Image: Bob Wilson

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Teatro

Bob Wilson

“La vanguardia consiste en redescubrir a los clásicos”

22 julio, 2004 02:00

Bob Wilson. Foto: Ceferino López

El mito de Proserpina, la hija de Júpiter y Ceres raptada por Plutón y cuyo rapto provoca una terrible hambruna, inspira el nuevo trabajo del director Bob Wilson. Proserpina, Perséfone se estrena el 22 de julio en el teatro romano de Mérida protagonizada por Emma Suárez.

Rara es la temporada que no vemos un espectáculo de Bob Wilson en nuestras carteleras. El director norteamericano es uno de los más internacionales y, además, se prodiga en diferentes ámbitos artísticos: si no es la ópera, tenemos ocasión de ser testigos de una instalación o un espacio que ha diseñado para una exposición o, como en el caso que nos ocupa, una obra de teatro. Recientemente estuvo en Barcelona y Madrid con I La Galigo, un hermoso espectáculo musical inspirado en un poema ancestral de la mitología indonesia. Ahora vuelve con Proserpina, Perséfone, producción del Festival de Mérida que protagoniza Emma Suárez y que se estrena hoy en la ciudad emeritense.

Este tejano de Waco se inició en el mundo de la escena procedente de las Bellas Artes. Fueron los trabajos de los primeros escenógrafos colaboradores de Ballanchine, Merce Cunningham y Martha Graham los que llamaron su atención a mediados de los años 60. En 1971 creó Deafman Glance en colaboración con un muchado sordomudo, una ópera que le valió el reconocimiento del surrealista Louis Aragon, proveyó a los críticos de un nuevo término, el de la "ópera silenciosa", y le sirvió para mostrar que lo suyo eran los montajes de larguísima duración: Ka Mountain and Guardenia se escenificó durante siete días en Shiraz (Irán) o The Life and Times of Joseph Stalin, una ópera de doce horas. Aunque fue Einstein on the Beach, en colaboración con el compositor Phillip Glass, lo que le abrió las puertas de los teatros europeos.

Estilo fácilmente reconocible
Desde entonces ha tenido una carrera con grandes proyectos en la que ha forjado un estilo fácilmente reconocible marcado por un esteticismo minimalista: sus espectáculos están presididos por una iluminación compleja e impecable presidida por cicloramas de colores, bellas escenografías por las que desfilan los actores con lentos movimientos, recreándose en el gesto. Un teatro en el que Wilson hace convivir la música, el arte, la literatura y la danza y que le ha permitido colaborar con artistas de muchas otras disciplinas (Heiner Möller, Tom Waits, David Byrne, Allen Ginsberg, Susan Sontag, Lou Reed...).

-De entre todos los mitos clásicos, ¿por qué ha elegido el de Proserpina?
-En 1993 diseñé una instalación artística para la Bienal de Venecia en un viejo granero: Memory/Loss, que fue premiado con el León de Oro de escultura. A partir de este trabajo desarrollé este concepto en 1994, en Gibellina, en Italia, donde dirigí T.S.E, un trabajo inspirado en La tierra baldía de T.S. Eliot con música de Philip Glass. Era una especie de "instalación con actores" puesta en escena en el espacio no convencional de un granero. Entre las distintas escenas había una dedicada al mito griego de Perséfone. Trabajando en esta escena, la amplié y añadí nuevas partes y así he creado la producción teatral Proserpina, Perséfone.

-¿Qué le fascina del personaje?
-Lo que me fascina es el poder de renuncia que tiene.
(Proserpina, la versión romana de Perséfone, es una alegoría de la muerte y representa el renacimiento de las estaciones. La historia cuenta cómo es raptada por Plutón que se la lleva al Hades o mundo subterráneo. Su madre Ceres, diosa de la tierra, desesperada va en su busca y descuida los campos, lo que produce una terrible hambruna. Cuando encuentra a su hija, ésta ha comido un grano de granada cultivada en el infierno que la vincula a él. Pero Júpiter, Plutón y Ceres deciden que Proserpina divida el año entre su estancia en los infiernos, durante el invierno, y su regreso a la tierra, en primavera).

-¿Qué texto ha seguido para contarnos este mito?
-Principalmente la Oda a Demeter de Homero, que en la obra es recitada por Emma Suárez en el prólogo, y luego Brad Gooch, un joven escritor afincado en Nueva York, ha escrito un texto poético que describe el mito.

-Puede pensarse que el estilo Wilson se adapta muy bien a los textos épicos. Lo pudimos ver en I La Galigo. ¿Un texto mitológico le da mayor libertad que uno literario?
-Lo que me gusta de los textos mitológicos o de los poemas épicos es su abanico de posibilidades, porque casi siempre cuentan un historia simple. En mis primeros trabajos siempre intenté crear la visión y dar la sensación de que hacía una traslación más épica que literaria.

-Contar de antemano con una estructura arquitectónica como el teatro romano de Mérida, ¿la convierte en el punto de partida para su puesta en escena?
-Cada vez que comienzo un nuevo trabajo comienzo por el espacio. Luego creo una estructura y, más tarde, con mis colaboradores, la relleno. Si la estructura es sólida, entonces uno puede sentirse muy libre en ella.

-¿Cree que cuando fueron construidos Mérida o Epidauro el teatro debía ser algo más que un lugar para la representación?
-A mí simplemente me gusta pensar en mi labor como en la de un artista. Tengo el mismo interés por el movimiento, las palabras, la iluminación, el sonido, las imágenes. Estoy convencido de que el teatro es el lugar donde diferentes artes pueden encontrarse. Y en esta coexistencia hay espacio para la música, la danza, la actuación.

-¿No le sorprende ser considerado como uno de los directores más vanguardistas cuando la mayor parte de sus trabajos están basados en textos clásicos?
-La vanguardia consiste a menudo en redescubrir a los clasicos.

-Creo que actualmente es el director más internacional, de Asia a Estados Unidos y de allí a Europa; luego usted hace ópera, teatro, exposiciones de arte. ¿Qué cultura y que ámbito artístico le queda por explorar?
-Yo concibo mi trabajo como uno sólo, un opus, una construcción, un producto que evoluciona en el tiempo y que combina varios elementos y valiosas colaboraciones. Los pasos que doy están muy claros para mí: Comencé con algunas "palabras silenciosas", las que los críticos franceses llamaron "estructuras silenciosas". Y siempre he estado interesado en algo que está entre el arte y la vida.

-Hablemos de The Watermill Center, la fundación que usted ha creado en Long Island (Nueva York) y que cada año ofrece talleres a jóvenes artistas. Supongo que para ellos será un gran incentivo trabajar con Bob Wilson, pero ¿y usted? ¿Qué satisfacciones encuentra en la pedagogía?
-No estoy interesado en crear una escuela. No enseño un método en Watermill. Me gusta pensar que es un laboratorio que anima colaboraciones interdisciplinares, donde el arte, la tecnología, los negocios y las humanidades interactúan con un espíritu de innovación. El centro fue creado para dar oportunidades a la gente joven para desarrollarse como artistas, para vivir y trabajar juntos formando una comunidad especial, para definir y explorar sus propios intereses mientras observan y colaboran con profesionales establecidos".

700 jóvenes artistas
Fundado en 1992, el Centro sirve también de archivo para los trabajos de Bob Wilson y de sus colaboradores. Se trata de una fundación sin ánimo de lucro, financiada con donaciones de organizaciones y particulares. Cada año un centenar de estudiantes de 30 países siguen el programa del centro, que se divide en dos partes: por un lado, crean junto con Wilson, durante un periodo de dos semanas, una instalación o performance en la que siguen muy de cerca todos los oficios involucrados. La segunda parte consiste en desarrollar un proyecto personal. Sobre 700 jóvenes han pasado por la fundación, los cuales han podido trabajado con figuras de la talla de la coreógrafa Trisha Brown, el compositor Philip Glass -que ha puesto música a muchas obras de Wilson-, el músico Paul Simon, las actrices Isabelle Huppert y Miranda Richardson o la diseñadora Donna Karan.