Image: La velocidad de las cosas

Image: La velocidad de las cosas

Letras

La velocidad de las cosas

Rodrigo Fresán

9 enero, 2003 01:00

Rodrigo Fresán

Mondadori. Barcelona, 2002. 511 páginas, 19’50 euros

La joven narrativa hispanoamericana es un iceberg con sólidos valores emergentes. Y entre ellos el nombre de Rodrigo Fresán tal vez indique una de las posiciones más renovadoras, audaces e imprescindibles de ese panorama.

Escritor dotado de una inteligencia narrativa que en cada entrega se supera a sí misma, Fresán es quizá el que más lejos ha llevado ese carácter impúdico y corrosivo que agradecemos en la gran literatura. Bajo la influencia de sus amados escritores norteamericanos (de Cheever a Pynchon pasando por Vonnegut), la suya es una escritura envolvente que apuesta por los ele- mentos más caros al postmodernismo, haciendo con ellos ese homenaje y profanación de los que hablara Octavio Paz. Algo similar a lo que ha realizado David Foster Wallace en la última narrativa norteamericana.

Todo ello se puede apreciar en este voluminoso libro de relatos (La velocidad de las cosas) que no es sino la versión corregida y aumentada de la que ya se editara en Tusquets de Argentina en 1998. Unos relatos desasosegantes, escritos con un ritmo vertiginoso y donde el narrador además de bucear en esa órbita que describen la muerte y los muertos cuando inician su paso lo que en realidad nos ofrece es una galería de seres milenaristas y una especie de autobiografía ficcional. No es raro por ello que el libro cristalice en un tono de metaficción y que los argumentos se detonen en una especie de making off de esa historia. Fresán aquí realiza un juego de espejos que se abren a vidas y realidades insólitas que trascienden lo cotidiano. Por estas páginas se pasean fantasmas, aniquilados y suicidas constituyendo la parte de ese lugar simbólico que es Canciones Tristes y que representa el escenario fantástico de sus obsesiones. Podríamos decir que es una forma despiadada de plasmar una cierta historia argentina, pero es mucho más, es un artefacto literario traspasado por la mirada ácida y futurista de Ph. K. Dick.

Sin embargo, como Nietzsche, Fresán piensa que no se mata con la cólera sino con la risa y por eso sus trazos de humor negrísimo van hilvanados a esas situaciones extravagantes que plantea. De ese humor desaforado y de esos personajes atrabiliarios surge una prosa eficaz, pero con la eficacia de la imaginación, de la imagen imprevista, del delirio y de la fantasía. Una prosa que demuestra una madurez endiablada y donde se esconden guiños al lector y una soberbia sabiduría narrativa que a veces nos recuerda la de Palahniuk.

Un libro por tanto que ofrece indudadables posibilidades de lectura y donde podemos apreciar a un Fresán con toda su maestría en una suerte de tour de force con el esquema tradicional del relato. Un libro que nos muestra una senda de renovación y un horizonte donde se dan la mano la ambición y una particular visión crítica de las estancadas aguas de nuestra realidad, y que esconden además una novela coral que el lector debe armar. Es embriagador, es sugerente, es trágico y tiene las dosis de locura y de delirio para hacerse verdadero. Además está tocado por ese espíritu de la poesía y de su enorme cultura, una cultura donde se vuelven simbióticos elementos de la cultura pop, de la erudición libresca y de la polémica. Fresán está llamado a ser un autor polémico, porque comprende que sólo la polémica intelectual, incluso una cierta pose culturalista, es lo que hace grande la literatura. La Literatura moderna.