Image: Alberti en el contexto de su generación

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Letras

Alberti en el contexto de su generación

12 diciembre, 2002 01:00

Foto fundacional de la Generación del 27. De izqda a dcha: Alberti, Lorca, Chabás, Bacarisse, Platero, Blasco, Guillén, Bergamín, Alonso y Diego

Participa Alberti en las conmemoraciones gongorinas, firma la convocatoria del centenario (con Guillén, Salinas, Alonso, Diego y Lorca) y su fervor hacia el poeta cordobés determinará las características de su cuarto libro, Cal y canto, que desarrollará una de los más interesantes procesos de actualización del lenguaje poético culterano en la poesía de su generación.

La trayectoria poética de Rafael Alberti se inicia con un libro de notable madurez estética, Marinero en tierra, con el que consigue el Premio Nacional de Literatura en 1924, que coincide con el premio también obtenido por otro poeta de su generación: Gerardo Diego. Supone su consagración como poeta dentro de una de las modalidades estéticas generacionales (el neopopularismo), aunque ya en sus inicios había participado en las revistas de vanguardia con poemas influidos por los ultraístas y los creacionistas. Su primera afirmación como poeta ha surgido, sin embargo, tras la lectura de los cancioneros de los siglos XV y XVI y de Gil Vicente, influido por los trabajos de investigación que se llevan a cabo, dirigidos por Menéndez Pidal, en el Centro de Estudios Históricos, y que determinaron la forma tanto de Marinero en tierra como de La amante o El alba del alhelí.

Su segundo libro, vinculado a paisajes castellanos conocidos en viajes de negocios familiares, aparece en Litoral, en Málaga, en 1926, con lo que Alberti, ya relacionado en Madrid con Pedro Salinas, Gerardo Diego, Jorge Guillén o Federico García Lorca, se integra plenamente en los medios de difusión de los poetas de su generación, al publicar en la editorial de Emilio Prados y Manuel Altolaguirre. El alba del alhelí (1927) lo publicaría José María de Cossío en su colección de "Libros para Amigos" en Santander. Las revistas juveniles serían también medio habitual de expresión para Rafael Alberti y en ellas coincidiría con todos sus compañeros de generación: Verso y Prosa, Litoral, Carmen, Meseta, Mediodía...

La presencia de los cancioneros del siglo XVI contribuye poderosamente a forjar una estética muy sólida, vinculada a la tradición, pero también los sonetos que forman parte de Marinero en tierra representan en Alberti una de las primeras contribuciones, y de las más sólidas, a la recuperación de la lírica culta del Siglo de Oro, previa a las reivindicaciones gongorinas. No sólo por los aspectos estrictamente formales, sino también por el lenguaje neobarroco, basado en un cultivo muy original de la metáfora, poseen estos sonetos una singular trascendencia, acorde con los impulsos iniciales de su propia generación, entre tradición y vanguardia. Participa el poeta directamente en las conmemoraciones gongorinas, firma la convocatoria del centenario (con Guillén, Salinas, Alonso, Diego y Lorca) y su fervor hacia el poeta cordobés determinará las características de su cuarto libro, Cal y canto (aparecido en la editorial de la Revista de Occidente en 1928), que desarrollará una de los más interesantes procesos de actualización del lenguaje poético culterano en la poesía de su generación.

Tales experiencias culminarán en la escritura de una insólita "Soledad tercera", que corona un extenso y decisivo proceso de recuperación de formas clásicas (sonetos, tercetos) con un lenguaje metafórico neobarroco de gran originalidad.

Cuando en el año 1929 Rafael Alberti publica Sobre los ángeles, sin proponérselo o proponiéndoselo, daba a conocer el libro más complicado y más difícil de todos los suyos, cuya clave puede hallarse en la cuestión amorosa, con desengaño incluido; en la insatisfacción con la obra anterior -muy típico de los poetas de su tiempo y especialmente de Federico García Lorca que experimenta también en esa misma fecha similar reacción-; o en la pérdida de la fe religiosa, en la que coincide también con el Federico que abraza el surrealismo en 1929 y produce Poeta en Nueva York. Una temporada en la Casona de Tudanca, con José María de Cossío, entre tormentas y lecturas de Quevedo y de Bécquer, determinaron su nueva estética vital e inquietante, reveladora no ya de una crisis personal sino de la crisis de todo un tiempo de España, acorde con lo que otros poetas de su generación (Aleixandre, Cernuda, Lorca, Prados) están llevando a cabo en su poesía en estos mismos años.

Alberti, intérprete seguro como en ningún otro momento de un clima angustiado, el suyo personal, fue capaz de crear una estética peculiar para un momento difícil y de formular un lenguaje complejo para expresar, con acentos de indudable autenticidad, la verdad de un sentimiento, que continuaría en Sermones y moradas, que no se publicó como libro exento y apareció por primera vez en la edición de Poesía (1924-1930) (aparecida en 1936), y en Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, formado por una serie de poemas inspirados en los héroes del cine mudo cómico, desde Charlot a Harold Lloyd, desde Harry Langdon a Buster Keaton, con el que se cierra su etapa surrealista, entre el entusiasmo ante las novedades del cinematógrafo y la modernidad absurda de los héroes de celuloide.

Cuando Rafael Alberti escribe en 1930 su poema "Con los zapatos puestos tengo que morir", que subtitula "Elegía cívica", inicia su etapa más personal, y única en el panorama poético de su generación, la que el propio autor denomina poesía civil o de "poeta en la calle", que coincidirá y se corresponderá con las actividades políticas del poeta, unido a partir de entonces a María Teresa León. Sus viajes a la Unión Soviética y su participación en congresos y actividades literarias de signo revolucionario, culminarán en esta etapa en la fundación de la revista Octubre, en 1934. Alberti caminaba ya por senderos personales, pero no alejado del todo de los poetas de su generación, con los que sigue conviviendo hasta el estallido de la Guerra Civil: figuraría en las dos Antologías de Gerardo Diego (1932 y 1934), aunque en su "poética" de la segunda ya marca distancias abogando por la "razón revolucionaria" para justificar su poesía. También formaría parte del comité de redacción del que se considera último encuentro generacional, Los Cuatro Vientos (1933), pero sólo del primer número sin llegar nunca a colaborar en la revista. La muerte de Sánchez Mejías le inspiró su elegía "Verte y no verte" (1935), último punto de coincidencia con sus amigos, en esta oportunidad con la desolación que produjo en todos ellos la desaparición del admirado torero y dramaturgo.

Tras la Guerra Civil, y durante el exilio, las distancias entre Rafael Alberti y los componentes de su generación aumentaron. Disgustos con Luis Cernuda por haber realizado una edición en Argentina sin su permiso, visitas esporádicas de algunos compañeros de generación tanto en Buenos Aires como en Roma (donde se reunió con Gerardo Diego, a finales de los sesenta), no mejoraron unas relaciones que, cuando Alberti regresa a España, tras el largo exilio, impidieron la ansiada reunión de los supervivientes. No llegó a verse nunca con Aleixandre ni con Guillén, y con Dámaso y Gerardo, con quienes coincidió en algún acto público, las relaciones fueron mínimas.