Ensayo de El burlador de Sevilla

Josep María Mestres estrena este viernes en La Comedia El burlador de Sevilla. Su versión plantea ambigüedades y preguntas sobre el controvertido mito, encarnado por Raúl Prieto y adaptado por Borja Ortiz de Gondra.

No parece que los tiempos del Me Too y la eclosión masiva del feminismo sea el contexto más apropiado para montar El burlador de Sevilla de Tirso. El encono contra Don Juan ya tiene una larga tradición pero ahora ha alcanzado su cénit. En el teatro hay ejemplos evidentes de esa acritud, como el montaje de Blanca Portillo, en el que el impenitente conquistador era perfilado como un delincuente suburbial. Boadella, siempre a la contra, lo reivindicó en el Canal, pero su enfoque enaltecedor es excepcional. Josep María Mestres, que estrena en el Teatro de La Comedia este viernes El burlador de Sevilla (donde el controvertido mito presenta su faz más radical), señala a El Cultural que "hoy todos tenemos claro que Don Juan no es buena gente". Vaya eso por delante. Pero acto seguido añade: "Aunque no goce de mi simpatía, me resisto a presentarlo como el único malo de la película. Hay mucha ambigüedad, muchos matices, muchas preguntas sin respuesta en la historia que nos cuenta Tirso".



Borja Ortiz de Gondra, autor de la versión, pone el acento en una de esas cuestiones. "La mayor traición que me he permitido ha sido cambiar el final, para acercarlo al Don Juan de Molière", advierte. Consiste en la inserción de un monólogo del criado Catilinón, que pregunta: "Ahora, a mí, ¿quién me paga?". Él es una de las múltiples víctimas del burlador. Dice Ortiz de Gondra que ha tratado de "escuchar sus voces acalladas: la de criados abandonados a su suerte, padres dolientes y mujeres engañadas". Curiosamente, estas no representan el arquetipo de féminas sumisas. "No son unos angelitos", apunta Mestres. "A menudo muestran comportamientos reprochables, unas veces por instinto de supervivencia y otras por intereses más o menos oscuros. Pero también es cierto que Isabela, Tisbea, Doña Ana y Aminta son mujeres activas, desean, toman decisiones y, finalmente, cuando han sido víctimas de la burla y el abuso de Don Juan, lo denuncian. ¡El Me Too no queda tan lejos!". "Aquí estamos muy lejos de las víctimas angelicales de Zorrilla", apostilla Ortiz de Gondra.



Evidenciar los vasos comunicantes entre la época actual y el Siglo de Oro es uno de los objetivos primordiales de esta puesta en escena. "Mi pretensión -explica Mestres- es que el cuento de Tirso nos sea de utilidad. Dos épocas dialogan entre sí. Por eso nos hemos despojado de prejuicios y perseguido la esencia. La versión de Borja es fiel y a la vez esclarecedora de las partes más alambicadas. Además, la música original de Iñaki Salvador, la escenografía de Clara Notari, el vestuario de María Araujo, la coreografía de Jon Maya, las luces de Juanjo Llorens y los vídeos de Álvaro Luna juegan con el tiempo y el espacio. La idea es mirar al pasado para entender las causas de los errores y no repetirlos en el futuro".



Ese interesante análisis también se centra en el origen de la conducta kamikaze de Don Juan (encarnado por Raúl Prieto), que conduce a toda velocidad contra las leyes y la moral. Mestres señala la ausencia de afecto en su entorno: "Es paradójico que el gran seductor no conozca nada del amor". Ortiz de Gondra, por su parte, apunta a la conflictiva relación con su padre, "que le lleva a profanar todo lo que aquel representa". Ambos, además, coinciden en que le ampara una total impunidad ya que cuenta con poderosos padrinos. Pero la visión de Tirso no es maniquea: los campesinos que aparecen están también muy lejos de la ejemplaridad. "Permitirnos reflexionar sobre los mecanismos del poder, la condición humana, nuetros deseos, miserias… Esta es la grandeza del teatro, su gran ‘utilidad'".



@albertoojeda77