Image: La loca de la casa

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Letras

La loca de la casa

Rosa Montero

12 junio, 2003 02:00

Rosa Montero. Foto: M.R.

Alfaguara. Madrid, 2003. 273 páginas, 14’96 euros

Los libros de novelistas sobre su propio oficio de contar historias han dado buena cosecha en la tradición anglosajona, desde Henry James en el siglo XIX hasta David Lodge en nuestros días, pasando por una larga nómina de autores cuya cita no cabe en estas líneas.

Las literaturas hispánicas ofrecen, aunque con menos abundancia, ejemplos de indudable interés, desde la lejana polémica entre Baroja y Ortega hasta los ensayos de Torrente Ballester y Vargas Llosa. El último libro de Rosa Montero se sitúa en esta lúcida tradición autorreflexiva, añadiendo infinita pasión en su amorosa entrega a la revelación del misterio de la literatura, de la creación artística en general, del arte de escribir novelas en particular. La loca de la casa es la denominación que Santa Teresa le dio a la imaginación. Y Rosa Montero nos regala, con su ardiente defensa e intuitiva exploración de la memoria fermentada como imaginación hecha palabra, su mejor libro, de radical modernidad literaria por su libérrima superación de los géneros en su mestizaje de autobiografía real e imaginaria y ensayo construidos con técnicas de novelar y, por tantas cualidades que enriquecen su compendio de vida y literatura, del máximo interés para quienes quieran adentrarse en la inextinguible llama de la creación narrativa vista desde dentro por una escritora forjada en la ferviente lectora que siempre ha incendiado su vida con "la loca de la casa".

Más subjetivo que sus predecesores en su aproximación al obrador de la imaginación y sus secretos, este libro nos descubre a una autora plural en sus amores y pasiones, que novela experiencias imaginarias de juventud en su aventura madrileña con un famoso actor de Hollywood (tres veces contada de tres maneras distintas aunque complementarias), reelabora episodios y figuraciones de su infancia en compañía de su familia, recrea lecturas que la han configurado como persona y como escritora, descubre algunos de sus autores favoritos (por diferentes razones, desde Voltaire hasta Vila-Matas, pasando por Kipling, Conrad y un largo etcétera, sin olvidar la reivindicación de las mujeres de algunos autores), proclama su rechazo de ciertas debilidades de literatos consagrados en obras que Rosa Montero tiene en la más alta estima (el servilismo cortesano de Goethe, los prejuicios de Zola por no apoyar a Oscar Wilde condenado por homosexual, el machismo del reaccionario Tolstoi, la vanidad y narcisismo del joven Italo Calvino y... de todos los artistas), defiende su actitud antisexista en todos los órdenes de la vida, expone su visión ante las conflictivas relaciones entre los escritores y el poder o con los críticos, su compromiso y su fidelidad o su traición a sus fantasmas, sus íntimas vivencias de la angustia creadora, del fracaso, de la locura, de la devanada lucha contra el tiempo y la muerte, pues, al cabo, se escribe para no morir, en un irrefrenable intento deicida del ser humano por superar "la inútil certeza de su eterna derrota", por decirlo con un verso del poeta gallego Xavier Seoane.

La loca de la casa me parece una obra ejemplar, en el sentido cervantino de la palabra, tanto en las actitudes ideológicas y cívicas que defiende su autora como en la forma literaria de construir su texto híbrido entre la narración de experiencias vividas, leídas o soñadas y leyendas integradas en una autobiografía y ensayo novelados. De todo ello resulta un texto apasionante de lo que llamamos autoficción, porque habla de un yo auténtico que, siendo, puede no ser, revivido en un artefacto ficcional compuesto de imposturas y verdades. Y es un yo sincero, inconformista, valiente, rebelde y vitalista, que construye su íntima confesión con conocimiento y sensibilidad, en un texto escrito con pasión, espontaneidad y frescura, como exorcismo liberador que cumple algunos de los más altos designios de la literatura: hacernos mejores personas, acercarnos a los sueños de la Humanidad por medio de las novelas y alimentar nuestra limitada capacidad para intuir el misterio del arte y la belleza.