hecho experto en fanatismo comparado. El Jerusalén de mi niñez, allá por los años cuarenta, estaba lleno de profetas espontáneos, redentores y mesías. Todavía hoy, todo jerosolimitano tiene su fórmula personal para la salvación instantánea. Todos dicen que llegaron a Jerusalén -y cito una frase famosa de una vieja canción- para construirla y ser construidos por ella. De hecho, algunos (judíos, cristianos, musulmanes, socialistas, anarquistas y reformadores del mundo) han acudido a Jerusalén no tanto para construirla ni ser construidos por ella como para ser crucificados o para crucificar a los demás, o para ambas cosas al tiempo. Hay un trastorno mental muy arraigado, una reconocida enfermedad mental llamada "síndrome de Jerusalén": la gente llega, inhala el nítido y maravilloso aire de la montaña y, de pronto, se inflama y prende fuego a una mezquita, a una iglesia o a una sinagoga. O si no, se quita la ropa, trepa a una roca y comienza a profetizar. Nadie escucha jamás. Excepto yo. Yo escucho a veces y así me gano la vida [...]

Voy a contar una historia a modo de digresión; soy un digresor notorio, siempre las hago. Un querido amigo y colega mío, el maravilloso novelista israelí Sammy Michael, tuvo una vez la experiencia, que de vez en cuando tenemos todos, de ir en taxi durante largo rato por la ciudad con un conductor que le iba dando la típica conferencia sobre lo importante que es para nosotros, los judíos, matar a todos los árabes. Sammy le escuchaba y, en lugar de gritarle: "¡Qué hombre tan terrible es usted!" ¿Es usted nazi o fascista?", decidió tomárselo de otra forma y le preguntó: "¿Y quién cree usted que debería matar a todos los árabes?". El taxista dijo: "¿Qué quiere decir? ¡Nosotros! ¡Los judíos israelíes! ¡Debemos hacerlo! No hay otra elección. ¡Y si no mire lo que nos están haciendo todos los días!". "¿Pero quién piensa usted exactamente que debería llevar a cabo el trabajo? ¿La policía? ¿O tal vez el ejército? ¿El cuerpo de bomberos o equipos médicos? ¿Quién debería hacer el trabajo?" El taxista se rascó la cabeza y dijo: "Pienso que deberíamos dividirlo a partes iguales entre cada uno de nosotros, cada uno de nosotros debería matar a algunos". Y Sammy Michael, todavía con el mismo juego, dijo: "De acuerdo. Suponga que a usted le toca cierto barrio residencial de su ciudad natal en Haifa y llama usted a cada puerta o toca el timbre y dice: "Disculpe, señor, o disculpe, señora. ¿No será usted árabe por casualidad?". Y si la respuesta es afirmativa le dispara. Luego termina con su barrio y se dispone a irse a casa, pero al hacerlo -dijo Sammy al taxista- oye en alguna parte del cuarto piso del bloque llorar a un recién nacido. ¿Volvería para disparar al recién nacido? ¿Sí o no?" Se produjo un momento de silencio y el taxista le dijo a Sammy: "Sabe, es usted un hombre muy cruel". Es una historia muy significativa, porque hay algo en la naturaleza del fanático que es esencialmente sentimental y al mismo tiempo carente de imaginación. Y, a veces, albergo la esperanza -desde luego, muy limitada- de que inyectando algo de imaginación en algunos, tal vez los ayudemos a reducir al fanático que llevan dentro y a sentirse incómodos. No es un remedio rápido, no es una cura rápida, pero puede ayudar [...]

Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar. En esa tendencia tan común de mejorar al vecino, de enmendar a la esposa, de hacer ingeniero al niño o de enderezar al hermano en vez de dejarles ser. El fanático es una criatura de lo más generosa. El fanático es un gran altruista. A menudo, está más interesado en los demás que en sí mismo. Quiere salvar tu alma, redimirte. Liberarte del pecado, del error, de fumar. Liberarte de tu fe o de tu carencia de fe. Quiere mejorar tus hábitos alimenticios, lograr que dejes de beber o de votar. El fanático se desvive por uno. Echar los brazos al cuello o lanzarse a la yugular es casi el mismo gesto. De una forma u otra, el fanático está más interesado en el otro que en sí mismo por la sencillísima razón de que tiene un sí mismo bastante exiguo o ningún sí mismo en absoluto. El señor Bin Laden y la gente de su calaña no sólo odian a Occidente. No es tan sencillo. Más bien creo que quieren salvar nuestras almas, quieren liberarnos de nuestros aciagos valores: del materialismo, del pluralismo, de la democracia, de la libertad de opinión, de la liberación femenina... Todo esto, según los fundamentalistas islámicos, es muy pero que muy perjudicial para la salud. Con toda seguridad, la meta inmediata de Bin Laden no era Estados Unidos. Su meta inmediata era convertir a los musulmanes pragmáticos, moderados, en auténticos creyentes, en su tipo de musulmanes. El islam estaba debilitado por los "valores norteamericanos". Pero para defender el islam no sólo hay que golpear a Occidente y golpearlo fuerte. No. Al final, hay que convertir a Occidente. Sólo prevalecerá la paz cuando el mundo se haya convertido no ya al islam, sino a la variedad más rígida, feroz y fundamentalista del islam. Será por nuestro bien. Bin Laden nos ama esencialmente. El 11 de septiembre fue un acto de amor. Lo hizo por nuestro bien, quiere cambiarnos, quiere redimirnos [...].

Volvamos ahora al sombrío papel de los fanáticos y el fanatismo en el conflicto entre Israel y Palestina, entre Israel y gran parte del mundo árabe. El choque entre israelíes y palestinos no es, en esencia, una guerra civil entre dos segmentos de la misma población, del mismo pueblo, de la misma cultura. No es una conflicto interno sino internacional. Afortunadamente. Porque los conflictos internacionales son más fáciles de resolver que los internos, que las guerras religiosas, que las luchas de clases, que las guerras de valores. He dicho más fácil, no fácil. En esencia, la batalla entre judíos israelíes y árabes palestinos no es una guerra religiosa. Aunque los fanáticos de ambos bandos hagan lo imposible por convertirlo en guerra religiosa. Fundamentalmente, no es más que un conflicto territorial sobre la dolorosa cuestión: "¿De quién es la tierra?". Es fundamentalmente un conflicto entre derecho y derecho, entre dos reivindicaciones muy convincentes, muy poderosas, sobre el mismo pequeño país. Ni guerra religiosa, ni guerra de culturas, ni desacuerdo entre dos tradiciones. Simplemente una verdadera disputa estatal sobre quién es el propietario de la casa. Y creo que puede resolverse [...]

He dicho que, de alguna forma exigua, de forma cauta, la imaginación tal vez pueda inmunizar parcial y limitadamente contra el fanatismo. Creo que una persona capaz de imaginar lo que sus ideas implican, como en el caso del bebé que llora en el cuarto piso, puede convertirse en un fanático a medias, lo que ya entraña una ligera mejoría. Ahora quisiera contar hasta qué punto la literatura es siempre la respuesta, porque la literatura contiene un antídoto contra el fanatismo mediante la inyección de imaginación. Quisiera poder recetar sencillamente: leed literatura y os curaréis de vuestro fanatismo. Desgraciadamente, muchos poemas, muchas historias y dramas a lo largo de la historia se han utilizado para inflar el odio y la superioridad moral nacionalista [...]. El poeta israelí Yehuda Amijai expresa todo esto mejor de lo que yo pudiera hacerlo cuando dice: "Donde tenemos razón no pueden crecer flores". Es una frase muy útil. Así, en cierto modo, algunas obras literarias pueden ayudar; no todas ellas. Y sin tomarse lo que voy a decir al pie de la letra, me atrevería a asegurar que, al menos en principio, creo haber inventado la medicina contra el fanatismo. El sentido del humor es un gran remedio. Jamás he visto en mi vida a un fanático con sentido del humor.