Image: Cuentos perversos

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Letras

Cuentos perversos

Javier Tomeo

24 abril, 2002 02:00

Javier Tomeo. Foto: Carlos Miralles

Anagrama. Barcelona, 2002. 148 páginas, 9’50 euros

El cuento como género literario viene atrayendo en los últimos años mayor interés editorial y más atención crítica. A lo largo del siglo XX muchos escritores, teóricos y lectores encontraron en la brevedad del cuento el molde literario acorde con las prisas de nuestra época.

En los albores del siglo XXI contamos ya con la perspectiva suficiente para comprobar que esta relación implícita entre brevedad del relato literario y público lector inmerso en la rapidez de las nuevas tecnologías se ha intensificado todavía más. La brevedad del cuento ha dado paso al microrrelato, que hoy tiene numerosos e importantes cultivadores en la narrativa en castellano. Lo cual se refleja en la reciente publicación de varios libros sobre dicha modalidad literaria, como El cuento en la década de los noventa (Visor) y, de modo más específico sobre el microrrelato, Galería de hiperbreves (Círculo Cultural Faroni, Tusquets) y Por favor, sea breve (ed. de Clara Obligado, Páginas de Espuma). La historia del microrrelato, que cuenta entre sus creadores a Max Aub, Cortázar, Monterroso y Luis Mateo Díez, ha sido rastreada con acierto por Miguel Díez R. en su Antología de cuentos e historias mínimas (Austral).

En esta línea se sitúan casi todos los Cuentos perversos del último libro de Javier Tomeo. Sus 39 textos narrativos son de una común brevedad que, salvo en tres relatos, nunca sobrepasa las 3 ó 4 páginas y muchos concentran su extensión en una sola. En ellos brilla como en sus mejores obras el ingenio de Tomeo para observar la vida cotidiana, descubrir el ángulo insólito por el que acceder a sorprendentes intuiciones y plasmar el chispazo de su revelación en sutiles microrrelatos con hallazgos de humor inverosímil o absurdo dignos de grandes maestros como fueron Gómez de la Serna o Mihura. Y en el fondo de su combinación de realidad y fantasía, donde conviven personas, animales y objetos en cómica igualación prosopopéyica, laten a menudo inquietudes existenciales encarnadas en situaciones de soledad, espera inútil, amor y muerte, entre otras limitaciones y angustias de unas criaturas que pugnan por encontrar una razón para seguir viviendo.

Sólo tres cuentos se apartan de esta brevedad dominante en el conjunto. Son "El hotel de los pasos perdidos", con 21 páginas, "Reflexiones al borde de la piscina" y "El coleccionista de gallinas", que no pasan de 8. El primero, uno de los mejores del libro, muestra los múltiples disfraces de un sujeto fragmentado y solitario durante un fin de semana en un hotel inmenso donde este narrador y protagonista se complace en diferentes caprichos, disfraces y otras extravagancias que descubren la íntima necesidad de encontrarse a sí mismo. Una vez más estamos ante una de esas criaturas asimétricas de Tomeo -el protagonista siente que su testículo derecho le pesa más que el izquierdo- que bajo su apariencia cómica y un comportamiento absurdo esconden su irremediable soledad.

Algo parecido encontramos en "El coleccionista de gallinas". Su protagonista, cuyo nombre, por cierto, se confunde dos veces en que a Adolfo se le llama Alfredo (págs. 78 y 81), es otro individuo asimétrico -tiene su ojo izquierdo más grande que el derecho- que descarga su soledad en una amorosa dedicación a sus gallinas. De lo cual tenemos cumplida muestra en su profundo conocimiento de estos animales y en el uso estilístico del diminutivo en su trato con ellos. Por último, "Reflexiones al borde de la piscina" es un buen ejemplo de banalidad y trascendencia que caracterizan parte de la narrativa contemporánea. Este nuevo ejemplo de soledad se dibuja en las triviales elucubraciones de un hombre que pretende matar su aburrimiento con cuestiones baladíes.