Escena de La mirada de Eros. Antonio Sosa

La Sala Tribueñe y La Pensión de las Pulgas ofrecen dos sugerentes antídotos frente a los saldos escénicos navideños. En la primera puede verse La mirada de Eros, un collage de la obra narrativa de Nabokov. En la segunda, A puerta cerrada, donde Jean Paul Sartre desliza sus tribulaciones existencialistas.

El circuito off se resiste a las rebajas navideñas. Conserva bastiones que no bajan el listón en esta fechas en las que el público es más propenso a pasar por taquilla. Ostentosos musicales y producciones de aires festivaleros hacen su agosto en diciembre (y principios de enero). Frente esas propuestas facilonas (y legítimas), que destensan el intelecto, se erigen dos reclamos de altura en la cartelera de la Sala Tribueñe y La pensión de las pulgas. Con Nabokov y Sartre cobrando forma escénica sobre sus tablas.



En Tribueñe han trascendido el Nabokov encasillado en Lolita, la novela que le permitió vivir una vejez tranquila persiguiendo mariposas. La directora Irina Kouberskaya abre el foco más allá de la obsesión del profesor Humbert Humbert por la pecaminosa preadolescente. En La mirada de Eros ofrece una visión caleidoscópica de su obra. El punto de partida es uno de sus cuentos primerizos, del que toma el argumento. Un tipo de vida gris y rutinaria se desplaza cada día al trabajo en tranvía. En los trayectos fantasea con tener un harén repleto de mujeres. Las va eligiendo entre las viajeras. Esta sí, esta no. De repente, una tarde se le aparece una diablesa que le asegura que su sueño podrá cumplirse al fin.



Kouberskaya ‘rellena' el relato con fragmentos de diversos libros, hasta conformar lo que define como una ‘nabokoviada'. "Utilizo descripciones de personajes masculinos para dotar de una biografía al protagonista, Erwin. También he rastreado los retratos de algunas mujeres que aparecen en su narrativa. Me sirven para perfilar más nítidamente las que formarán parte del harén", explica a El Cultural Kouberskaya. La fundadora de la sala madrileña asentada en Ventas, abierta desde hace más de una década, dice que lo que aflora en este montaje es la maestría incontestable de Nabokov. "Fue un genio total. Da igual que leas uno de sus textos juveniles o alguna novela del final de su carrera, todo está cuajado con una genialidad innata y una profundidad abisal. No hay altibajos".



La obra, dirigida por ella misma y en cartel hasta el 2 de enero, camina de la grisura que rezuma el apocado Erwin hacia la sublimación festiva de los placeres carnales. Iván Oriola (Erwin) y José Manuel Ramos (Srta. Ott) celebran ese "erotismo gracioso y profundo" que invoca Kouberskaya con la complicidad de Nabokov. Y la de Rajmáninov, cuyos Conciertos para piano 1° y 2° suenan de fondo, interpretados por él propio compositor. "La escritura de Nabokok se funde con la música de Rajmáninov. Al final la palabra del primero suena como música y las notas del segundo como poesía".



La traslación de Nabokov a las tablas es otro hito de Kouberskaya en la difusión de los grandes escritores de su país natal. Navegando por ideas escondidas fue su reivindicación más explícita, en la que espigaba pasajes de Dostoievski, Herzen, Chéjov... "Fueron mentes privilegiadas que han alumbrado el destino de Rusia y de Europa. Eran textos con ideas brillantes, un triunfo absoluto sobre la idiotez".



Los intérpretes de A puerta cerrada

Aquel trabajo presentaba una marcada querencia reflexiva. Básicamente eran pensamientos concretados sobre las tablas. En esa línea se inscribe también A puerta cerrada, pieza dramática donde Sartre deslizó sus tribulaciones existencialistas. La ha montado Ernesto Arias en La pensión de las pulgas (todos los domingos de diciembre). Le eligieron por aclamación los actores (Casimiro Aguza, Sonia de la Antonia, David López y Elena González-Vallinas). Una curiosa decisión ya que Arias, como director, se había prodigado sobre todo en nuestro Siglo de Oro. La capa y la espada, las cuitas amorosas y los agravios al honor eran su hábitat. "De entrada, no lo vi claro. Suponía adentrarme en un terreno demasiado etéreo. Pero al final el tema central me fue seduciendo: cómo el infierno de cada persona está en su conciencia", explica Arias.



Él ha reformulado una de las citas más conocidas de Sartre, que aparece precisamente en esta obra: "El infierno son los otros". "No hay contradicción con mi planteamiento: porque nuestra conciencia se conforma a partir de la percepción que creemos que tienen los demás de nosotros", explica. Arias, por deformación de los clásicos barrocos, ha intentado insuflar acción a estas abstracciones intelectuales. Los personajes esperan su condena en una habitación cerrada, metáfora del infierno. En el ínterin ceden al impulso animal de devorarse unos a otros. La paradoja llega cuando la puerta se abre. Ninguno se atreve a marcharse. ¿Es miedo a la libertad? ¿O a la soledad? Toca darle vueltas estas navidades.



@albertoojeda77