Image: Popper, el Kant del siglo XX

Image: Popper, el Kant del siglo XX

Letras

Popper, el Kant del siglo XX

por Jacobo Muñoz

24 julio, 2002 02:00

Karl R. Popper, por Grau Santos

El 28 de julio se cumplirán cien años del nacimiento en Viena de Karl Raimund Popper, uno de los más originales e influyentes pensadores centroeuropeos del siglo XX. El filósofo español Jacobo Muñoz nos acerca a su figura y su obra y nos ayuda a comprender el alcance de su pensamiento, imprescindible para entender el siglo que ya se fue.

Al igual que Freud o Wittgenstein, Karl R. Popper nació y se formó en Viena, en el seno de una familia de ascendencia judía. Y al igual que ellos acabó sus días en el Reino Unido. En sus noventa y dos años de vida (1902-1994) conoció el irrepetible esplendor cultural de una Viena que pronto dejaría de ser la capital de un gran Imperio plural. Padeció las consecuencias de la Gran Guerra y los efectos de la Revolución Soviética en Centroeuropa. Vivió en carne propia el exilio tras la irrupción del nazismo. Y pudo finalmente, como su gemelo enemigo Wittgenstein, integrarse con éxito en el mundo académico inglés. Nombrado caballero por Isabel II, recibió en 1984 el Premio Alexis de Tocqueville por el impresionante conjunto de su obra, una de las más influyentes del siglo XX. Con la particularidad de que a diferencia de Gadamer o Carnap, pongamos por caso, la influencia de los escritos popperianos no se ha circunscrito al ámbito interno o gremial de los filósofos profesionales, por mucho que su presencia destaque largamente en representantes tan diversos del pensamiento filosófico de las últimas décadas como Hans Albert, Paul K. Feyerabend o Karl O. Apel. Como Ortega entre nosotros, Popper desbordó muy pronto, en efecto, ese ámbito restringido y su huella -la huella de un ilustrado de estirpe kantiana que gustaba de autodefinirse como "racionalista crítico"- está presente en científicos, en políticos, en teóricos del arte e incluso en eso que de modo provisional podríamos llamar la autoconsciencia de nuestra época.

No son pocos, en efecto, los rasgos -en ocasiones programáticamente radicalizados- que el racionalismo crítico de inspiración popperiana comparte con Kant: la creencia en la capacidad humana tanto de autodeterminación moral como de desarrollo de una razón crítica que no busca seguridades últimas sino, más allá de toda "estrategia de inmunización", meras aproximaciones tentativas a una verdad nunca definitivamente alcanzable; la apuesta radical por la sorprendente e inagotable creatividad humana en todos los ámbitos; la convicción de que es el activismo de la razón el que ordena, mediante teorías, el mundo, de modo que todo enunciado sobre hechos debe ser asumido como una interpretación a la luz de una teoría dada; la creencia, en fin, en que el progreso humano en cuanto liberación respecto de la "minoría de edad autoculpable" es posible, en todos los órdenes, mediante la deliberación racional... Cierto es que Kant todavía era -en última instancia- fundamentalista. Y que la limitación de su horizonte científico a la física newtoniana, a la geometría euclidea y a la matemática clásica condiciona en sentido monoteórico su metaciencia. Pero, con todo, su legado opera sumamente vivo, cualificado en sentido falibilista y reconducido a un pluralismo perfectamente autoconsciente, en Popper.

En lo que hace al estatuto y validez de las teorías científicas el "racionalismo crítico" no se interesa tanto por los mecanismos de confirmación positiva de las mismas, o por su reducibilidad -tan buscada por el Círculo de Viena en alguna de sus fases- a tal o cual tipo de "enunciados básicos", cuanto por su contrastación negativa, por su falsación, según el primado metodológico del ensayo y error. Con ello asume paralelamente, como va de suyo, que el desarrollo del conocimiento tiene lugar mediante la eliminación de las teorías falsadas, esto es, desconfirmadas por la experiencia, y su consiguiente sustitución por otras en el marco de un proceso nunca cerrado, autocorrectivo, guiado por un método de "conjeturas audaces e ingeniosas seguidas por intentos rigurosos de refutarlas", que Popper no duda en asumir como "el método de la ciencia". Un método que hace suyo también el empeño de la verdad y de la objetividad con su aceptación de nuestra capacidad de aproximación tendencial a la verdad y de construcción de objetivaciones, de "mundos". Aunque, desde luego, lo que a esta luz está realmente en juego no es tanto buscar "verdades" cuanto precaver errores.

Este principio conforma asimismo el carácter del racionalismo crítico en cuanto filosofía moral y política. Una filososía que se opone críticamente a los dogmas morales inamovibles y a los monopolios políticos de la verdad, así como a las teorías y utopías salvíficas, precisamente porque es consciente de los límites de nuestro conocimiento. O lo que es igual, de la omnipresencia de error. Una filosofía que, aceptando básicamente que "yo puedo equivocarme, tú puedes tener razón, y juntos podemos seguir acaso el rastro de la verdad", considera la libre ocurrencia de puntos de vista en la democracia, en las "sociedades abiertas", como la única forma racional de confrontación política y asume explícitamente la crítica de lo existente como motor del progreso, lo que explica el interés que despertó siempre tanto en medios liberales como socialdemócratas. (Helmut Schmidt, por ejemplo, incluyó en alguno de sus manifiestos programáticos la expresión y el concepto popperianos de "ingeniería social fragmentaria"). Una filosofía, en fin, que frente a la huida o el refugio en sistemas cerrados, propugna una actitud que el propio Popper ha caracterizado así: "El racionalista... es un hombre que trata de llegar a las decisiones por la argumentación o, en ciertos casos, por el compromiso, y no por la violencia".

Es evidente que la obra de Popper suscita dudas. Y encierra zonas de sombra. La normatividad extrema de sus enfoques metacientíficos -tan criticada en su día por Kuhn y sus seguidores-, su optimismo progresista, su confianza un tanto ciega en el sentido común, su propio racionalismo en alguno de sus flancos... todo ello ha exigido y sigue exigiendo debate. Pero si algún filósofo del siglo XX puede reclamarse del legado de Kant, mereciendo a la vez la consideración de renovador del mismo, este es Karl R. Popper.

Viena 1902-1994 Londres
1902. Nace Karl Raimund Popper el 28 de julio en Viena (Austria), en el seno de una familia judía.
1918. Tras una larga enfermedad ingresa en la Universidad de Viena. Estudia Matemáticas, Física, Filosofía, Psicología y Musicología.
1919. Es el año más importante en la formación intelectual del joven Popper. Se acerca a las ideas políticas de izquierda, se une a la Asociación de Estudiantes Socialistas y pronto se desilusiona de las ideas marxistas. Descubre las teorías psicoanalíticas de Freud y Adler y se empapa del espíritu crítico de Einstein.
1925. Obtiene el diploma para la enseñanza de educación primaria.
1928. Se doctora en Filosofía con Karl Böhler, con una tesis "Sobre la cuestión metodológica en psicología del pensamiento". Entra en contacto con el llamado Círculo de Viena, formado por intelectuales congregados alrededor de Moritz Schlick. La relación con sus miembros fue tensa y mantuvo una fuerte polémica con Wittgenstein.
1929. Obtiene el título para la enseñanza en secundaria de Matemáticas y Física. Da clases en Viena hasta 1935.
1930. Se casa con Josefine Anne Henniger.
1934. Publica su primer libro, La lógica del descubrimiento científico.
1935-6. El éxito del libro se extiende por Europa y es invitado a a dar clases en Inglaterra, donde sus estancias cada vez son más prolongadas. Sus trabajos se centran en Ciencia y Filosofía. El nazismo le fuerza a abandonar su país.
1937. Ejerce como profesor de Filosofía en la Universidad de Canterbury de Nueva Zelanda hasta el final de la II Guerra Mundial.
1938. La anexión de Austria le llevó a replantearse las bases de sus escritos de filosofía política y social.
1944. Publica los primeros dos volúmenes de La miseria del historicismo.
1945. Publica La sociedad abierta y sus enemigos y el tercer volumen de La miseria del historicismo.
1946. Regresa a Gran Bretaña, donde fija su residencia.
1949. Es nombrado miembro de la Academia Internacional de Filosofía de la Ciencia.También será miembro de la Academia Europea de las Ciencias, las Artes y las Letras, de la Real Academia de Bélgica, de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias y miembro honorario de otras instituciones.
1957. La editorial londinense Routledge & Kegan Paul edita en un solo volumen La miseria del historicismo.
1959. Se edita en inglés (Harper & Row) La lógica del descubrimiento científico.
1963-65. Publica Conjectures and Refutations: The Growth of Scientific Knowledge. Dos años más tarde es investido con el título de "sir".
1969. Abandona la Universidad de Londres, aunque permanece como conferenciante.
1976-77. Publica sus memorias Unended Quest: An Intellectual Autobiography y un año más tarde El yo y su cerebro en colaboración con el premio Nobel John Eccles.
1982-84. Publica El universo abierto y El desarrollo del conocimiento científico. Recibe el Premio Tocqueville en Francia. Participa en un simposio internacional en Madrid que reúne a especialistas de todo el mundo para analizar su obra.
1989. Recibe el I Premio Internacional de Cataluña. En 1991 es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense.
1992. Se publica su última obra En busca de un mundo mejor.
1994. Muere el 17 de septiembre a los 92 años en Londres, víctima de una larga enfermedad.