Teatro

Más creacion, menos recursos

Lo mejor de 2013: Teatro

27 diciembre, 2013 01:00

Escena de Montenegro, en el Teatro Valle-Inclán.

Especial: Lo mejor del año

Los 10 títulos que ha elegido El Cultural como los mejores del año pueden ser discutibles; pero tienen una ventaja que no lo es: representan todo el abanico de posibilidades del teatro que se hace hoy en España: desde la producción costosísima de los teatros institucionales a la más modesta de las pequeñas salas; Montenegro, El Rey tuerto y Málaga, por ejemplo. Y dentro de ese abanico plural vienen a ser, o casi, la excelencia. El teatro en España está, por lo tanto, bien.

Las que están mal son las instituciones que debieran facilitar su desarrollo. Pero si el Estado es un desastre en todo lo demás absurdo sería pedir que mantengan la cordura con el teatro. Locura y desatino es ese 21% de IVA sobre una actividad cuyos ingresos son tan precarios; los cómicos siempre han sido sufridos disciplinantes y tienen el cuerpo acostumbrado. Al decir que el teatro está bien quiero decir que hay nuevos autores y otros de anteriores generaciones casi inéditos. Además de buenos autores hay cierta riqueza actoral de todas las edades y todas las escuelas. En la parte técnica y artística conviven los viejos y los nuevos, jóvenes directores de gran empuje con maestros que libraron ya casi todas las guerras. De la generación intermedia en torno a los 40 años se afianzan los ya consolidados; Miguel de Arco, Sanzol, Carlos Aladro, Juan Carlos Rubio muy bien en La monja Alférez de Domingo Miras, y luego como autor en Arizona que dirigió Nacho García.

Hay una política cultural deficitaria y una idea de cultura ornamental; pero el teatro vive. Con lo que el teatro oficial gasta en un montaje po-drían sobrevivir muchos grupos y muchas salas alternativas. Y luego está la amenaza de privatización. El balance de este año de la Compañía de Teatro Clásico Nacional es positivo, al igual que, en líneas generales, lo es el del Teatro Español y el Matadero y más desigual el del Fernán Gómez. El Centro Dramático Nacional tampoco ha seguido una línea uniforme y ha dado juego a autores y directores de resultado aleatorio. Buenos montajes de sus respectivos directores, Pimenta y Caballero, que es el más activo y más imaginativo en su plural programación. El teatro institucional debiera tener funciones más expansivas, de apoyo a los autores jóvenes, circunstancia que ha mejorado pero que aún resulta insuficiente. El Plan Platea, destinado a remediar las carencias de teatro en ciudades medianas, parece una buena idea. Quedan en este circuito, llamémosle oficial, como escaparate de sus éxitos grandes, montajes como Montenegro, La verdad sospechosa o Tirano Banderas, el teatro de Vargas Llosa y algunas cosas más que seguro se me olvidan.

Cualquiera que analice la lista de las obras destacadas como las mejores del año por El Cultural descubrirá que los éxitos y los aciertos siguen varios caminos y tendencias. El trasvase Madrid-Barcelona, o a la inversa, siempre ha sido fecundo y debe seguir siéndolo; con todo se nota cierto déficit para la cultura castellanohablante, con más barreras para acceder a territorio comanche. En el Valle-Inclán se estrenó una magnífica obra basada en El hijo del acordeonista de Bernardo Atxaga, ambientada en la guerra civil en el País Vasco. Del mes que estuvo en cartel hubo dos representaciones en euskera, gran experiencia para los aficionados a la labor del actor y su voz y sus gestos.

Otra obra muy destacable, Nada tras la puerta, cinco piezas cortas de cinco autores: Cavestany, Mora, Ortiz de Gondra, Yolanda Pallín, Laila Ripoll. Un brillante ejercicio de Gómez Segura entrelazando, tejiendo y destejiendo los textos hasta construir un espectáculo a cinco voces fundidas en una sola. Unir Teatro se estrenó con Tomás Moro, una utopía en Almagro, de autoría colectiva con Shakespeare de fondo, y llevó a México un homenaje a la España peregrina con una función de La sangre de Antígona de Bergamín, dirigida por Nacho García.

Las salas alternativas siguen siendo un vivero inagotable y algunas como Mirador y Teatro de Barrio, con Juan Diego Botto y Alberto San Juan a la cabeza apuestan decididamente por un teatro político. Cada cual puede ver las cosas como quiera, pero hay muchas formas de ejercer la censura: una es la censura política y otra la económica. Y mientras alguien no demuestre lo contrario ese brutal IVA al teatro es una censura política a través de la economía.