Valente-y-Zambrano

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Letras

María Zambrano, inédito sobre Valente

28 noviembre, 1999 01:00

Una historia de amistad y desafectos la de María Zambrano y José Ángel Valente. La escritora y el poeta mantuvieron durante muchos años, hasta principios de los ochenta, una fecunda relación intelectual y personal que se fue desvaneciendo hasta la nada "por esa especie de actitud posesiva que María tenía con el prójimo", explica hoy el poeta. "María Zambrano", dice Valente, "no sabía lo que era el otro, que es un concepto tan cristiano, esclavizaba a su entorno y no igualaba, en fin, con la vida el pensamiento. Ella no lo igualaba, no".

A la muerte de la filósofa, José Ángel Valente ya expresó estas opiniones —"dije sólo la verdad, no había nada opinable en lo que dije"— que levantaron ronchas en el mundo intelectual español. Viene esto al caso porque María Zambrano escribió a principios de los años setenta, por encargo de Costafreda, tres ensayos sobre Valente, Barral y Gil de Biedma que permanecen todavía ocultos. El de Valente ve hoy la luz en estas páginas, como homenaje al poeta, que dentro de unos días recibe el doctorado Honoris Causa por la Universidad de Santiago de Compostela.

Por la luz del origen

La "luz remota" esclarece la poesía de José Ángel Valente. Y así él mismo lo declara en el poema que abre su poesía toda: "Hay una luz remota, sin embargo". Sin embargo "el corazón/tiene la sequedad de la piedra/y los estallidos nocturnos/ de su materia o de su nada". Remota se hace la luz cuando se da "sin embargo".

Es la luz ensimismada que sólo por obediencia a su ley de darse siempre esclarece, recogida en una suerte de intangibilidad, casta y desnuda. Y que parece ignorarlo todo no haciendo sospechar de inmediato que viene de una herida. Lo primero que constantemente hace es ahondarse penetrando en la herida del poeta. La herida del hombre que al recibir la luz remota se hace poeta para siempre, por la luz del origen. De ella no parece haber anunciación alguna. Luz que no se anuncia ni anuncia nada, al parecer; está ya ahí, estaba cuando quien la recibe se da cuenta de que está sin haber llegado nunca. [...] La Luz en algunas de sus aplicaciones intelectuales aprisiona al "sujeto del conocimiento" y lo introduce en una especie de red que sirve para situar las cosas sin verlas. Y la poesía queda así de inmediato negada. Todo método depende de la luz, se entiende de la relación del ser con la luz; relación del ser consigo mismo. Y así, si alguien la recibió sólo un instante, aunque fuese para perderla, si la vio como siendo simplemente, se quedará ella ya indeleble. Será ella su verdad. [...]

En la poética de José ángel Valente expuesta en los capítulos primeros de Las palabras de la tribu se libera a la poesía de intención que sea fiel a su ser y vida propios, dados en el conocimiento, por el conocimiento. El rescate es imprescindible y precioso al surgir ahora, en el presente en que este pensamiento se encuentra en plenitud. La relación entre el poeta y el lugar de su poesía -objeto, según la terminología de Valente- se había transferido, yéndose a instalar en la interioridad del ser del poeta.

No sé si es eso lo que se quiere decir cuando se habla de "intimismo". Ensimismamiento más bien lo llamaría, cifra de un modo de soledad que no sólo la poesía sino la metafísica manifiesta. Cuando de esta última se trata, se suele decir "subjetivismo" en forma un tanto equívoca, ya que el término resulta correcto cuando designa la oposición del sujeto al objeto. Y no resulta tan adecuado cuando el sujeto se abre en el fondo de sí mismo como el lugar asequible para obtener un conocimiento de aquello que más le afecta: el tiempo, el sentir del ser y, por supuesto, la vida, abandonando provisionalmente objetividad y razón brevemente en algunos filósofos.

Acusa este entender la acción poética teniendo su lugar único en el poeta, el eclipse de las zonas o instancia de la objetividad social y una especie de orfandad en que el poeta ha quedado. Mas el poeta, aun cuando se mantiene como tal, no se siente de una especie distinta del ser humano. Por el contrario, es esencial tanto de la poesía como de la filosofía el presentarse como el lugar del hombre en la hora que le toca apurar su historia.

Y así, la conciencia poética ha ido haciéndose cada vez más aguda y aun devoradora en ocasiones. Una especie de autofagia ha sido la amenaza. Y para conjurar su vértigo se ha dado ese precipitarse del poeta en la poesía "comprometida", intencionada según la designación de Valente, y paralelamente el anegamiento de la metafísica posible en una razón histórica precipitadamente reencontrada. En ambos casos lo histórico se aparecía en el terreno propicio para establecer poesía y razón, quedando descuidado el lugar propio del poetizar y del pensar metafísico, ya que, al par que se descubre la función cognoscitiva de lo poético, se va apareciendo el sentir originario, fuente de la metafísica.

Una orfandad, pues, no solamente una soledad nueva o reiterada, es lo que se nos figura, como origen del precipitarse de la poesía en la comunicación, que Valente en su poética rescata y que en su poesía da fe de vida. La orfandad se encamina así hacia su más allá de la esperanza, de la que nace la mirada, la mirada impávida propia de la contemplación.

En la "luz remota" que define esta poesía ninguna palabra al parecer se enciende. El paisaje recuerda más al género de paisajes en que se da el pensamiento (filosófico precisamente) que a los habituales paisajes, de la luz más vívida y desigual que encontramos en la más alta poesía. San Juan de la Cruz, y más acusada y desarrolladamente en Quevedo. Y no sólo por la luz, sino porque nada tiembla, como no tiembla de sólito el pensamiento, que sólo en los lugares donde se asoma a su propio confín tiembla. Inversamente, en el poema todo tiembla, todo es árbol alto movido por el viento o yedra que se derrama como un puro temblor. [...] En el paisaje de la poesía de Valente el confín se hará límite, como en la filosofía. En el árbol bajo la luz cenital de esta poesía los pensamientos se han cuajado y resisten: son cuerpos de la palabra. Cuerpos de la palabra que anhelan ser cuerpos de la luz, tal como las piedras del círculo de Stonehenge, tal como todas las piedras todavía erguidas sin temblor, aunque estén apoyadas en un solo punto. Por virtud, sin duda, de una sabiduría del punto, del punto cero que ha regido en la arquitectura antes que en la palabra.

Dice así L. Massignon, islamista penetrado en viejísima y permanente sabiduría: "En las lenguas semíticas, el estilo profético introduce el aspecto realizado del verbo en lo no realizado, lo absoluto en lo relativo; el "milagro" de la profecía se expresa, no escondiendo la fuga lineal del tiempo [...], sino deteniendo el péndulo (ragqás en árabe) en el punto cero de la amplitud de oscilación".

Una concordancia se establece entre este estilo profético, que con precisión tanta nos da a ver Massignon desde un lugar de la palabra tan lejano, y el de las palabras que sirven de epígrafe a "Punto cero" de Valente, que se nos revelan ahora como un voto formulado desde el corazón de la palabra poética (y profética por fuerza, en tanto que poética). Una profecía de la palabra misma que corre a desprenderse de su encadenamiento en el lenguaje establecido para detenerse quieta en el punto cero, a salvo de la extensión, y quietamente danzar en libertad con el pulso de la vida en el instante único del presente. [...] No hay extensión en la libertad, ni la hay en la pulsación de la vida a la que la palabra vuelve, ella sola: "La palabra ha de llevar el lenguaje al punto cero, al punto de la indeterminación infinita, de la infinita libertad", reza y enuncia, tal como un imperativo categórico, el epígrafe que descubre al par una acción necesaria y el voto contenido en el corazón de la palabra.

Y el poeta viene a quedar así perennemente emplazado ante el instante, sin envolverse en el tiempo que corre, tal como Lázaro cuando, sin saberse aún culpable o inocente, pensamos que estaría en el instante de su resurrección, sin saberse aún inocente, pues que se presenta a comparecer, caídas las vendas de sus pesados tiempos, sin buscar encubrirse con el socorredor manto del porvenir o con la niebla del futuro, está diciendo: ahora. Reza "El Emplazado": "No me juzgues después/ni quieras/a eternidad remota/aplazarme y juzgarme". La "luz remota" alberga -¿no incita?- este instante del juicio inaplazable que un lector distraído daría por consabido que saltaría entre las llamas del Juicio. [...]

Dice José Miguel Ullán en De la luminosa opacidad de los signos: "Culpable de las mismas palabras que combate, Valente aniquila su propia doctrina genesiaca al ir exhumando las expresiones más neutrales para cubrir sus movedizos fantasmas". Lo más eficaz se nos figura para ahilar la memoria. Y así prosigue Ullán: "El resumen del alma vence sobre la moral formal. El análisis de la palabra impera sobre el crapuloso deber ante los fenómenos. La libertad errante y sin ley se yergue como necedad matriz". Y así es la libertad la que cobra "El Emplazado" con sólo presentarse él mismo al lugar del juicio sin haber sido convocado. "Fiat" de la libertad. Mas a este emplazamiento están convocados todos los que amen la libertad más que los cuerpos, comprendido, claro está, el cuerpo de la palabra.

Mas el amar la libertad más que los cuerpos, comprendido el de la palabra, no se ofrece aquí como una solución. Ya que tan lejos estamos de los lugares donde el elegir es posible, y más aún de los métodos de la "superación" de los contrarios. Lejos de la dialéctica -de toda-. Y así la "aporia" se impone, el imposible tránsito y la imposible detención. El hilo salvador puede quedarse en el lugar del emplazado. Puede quedarse invisible, enmudeciendo la palabra o envolviéndola en una libertad primordial en el mismo "lugar de la salvación" como un imperativo. Y el imperativo no permite elección, pide

Del todo-imposible. Y si no lo hubiese entendido así este poetizar de Valente, el punto único se le hubiera interpuesto, falso mediador, con el riesgo de haber hecho del poeta un falso profeta. Un falso profeta como aquellos que han elegido el sacrificio de la palabra, de la libertad. Pues que el sacrificio no es cosa de elección sino de aceptación aun sin saber. Mientras que aquí se trata del imperativo de afirmar y negar a la vez el todo: ser y realidad, patria prometida y patria irrecognoscible, vacío, amor, libertad, amor siempre.

"Cuando el profeta no es hoguera apócrifa" anuncia con justeza José Miguel Ullán. [...] ice la leyenda medieval del acueducto de Segovia, nombrado allí la Puente del Diablo, que fue edificado en una noche por este mismo para ganar el alma de una doncella que todas las tardes había de bajar desde la parte más alta de la ciudad, con su cántaro, para llevar agua desde la parte baja, donde el agua mana, y emprender luego con su carga la áspera ascensión. Tal precio tiene siempre vivir en lo alto. Una tarde, a punto de desfallecer, de alma, cuerpo y espíritu, invocó al infernal príncipe, ofreciéndole su alma a cambio de ser librada de esa diaria fatiga [...]. Y así el pacto se hizo teniendo en cuenta el tiempo: una noche sólo el extraño tendría para pagar su prenda. Resultó ser un arquitecto el poderoso personaje. Podríamos preguntarnos si acaso no sería el permanente arquitecto que permite por ser invisible en cada época aparecerse enmascarado ante los ojos de la imaginación de las gentes, y en grado máximo ante las doncellas de alma verdaderamente virginal, que aun creyendo transgredir no se equivocan: infalibilidad que arde en la desesperación de la inocencia.

Y así, en tantas estampas se veía el Diablo con alas ayudado por los también alados diablillos -extraña cosa que los diablos tengan alas- fabricando piedra sobre piedra el grandioso puente que tan delgada y pura corriente conduce desde el manantial hasta lo alto de la enalzada ciudad. Mas faltaba la última piedra cuando apareció el primer rayo de la luz del día que fue a dar en ese hueco, como sucede siempre. Siempre que de cara a la luz naciente, la palabra se hunda a sí misma: "...Para que la libertad se manifieste,/para que andar del otro lado de la muerte sea/sempfce e cantabilely aquí y allí la música nos lleve/al centro, al fuego, al aire/al agua antenatal que envuelve/la forma indescifrable/de lo que nunca aún ha hecho/nacer en la mañana del mundo.", según leemos en "Arietta, opus 111 ".

Y así vemos que la "luz remota" postulaba la luz naciente. Y que alentaba ya el germen del nacer en la mañana del mundo". Y que ha de seguir así (puesto "que nunca nadie aún lo ha hecho") ilimitadamente, dentro del tiempo, de ese tiempo que a su vez germina dentro de la infinitud. Allí donde la palabra desemboca en música sin perderse. Y la libertad une el aquí del tiempo inmediato con el allá de la infinitud, que se nos va haciendo inmediata. Al "aunque después de tanto y tanto no haya/ni un solo pensamiento capaz contra la muerte", responde al voto "para que andar del otro lado de la muerte sea lsemplice e cantabile" y llegar de este modo como un Lázaro que vuelve "al centro, al fuego, al aire/al agua antenatal que envuelve/la forma indescifrable" de ese inédito nacimiento. "No estoy solo" se había declarado. Negó así su soledad y con ella la del hombre. Ya que lo que un hombre dice de sí mismo esencialmente lo enuncia de todo hombre, aunque no lo tenga presente en el momento. Más que de una enunciación se trata de una anunciación, de una nueva que hace despertar. La soledad que aparece en "Serán ceniza...", que abre el libro, tan propia para abrir el libro y la vida que en él se contiene, y aun antes el ser que a ambos envuelve.

'Ya sé que no estoy solo" se junta al simple haber de la luz remota (sin embargo). El "sin embargo" del corazón de piedra, materia a solas latiendo en la nada. Más piedra, materia en la nada, se sabe no estar solo el corazón a causa de la luz que, remota toca, sostiene y mueve ese centro que se perdería si lo hubiera mirado desde afuera sabiéndose de él, según los seres razonables practican: despertar del corazón inhabitable, para luego decir: "estoy solo".

Mira por el contrario el poeta su corazón desde adentro, que sólo por esto sería poeta, desde la luz; esa luz remota que se le hizo perceptible por haber permanecido en el lugar del tormento. Y que así será para siempre el lugar del poema. El lugar de la mirada que ve el que "Aunque después de tanto y tanto no haya -ni un solo pensamiento- capaz contra la muerte", lo que viene a decir que no hay verdaderamente un pensamiento. Pensamiento dice y no pensar. Ya que en el "tanto y tanto" pensar ha de haber nacido; pensamiento en pena sería tal como el corazón está. Que la pena del pensamiento es su limitación, la desventura de estar desasistido del pensamiento único, y la del pensar que no puede bajo el peso de tanto y tanto de la historia. La historia que el pensamiento y el corazón juntos piden que se trascienda para llegar a una vida no escindida ni envuelta por la muerte.

"No estoy solo" repite al terminar la estrofa que confiere unidad a todo el poetizar que sigue en este libro y más allá de él ilimitadamente. "No estoy solo" aquí dice del nacimiento de la mirada. De una sola mirada en verdad, que no puede dividirse porque se da desde el centro. Y así irá recorriendo la historia insoslayable mas sin someterse a dar solamente de ella testimonio. Una mirada que sostiene el ser humano, ese ser que consiste más que en nada o sobre todo en una proposición y en la exigencia de que se cumpla el anuncio de la luz, por muy remota que se nos haya aparecido. La mirada desde lo único conduce a la palabra hasta el punto cero donde el lenguaje se anula y donde el suceso verdadero se contempla: ir a nacer en la mañana del mundo. La luz naciente germinaba en la "luz remota' (Lázaro se nos aparece en toda su verdad).