Borja Ortiz de Gondra. Foto: MarcoGPunto

Ortiz de Gondra vuelve a sus conflictos interiores en Los Gondra, obra que estrena el 18 en el CDN y en la que, junto a actores como María Hervás y Juan Pastor, se interpreta a sí mismo. El autor reflexiona sobre el perdón, la culpa y la disidencia a través de 100 años de historia del País Vasco y de su familia.

Han pasado casi veinte años desde el estreno de Del otro lado. Han cambiado mucho las circunstancias en el País Vasco -¿o no?- pero el compromiso de Borja Ortiz de Gondra (Bilbao, 1965) sigue siendo el mismo. Entonces, cuando los asesinatos golpeaban cada pocos días, se escandalizaba porque la obra que triunfaba era la comedia El florido pensil. Hoy, en los líquidos tiempos de Ocho apellidos vascos, su nueva obra, Los Gondra, "profundamente vasca" y con fragmentos en euskera, no podrá verse en su tierra por falta de interés: "Ninguno de los teatros vascos a los que se les ha ofrecido se ha interesado por ella y por tanto allí no se verá". Así es que el agradecimiento es para Ernesto Caballero y el CDN, que la ha producido para estrenarla el próximo miércoles, 18, en el Teatro Valle-Inclán.



El texto de Los Gondra llega después de una larga trayectoria teatral que ha dado obras como Dedos, Exiliadas, Memento mori o Calpurnia. Sí, un autor puede ir dando rodeos en torno a sus obsesiones hasta crear su texto cumbre. Sin embargo, rastrear en el árbol familiar para tratar de encontrar su identidad y comprender por qué la violencia, el perdón y la culpa atraviesan siempre su escritura sólo ha sido posible al llegar a los 50 años, momento en el que Ortiz de Gondra respira profundamente y piensa que las oportunidades ya están contadas, que no hay tiempo para escribir nada que no le queme en las manos. Y Los Gondra podrían provocar quemaduras de tercer grado.



Pregunta.- ¿Ha querido con la obra curar las heridas de su familia?

Respuesta.- Las heridas que nos causan nuestras familias nunca se curan. Se arrastran a lo largo de la vida. Aprender a habitarlas es parte de la madurez. Pero para un escritor, ese dolor por el daño que nos hicimos es un filón inagotable y yo he querido bucear en él para tratar de entender por qué tuve que irme muy lejos del País Vasco y de mi familia para poder ser quien era. Sin embargo, no puedo romper el vínculo que me ata a mi tierra, la conciencia de que por más que me aleje, un día volveré para ser enterrado allí. Remontar el árbol familiar hasta el siglo XIX me ha hecho comprender que los hijos seguimos arrastrando las preguntas nunca contestadas de nuestros padres y abuelos. Por eso, el teatro me parece un buen lugar para hacerlas en voz alta.



El frontón y la reconciliación

P.- Ha utilizado el frontón como símbolo y nexo de unión. ¿Qué significado le daría?

R.- En el País Vasco, los frontones han sido siempre un lugar de socialización. En Los Gondra es el espacio donde obtiene ingresos la familia pero también un lugar peligroso del que son expulsados (cuando empiezan a aparecer las pintadas amenazadoras). A lo largo de más de cien años, ese frontón es testigo del ascenso y caída de la familia. Va cambiando de nombre y de manos según los avatares de la Historia. Pero en la última escena, que transcurre en la misma fecha que el día de la representación, es el espacio donde la reconciliación tal vez sea posible...



Arrastramos las preguntas no contestadas de nuestros padres. las heridas familiares nunca se curan"

Los Gondra (una historia vasca) es una mirada interior, pero también un juego de espejos con ráfagas de metateatro. Transcurre en cuatro épocas y aparecen 30 personajes -que encarnan, entre otros, María Hervás, Marcial Álvarez, Sonsoles Benedicto, Iker Lastra y Juan Pastor Millet- en contextos muy concretos, como bodas, romerías y cenas de Navidad, momentos que siempre van acompañados de bailes y canciones vascas. El autor está tan presente que no podía quedar al margen del montaje. Por eso, el director, Josep María Mestres -con el que Gondra ha formado tándem en tres montajes-, le pidió que se subiera al escenario para interpretarse a sí mismo. "La mirada atenta de Mestres -explica Gondra- nos lleva, sin apenas elementos escénicos, al viaje interior que hacen todos esos seres atrapados entre la culpa y el perdón".



Realidad y la ficción

La parte de la historia que más le ha costado subir al escenario ha sido la que reconstruye el siglo XIX. Los acontecimientos que se cuentan de 1985 los vivió en primera persona y en lo relativo a 1940 tenía el testimonio directo de sus tías y abuelos. De lo que ocurrió en las guerras carlistas y en 1898 sólo disponía de fotografías y contradictorias leyendas familiares. Llegó a hacer un viaje a La Habana pero no averiguó nada. Sin pruebas y sin demasiada información intuyó cual podía haber sido el pecado original. Y eso le dio la clave de la función: lo que vemos es a un dramaturgo tratando de escribir una historia que se le escapa y de la que confiesa no saber cómo acabó, por lo que debe imaginar un final.



P.- ¿Ha digerido el País Vasco su historia reciente?

R.- Como ciudadano, detecto que algunos sectores que ni se planteaban una revisión crítica de los últimos 50 años están empezando a dar pasos. Pero sigue habiendo una parte importante de la población que considera que no hay nada que revisar, que conviene pasar rápidamente la página sin leerla. Por eso pienso, como creador, que es el momento de que la ficción se interrogue sobre quiénes hemos sido y quiénes somos hoy. En la batalla por el relato que se comienza a vivir ahora, es fundamental que el imaginario colectivo se pueble de ficciones que respondan a una pluralidad de voces; tal vez la mentira de la ficción nos ayude a digerir la verdad de la vida.



En el País Vasco hay una batalla por el relato. De cómo resolvamos ese choque de memorias dependerá su futuro"


P.- Hablando del relato. ¿Qué le parecen ejercicios narrativos como el de Fernando Aramburu en Patria?

R.- Patria es una novela extraordinaria cuya lectura, cuando iban a comenzar los ensayos de Los Gondra, me conmovió profundamente. Su idea de centrar la historia en el dolor privado de dos familias y mostrar cómo los odios se enquistan hasta que alguien se atreve a mirar a los ojos al otro y romper el silencio era exactamente el mismo punto de vista que yo había adoptado. Junto con El comensal, de Gabriela Ybarra, otro libro magnífico, son relatos necesarios que trascienden el contexto del que hablan. Transmiten una experiencia humana universal: ¿cómo convivir con la pérdida?, ¿cómo no dejar que el rencor nos impida mirar hacia delante?



P.- ¿Cuál es su visión de la sociedad vasca en estos momentos?

R.- Creo que está buscando su sitio, tratando de asimilar que ha terminado el terrorismo y preguntándose qué hacer con esa herencia. Es una sociedad plural, que exige que no se la estigmatice por una violencia que ha durado 50 años, y reivindica que es mucho más que ese pasado. Ahí reside la grandeza y el peligro de este momento: es necesario mirar hacia adelante para construir un futuro, pero no se puede hacer a costa de olvidar lo que nos hemos hecho entre nosotros. La página solo se podrá pasar cuando se haya leído con todo detalle. Ahora mismo hay una batalla por el relato, con iniciativas diferentes sobre la memoria que no consiguen ponerse de acuerdo; de cómo resolvamos ese choque de memorias dependerá nuestro futuro.



Justicia y moral personal

P.- ¿Cree que habrá reconciliación total a medio plazo?

R.- La reconciliación es una decisión privada que habrá de darse entre las víctimas y los victimarios que así lo deseen. No se puede exigir ni imponer a nadie, porque responde al ámbito de la moral personal. En el plano social, en cambio, lo que se necesita es dejar actuar a la justicia, que tiene sus propios mecanismos, porque entiende que el delito no es solo una ofensa a la víctima sino una agresión a toda la comunidad y que la pena debe ser impuesta por un tercero neutral que nos representa a todos. Desde los clásicos griegos la pregunta es: "¿cuál es el castigo justo que sustituya a la venganza, repare a la víctima y no niegue humanidad al asesino?".



Empuñar un arma es una decisión personal para la que no cabe escudarse en circunstancias políticas"

P.- ¿Se puede seguir el camino hacia la reconciliación sin la disolución total de ETA?

R.- Sin la disolución total siempre quedará la sombra de una duda, el miedo a que alguien vuelva a empezar la cadena del odio y las heridas se reabran de nuevo. El futuro no está escrito, depende siempre de las acciones de los hombres. Y lo mismo que empuñar un arma y disparar a otro ser humano es una decisión radicalmente personal, para la que no cabe escudarse en circunstancias históricas ni políticas, decidir no hacerlo nunca más también lo es, pero hay que decirlo en voz alta de una manera clara y creíble que disipe toda duda y todo miedo.



P.- En Los Gondra usted habla de "perdón y olvido". ¿No resulta un ejercicio peligroso para una sociedad?

R.- Los Gondra es una obra de ficción, una exploración personal de temas que me siguen doliendo, no un manifiesto político ni una declaración de intenciones. De lo que habla es de la posibilidad del perdón: quién debe pedirlo y quién puede otorgarlo. Cómo se llega a él, qué precio se ha de pagar para que sea posible concederlo, cómo mirarnos a los ojos para reconocer la humanidad del otro... Y el perdón, aunque nos sea terriblemente doloroso reconocerlo, conlleva una cierta medida de olvido. Si no, la sangre no se seca nunca y los agravios seguirán perpetuándose. David Rieff en Contra la memoria decía que todo debe llegar a su fin, incluso las penas del duelo, para que la memoria no siga envenenándonos el presente. Las preguntas esenciales entonces son: ¿cuándo y cómo debe llegar ese fin? Yo he querido remitirme a los clásicos griegos y preguntarme, como hace Esquilo al final de La Orestíada, si es posible ejercer la piedad y el perdón, aun a costa de dejar una parte de la ofensa sin castigo, a fin de romper la cadena del odio.



Con todo, y pese a sus meditadas palabras, Ortiz de Gondra considera que uno de los términos más traicioneros del siglo XX ha sido compromiso: "Escribo todos los días sabiendo que voy a fracasar, que nunca lograré escribir esas palabras incandescentes que están en algún lugar, pero no dejo de intentarlo cada mañana, esperando que la obra hable por sí misma y encuentre el eco en algún espectador. Si mi voz se apagase mañana a nadie le importaría, no soy el portavoz de nadie. Me siento un artesano que intenta encontrar el término justo con el que compartir su experiencia con otros seres humanos que tal vez quieran acompañarme en mis perplejidades".



@ecolote