latremendita

latremendita

Flamenco

Flamenco mutante. Quién es quién en la penúltima renovación del arte jondo

Algunos de los principales representantes flamencos, Ana Morales, Rocío Márquez, Dani de Morón, Sara Calero, Marco Flores, Rocío Molina, David Coria y La Tremendita, hablan de las claves de su mutación

11 febrero, 2020 06:53

La cantaora Rosario la Tremendita (Sevilla, 1984) se ha rapado la mitad de la cabeza, luce un inquietante piercing en el labio inferior, toca la guitarra, el bajo eléctrico y la percusión. Nacida en uno de los barrios de más solera flamenca, Triana, es hija del cantaor José el Tremendo, sobrina nieta de la cantaora La Gandinga y bisnieta de la también cantaora Enriqueta la Pescaera. Se autodefine de esta manera: “Flamenca por tradición, autora por vocación, artista por amor. Lo jondo es congénito. La inquietud, adquirida”. A esta filiación de urgencia podemos añadir el texto de presentación de su segundo disco, Fatum (2013), donde escribe: “[…] el pasado como motor del progreso; ritmos y melodías clásicos inmersos en ecosistemas sonoros contemporáneos; texturas que definen nuestro tiempo y contextualizan un arte centenario”. En su última grabación, Delirium Tremens (2017), incorpora trombón, piano, guitarra eléctrica, trompeta, contrabajo y batería como sustento estructural para el acompañamiento de serranas, soleares, zambras o bulerías. El término valiente es el mantra que Rosario repite incansable como si le faltara el aliento para sostener sus argumentaciones: “Creo que por lo que se nos ha transmitido, lo que hemos estudiado y la labor de los maestros, nuestra generación es muy valiente al percibir que el flamenco necesita de un lenguaje actual, que esté en movimiento. La base de mi generación es que, con sentido de la responsabilidad, hemos mirado hacia atrás para poder seguir adelante con valentía”.

“Las texturas sonoras que definen nuestro tiempo contextualizan hoy un arte centenario”. La tremendita

La Tremendita pertenece a ese conjunto de artistas nacidos en la década de los 80 que acaba de consolidar su presencia definitivamente en el universo flamenco y ha alcanzado ya un considerable prestigio en los coliseos internacionales. Y aunque la diversidad es una de sus características más reseñables –lo que enriquece los resultados artísticos del grupo–, sin embargo existen elementos comunes que los relacionan más allá de los aspectos coyunturales que sobrevuelan en la superficie y que, por otro lado, no dejan ver el bosque de una generación creativa, equipada de profundas conexiones con la herencia que recibieron, y dueña de una decidida disposición a descubrir las claves de unos sonidos propios y de aportar originales configuraciones expresivas. Como nos demuestra la historia, el flamenco es al fin y al cabo una vieja tradición en continuo proceso evolutivo.

Camarón y talega como alimento

“Hemos abandonado la obsesión de anteponer la técnica, la pirueta circense, a la transmisión y la emoción”. Dani de Morón

“La nuestra es una generación muy viva y consciente de lo que han hecho los que nos han precedido. En todos mis compañeros percibo la necesidad de buscar un lenguaje, siempre teniendo en cuenta el legado de los maestros. Pero, sobre todo, es una generación muy preparada, donde establecemos un continuo diálogo acerca del flamenco que nos une”, afirma el guitarrista Dani de Morón, nacido en Sevilla en 1981, aunque vivió desde siempre en la localidad de Morón de la Frontera, tierra de larga tradición guitarrística, donde se formó. “Yo tenía tatuada a fuego la música de Diego del Gastor, el gran maestro de la guitarra, que ha creado escuela y es el emblema y referencia musical de ese territorio, pero también seguía las lecciones de otro maestro, Manolo Morilla, fiel a la línea que marcaron Niño Ricardo y Sabicas. Para tocar la guitarra flamenca no es necesario haber nacido en un sitio concreto, pero sí es verdad que si se nace en Jerez, en Morón, en Córdoba o en Cádiz, pues naturalmente es más fácil que te caiga el instrumento en las manos”. Después, en 2004, Dani de Morón recibió la llamada de Paco de Lucía para que lo acompañase como segunda guitarra en la gira del disco Cositas buenas por diferentes países, entre ellos Canadá y Estados Unidos. Pero antes ya se habían producido una serie de mudanzas –su primer disco se llama Cambio de sentido– que alteraron la dirección tomada por el guitarrista. Era la época en la que se valoraba, por encima de cualquier otra consideración, la ejecución deslumbrante, los trémolos infinitos o llevar a cabo seis picados de infarto en un tiempo que sobrepasaba las posibilidades de la capacidad humana. “Si hago un análisis musical de mi generación, debo manifestar que el disco Luzia, de Paco de Lucía, supuso un descubrimiento. Fue una especie de principio básico para nosotros, ya que ahí se abandona esa obsesión por anteponer la técnica a la transmisión y se inaugura otra forma de contar las cosas. Por entonces, se estimaba en alto grado la pirueta circense y se había olvidado que la música tiene que comunicar, tiene que emocionar”.

Rosario la Tremendita, que desde niña se curtió en los tablaos y en las peñas, que ha cantado para grandes del baile, como Andrés Marín, Rafaela Carrasco y Belén Maya, que ofrece conciertos como solista en los más acreditados festivales, que ha sido nominada en varias ocasiones a los Latin Grammy, considera no obstante que fue en el seno familiar donde descubrió el cante y, al mismo tiempo, la libertad. “Me mostraron los conocimientos pero también el actuar sin ataduras, y esa es la primera referencia que tengo. Luego, para mí ha sido vital sentir todas esas voces que me han llenado: La Niña de los Peines, Tomás Pavón, Pepe Pinto, Caracol, Talega, Camarón o Morente. Necesito escucharlos y el día que no lo hago, lo noto. Es como si me faltara el alimento”. No concibe el concepto de rompimiento ni el rechazo frontal con el pasado, contingencia desde la que inicia un desarrollo donde van implícitas las transformaciones. “Para desestructurar algo tienes que saber muy bien cuáles son los cimientos. No solo en el flamenco sino en cualquier manifestación artística es fundamental una sólida base de los sistemas clásicos”.

David Coria. Foto: Jean Luis Duvert. Rocío Molina. Foto: Simone Fratini

Con quien ha recorrido los teatros del mundo La Tremendita es con Rocío Molina (Torre del Mar, Málaga, 1983), compartiendo cartel, en calidad de cantaora o de directora musical, en espectáculos tan significativos como Vinática, Bosque Ardora, Cuando las piedras vuelen, Oro Viejo, Por el decir de la gente y Afectos. “Investigo y trabajo con el fin de descubrir una técnica propia que me traslade a ese estado de libertad que es la improvisación. Busco los extremos para conseguir emociones inéditas y conquistar otra magnitud”, explicaba Rocío Molina a El Cultural cuando estrenó un espectáculo sin título donde llevaba su cuerpo hasta la extenuación. “Quiero saber qué existe al otro lado del agotamiento”, decía entonces. Molina, con una potente capacidad de transmisión, ha roto los moldes del espacio escénico y de la gestualidad en la danza para crear un mundo donde la sublimación de los sentidos alcanza una gran dimensión artística.

“Siempre vamos hacia delante. Pero no me manifiesto con actitud rompedora, sino con una visión contemporánea”. Ana morales

Si en el cante es ahora cuando se están descubriendo inexploradas posibilidades interpretativas, en el baile desde hace tiempo se vienen dando pasos importantes que han forjado distintos criterios estéticos y estilísticos, cambiando no solo la imagen de las nociones dancísticas sino de la puesta en escena y de todo el entramado que rodea a esta disciplina. Ana Morales (Barcelona, 1981), una de las máximas representantes de esta generación, estudió en el Conservatorio Superior de Danza de esa ciudad y terminó de formarse en Sevilla, en la Compañía Andaluza de Danza, en la que más tarde se integró. Interviene este viernes en el ciclo Flamenco Real, que se celebra en el Salón de Baile del Teatro Real. Morales ofrecerá una versión reducida de Una mirada lenta: “Es un espectáculo que hice en un momento en el que intentaba darle importancia a la conciencia del movimiento, a la relación que había entre las claves de las pausadas cadencias en las bailaoras de la antigua escuela sevillana, que hoy podemos decir que representan la tradición, y ubicarlas en mi personal lectura”.

Marco Flores. Foto: Javier Fergo. Ana Morales. Foto: Óscar Romero

Conquistar los sentidos

Sara Calero (Madrid, 1983) propone para el 14 de febrero una adaptación de Petisa loca con pasajes nuevos acomodados a ese recinto singular, y David Coria (Sevilla, 1983), que acaba de estrenar en el Chaillot de París ¡Fandango!, acerca de los controvertidos tópicos de nuestro país, también estará –21 de febrero– en Flamenco Real con Suite, después de haber triunfado en el Festival de Jerez el año pasado con Anónimo, “donde seis artistas en escena dan rienda suelta a sus corporalidades y juegan a existir libres en el movimiento, intentando conquistar los sentidos de los espectadores y hacerlos partícipes de ese ser anónimo”. Para Marco Flores (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1981), que inauguró este ciclo, “las propuestas son especiales, con un formato minimalista y desnudo. El reto se produce cuando cualquier bailaor tiene que hacer algo distinto de su repertorio habitual. Y en este caso, por tratarse de dimensiones reducidas, donde no existen artilugios, luminotecnia ni tantos efectos que te arropen, llegas a una conexión con el público más directa”.

“La nuestra es una generación estudiosa y sólidamente formada. Antes con tres o cuatro cantes se hacían carreras maravillosas”. Rocío Márquez

“Pienso que somos –añade Morales– una generación bastante lógica porque intentamos situarnos en la época que estamos viviendo, revisitamos lo anterior e intentamos visualizar el futuro con bastante respeto. Hay un abanico muy amplio, una gran diversidad y, por otro lado, tenemos una actitud bastante comprometida”. Coincide con la cantaora Rocío Márquez (Huelva, 1985): “Definiría mi generación de este modo: convivencia en la diversidad. Estamos en un momento en el que nos representa la amplitud, la riqueza que encontramos en metales de voz muy variados; podemos detectar actitudes tradicionales junto a otras rupturistas, y todo ello cohabita en el mismo marco”. Ana Morales trabaja en lo que ella llama la contemporaneidad, intentando sentir el flamenco desde las vivencias que surgen como revelaciones, una especie de conocimiento empírico captado al instante. “Siempre vamos hacia delante, el flamenco tiene que estar vivo, y ese es un compromiso que tenemos, pero no me manifiesto desde una actitud rompedora, sino que mi baile procede de una visión contemporánea”.

Rocío Márquez. Foto: José Antonio Fernández

“Somos un eslabón entre un baile flamenco teatral y el criterio predominante hoy, muy virtuoso y de mucha dificultad”. Sara Calero

Rocío Márquez reflexiona sobre el flamenco de hoy teniendo en cuenta los condicionantes que perfilan a su generación: “El arrancar de cimientos tradicionales para buscar un lenguaje propio es mi desafío, pero se trata de un punto de partida, nunca de un fin. Me parece muy positivo que seamos una generación estudiosa y sólidamente formada, pero todo, al final, viene dado por las circunstancias. En la etapa anterior, con tres o cuatro cantes se hacían carreras maravillosas y te convertías en una gran figura; hoy tenemos que esforzarnos en poseer un amplísimo repertorio, todo va muy de prisa, muy rápido en un contexto globalizado. Tenemos que estar planteando proyectos nuevos y propuestas diferentes cada poco tiempo. Son las exigencias del mundo que vivimos”.

Sara Calero, que se tituló con matrícula de honor en el Conservatorio Superior de Danza de Madrid y fue primera bailarina del Ballet Nacional de España, dice que la gente de su edad es “un eslabón entre la forma de concebir un baile flamenco teatral y de diseño dramático, y el criterio predominante de ahora mismo, que es un modo de baile muy técnico y virtuoso, de mucha dificultad. Jamás he buscado alejarme de los maestros. Al final, la evolución es producto de un empeño auténtico, que profundice en la esencia de la danza que vas moldeando hasta que aparezca tu lenguaje como consecuencia de una reflexión interior y la perseverancia en el esfuerzo corporal”.