Image: Juan Carlos Rubio: Todo lo que veo lo convierto en teatro, soy un hábil ladrón

Image: Juan Carlos Rubio: "Todo lo que veo lo convierto en teatro, soy un hábil ladrón"

Teatro

Juan Carlos Rubio: "Todo lo que veo lo convierto en teatro, soy un hábil ladrón"

9 octubre, 2015 02:00

Juan Carlos Rubio. Foto: Sergio Parra

El hombre orquesta de nuestro teatro se llama Juan Carlos Rubio. Actor, director y autor (casi a partes iguales) ha escrito un nuevo capítulo de la historia de nuestra escena con títulos como El príncipe de Maquiavelo (que llega el 16 de octubre a Madrid) o Tres, comedia que aún puede verse en el Lara. Su revolución es silenciosa pero nos habla de ella.

Juan Carlos Rubio (Montilla, 1967) es el responsable de algunos de los triunfos más contundentes e indiscutibles de nuestro teatro reciente. Sus historias están tan pegadas a la realidad que cuesta encontrar la línea divisoria entre el escenario y la calle. Es el responsable absoluto de Las heridas del viento, un relato desgarrador estrenado en 2013 a mayor gloria de las interpretaciones de Kiti Mánver (también cumbre en Humo, junto a Juan Luis Galiardo) y Dani Muriel. Es el responsable de Arizona, el texto fronterizo que subió a las tablas en 2009 y que Ignacio García dirigió en México primero y el CDN después. Firmó también Miguel de Molina al desnudo, en la que, desde Málaga a Madrid, rastreó la peripecia personal y artística de uno de los nombres malditos de nuestra copla.

Como es incansable desde su primer texto, Esta noche no estoy para nadie (1997), Rubio se multiplica con sus creaciones por la cartelera actual, con o sin Gabriel Olivares, otro rey Midas de nuestros escenarios con quien ha trabajado en títulos como el Windermere club, la salsera adaptación de El abanico de Lady Windermere de Oscar Wilde, que se ha podido ver hasta hace unos días en el Fernán Gómez de Madrid. El Lara anuncia que mantendrá la comedia Tres hasta diciembre bajo la dirección de Quino Falero y los Teatros del Canal acogerán, desde el 16 de octubre, El Príncipe de Maquiavelo con el que el actor Fernando Cayo ha teñido de rojo buena parte de los festivales veraniegos. Actor, director, autor y adaptador, Juan Carlos Rubio es el hombre orquesta de nuestro teatro que ha revolucionado la tradicional química del éxito: "Soy controlador, me gusta tomar decisiones, aunque arrastre con ello más inseguridades pero creo que en la creación hay que asumir riesgos. Y es que muchas veces actúas por impulsos. Si soy director tengo más libertad de acción que si soy únicamente autor, claro está, pero también me considero'bien mandado' y si otro dirige acato sus directrices. Conocer el escenario como actor me ayudó mucho a escribir". No va más. Rubio reconoce su ansiedad a El Cultural. Explica que empezó a escribir a los 10 años, "cuentos y cosas similares", aunque fue a los 24 cuando empezó profesionalmente como guionista de televisión, para pasar después al cine y al teatro, donde cayó en la hipnosis de contar historias al público cara a cara.

Pregunta.- ¿Qué recuerdos guarda de Esta noche no estoy para nadie, con Esperanza Roy y Nicolás Dueñas?
Respuesta.- Fue un proyecto especial que salió adelante gracias al maestro Joaquín Vida, que me animó a terminarlo y después se comprometió a dirigirlo. También por Esperanza Roy. Para ella la escribí, incluso antes de conocerla. Tuve el honor de que, además, aceptase protagonizarla.

P.- Su teatro parece atravesado por una gran diversidad de temas y estilos. ¿Es su seña de identidad?
R.- ¡Es que soy una persona muy influenciable! Siempre he dicho que soy un actor interpretando a un autor. Por eso, en cada texto me disfrazo de un nuevo estilo, una nueva forma y una nueva estructura. Muchas de mis obras no tienen nada en común. No mantengo una línea clara que defina mi dramaturgia. Soy una esponja absorbiendo todo lo que veo, leo o escucho. Lo filtro e inmediatamente lo hago mío. Debo mucho a muchos autores. Imagino por todo ello que no soy más que un hábil ladrón...

Actividad y talento

P.- ¿Y de dónde ha "robado" más, de autores clásicos o de sus contemporáneos?
R.- Hay docenas de dramaturgos, jóvenes, de mi edad o más mayores que me interesan mucho. Estamos ante un momento de gran actividad y talento. Se nota en las carteleras de nuestro país y de otros países en los que estrenamos autores españoles. No voy a nombrar a ninguno porque me dejaría a alguno fuera y esta noche no pararía de darle vueltas a la cabeza con todos los que me dejé en el tintero. Digamos que admiro a mucha gente... A veces creo que a demasiada.

P.- ¿Se siente protegido, arropado, por algo parecido a una generación de nuevos dramaturgos?
R.- No me considero miembro de ninguna generación, al menos no de una manera consciente. Los que estamos en activo tenemos en común una época, un país y una sociedad pero no creo que mucho más. Cada uno ha elegido su camino, sus temas y su estilo a la hora de crear. Yo ya llevo 20 años escribiendo, ¡tampoco soy nuevo en esto! En todo caso, no me gustan nada las etiquetas. Estamos viviendo un gran momento, múltiple, con mucha oferta, con mucha variedad, con una gran calidad y con diversos tipos de público. Y está muy bien así, que haya donde elegir.

P.- Tres, Windermere club... ¿Siempre tiene un ojo puesto en la comedia?
R.- Es una constante. Intento que mis obras estén impregnadas de comedia, ya sea en pequeñas o en grandes dosis. Supongo que tiene que ver con mi forma de entender la vida. Mi idea es desdibujar los límites y poder pasar de algo muy serio a un asunto hilarante (y viceversa).

P.- ¿Como en Arizona? ¿Marcó un antes y un después esta obra en su carrera?
R.- Puede ser, pero lo que más ilusión me hizo fue que un director tan talentoso como Ignacio García me pidiese los derechos para dirigirla. Fue emocionante ver mi texto en el Centro Dramático Nacional, un espacio en el que nunca había trabajado antes. Además, fue una experiencia doble, porque mientras en la sala Princesa se representaba Arizona, en la sala María Guerrero estaba La Monja Alférez, que yo dirigía. Estar en ambos escenarios a la vez, sí, fue un gran momento.

P.- Parece que su experiencia en teatros públicos ha sido positiva. En unos días El príncipe de Maquiavelo estará en los Teatros del Canal. ¿Se siente cómodo en lo público?
R.- Odio las etiquetas. En esto también. Prefiero hablar de buen o mal teatro, Y aún así, todo es tan subjetivo... Sí creo que muchas veces el teatro público puede, y debe, afrontar riesgos artísticos que el teatro comercial quizá no se puede permitir. Pero lo importante es que haya buenas obras de teatro, se produzcan o estrenen en cualquier tipo de espacio. En mi caso, salto de lo público a lo privado con frecuencia. No siento esa frontera.

P.- Incluso parece moverse como pez en el agua por espacios alternativos como AZarte, donde ha estrenado recientemente Casting...
R.- Es que lo alternativo y lo comercial están en estos momentos más cerca que nunca. De todos modos, quisiera quitarle importancia al continente para dárselo al contenido. La cuestión es que hay unas salas de mayor aforo y otras de menor aforo. En la calidad teatral, el 'tamaño no importa'.

P.- En todo caso, ¿se pueden llenar estos aforos con el actual IVA del 21 por ciento?
R.- Mire, llenar se llenan. El problema es si los productores tienen suficiente margen como para pagar los gastos. Ser productor en estos momentos es un ejercicio de valentía sin límites si pretendes, como debe de ser, que todo el mundo cobre por su trabajo. La presión en el sector es insoportable y el tejido industrial se está resintiendo día a día. Ojalá que los gobernantes se den cuenta del sinsentido de todo esto.

Juan Carlos Rubio sale de viaje y salta a un nuevo proyecto. Será David Mamet y será Muñeca de porcelana, el último texto del dramaturgo estadounidense, con José Sacristán y Javier Godino que Al Pacino encumbró en Broadway. Será en el Matadero con estreno absoluto en el Lope de Vega de Sevilla. Y también será Páncreas, una comedia con texto de Patxo Tellería que protagonizarán Santiago Ramos y Fernando Cayo. Será en 2016.

@ecolote