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Clásica

Beethoven: la huella del genio en seis partituras

¿Qué ha enseñado Beethoven a nuestros compositores? ¿Cuál es su legado? ¿Figura demasiado en las programaciones? ¿Su mejor obra? Seis compositores escriben sobre su relación con el autor de la 'Gran Fuga'

17 noviembre, 2020 04:27

Vivir en la música

Jesús Rueda

De Beethoven he aprendido a no ser un compositor de fin de semana, a intentar vivir con y en la música como si fuera tu propio espacio doméstico, a no aceptar lo que me viene impuesto (él ya lo aprendió de Mozart) o, al menos, a tener una posición crítica con las modas imperantes. Me gusta su ambición (superando la forma para rozar la Música), su diario, que no encuentro traducido en español (¡a qué espera Acantilado!), y su temperamento (de mal genio pero al mismo tiempo con un amor inmenso por todo lo que le rodeaba).

Su huella en la composición contemporánea la encontramos, sin duda, en sus sinfonías y cuartetos. Pero sobre todo el Beethoven de la obra tardía –el de la forma musical incomprensible y que rompe la convención clásica– ha sido lo que ha marcado a fuego el siglo XX, basado en la incomprensión pública por su novedad, en el cambio hacia territorios desconocidos. En las programaciones, nos aproximamos al punto en el que si no hay Beethoven el público puede desinteresarse. Y, al contrario, si no hubiera Beethoven tal vez la música actual ya hubiera desaparecido de los auditorios. Una cierta dosis de Beethoven es necesaria para sobrevivir. Él representa el nexo entre la admiración pública y la incomprensión de este público ante lo diferente. Desde mi punto de vista beneficia, da visibilidad, a la música sinfónica.

Hay algo en la música de Beethoven que supera a muchos compositores, como su enorme poder de conectividad y comunicación con el oyente, tal vez basado en sus cambios de ritmo y humor que sorprenden; también en el hilo continuo temático, todo muy bien articulado. Sus fórmulas temáticas son sencillas, directas e inmediatas. Él era un gran improvisador (uno de los más grandes de su tiempo) y esta característica le permitía probar múltiples soluciones a los problemas musicales que constantemente le surgían.

Una de mis obras preferidas es el Cuarteto n.13 (opus 130) en su primerísima versión no publicada, pero que podemos fácilmente reconstruir. En los tiempos pasados la figura de editor tenía un peso muy importante, tanto como para cambiar las obras del último Beethoven y él asumirlo sin más. El caso es que el editor de Beethoven le recomendó eliminar el último movimiento del cuarteto debido a su notable longitud y a los atrevimientos técnicos que planteaba. Beethoven escribió un nuevo final y el movimiento desgajado paso a ser una obra independiente que él bautizó como Gran Fuga, una pieza que ha alimentado no pocos sueños creadores en los siglos sucesivos.

Un creador con superpoderes

Raquel García-Tomás

Beethoven me enseñó a tocar el piano. La época de mi vida que más contacto tuve con su música fue durante mis años de conservatorio. Siento que el hecho de haberme iniciado en su obra a nivel práctico y no mediante el puro análisis teórico me hizo crear una conexión más ‘táctil’ (o visceral). La huella de Beethoven en mi discurso musical se puede encontrar en el uso que hago de células motívicas. Casi todas mis piezas utilizan motivos reconocibles que se transforman y/o se reformulan conforme la obra se desarrolla. La composición contemporánea es fruto de muchas ‘huellas’ que no sólo vienen del mundo de la música clásica, ni siquiera del de la música en el sentido más transversal. Me refiero a que hay muchos aspectos extramusicales que nos influyen. No sabría decir cuál es ‘la huella’ de Beethoven, pero es evidente que algo nos debe haber llegado al siglo XXI: es un compositor canónico que llevamos siglos estudiando en los conservatorios. Su esencia se ha ido filtrando en el trabajo de intérpretes, compositores y directores.

Beethoven no es el único omnipresente en los auditorios, si bien es el que parece que más se suele programar cada temporada. Junto a él hay otros compositores que también están presentes de manera regular, y que acaban configurando una imagen canónica del repertorio. Esta imagen no sólo puede ser perjudicial para la música contemporánea sino que también perjudica a los coetáneos de Beethoven que no entraron en el canon, como por ejemplo las mujeres compositoras o compositores no centroeuropeos. Entre sus obras, me gusta la Sonata nº1 en Fa menor (Op. 2 nº1). La toqué en mis años mozos. Ahora, mientras la escucho, me dan unas ganas tremendas de volverla a tocar. La sensación que tengo es que me da alas, como si pudiera volar con superpoderes. Más allá de lo emocional, es una obra de gran calidad que está dedicada a Joseph Haydn, un compositor al que también admiro.

Pensamiento vertical

Fabián Panisello

Beethoven me ha puesto sobre varias pistas importantes a nivel compositivo, tanto en su alto grado de formalización sintáctica, como también desde su trabajo en el ámbito celular y motívico. Destaca su pensamiento ‘vertical’: implica un árbol genealógico de variación y derivación de ideas básicas enormemente activo y que sorprende aún hoy por lo que tiene de atemporal o independiente de un estilo histórico concreto. Esto está directamente relacionado con uno de los temas clave en su obra: la variación que irradia a cualquier compositor del presente que lo estudie detenidamente.

En cuanto a la forma global, me interesa especialmente cuando se salta las reglas autoinfringidas o de época y reúne en un movimiento elementos de varios (movimientos) distintos, o cuando exacerba una idea simple o célula hasta la exasperación y la convierte en motor de la composición. También me fascina su uso del contraste en la obra instrumental, casi del género dramático. La verdad es que la relación de su obra con las formas heredadas o su concepto armónico me han influido menos.

Su omnipresencia en los auditorios diría que no es perjudicial, pero sí creo que las versiones a menudo mediocres que se escuchan no benefician ni al público ni al músico que las interpreta. Creo en las versiones con riesgo, que por suerte también hay, aunque en mucha menor medida y por intérpretes que se cuestionan a fondo el lenguaje, que lo estudian desde diversas perspectivas en vez de simplemente repetir versiones standard. Si hay un trabajo de versión renovado y profundo creo que pueden aportar mucho, dada la extraordinaria calidad de muchas de sus obras.

De elegir una obra me quedaría con los cuartetos de cuerda en general, por representar una suerte de laboratorio de ideas y soluciones en un formato a su vez de síntesis y al mismo tiempo poderosamente expresivo. Difícil destacar uno: el op 95 en Fa menor, pero también los últimos, la Gran Fuga

Un genio constructivo

Tomás Marco

De Beethoven se puede aprender desde el manejo emocional de la forma abstracta hasta el tema no melódico o su singular empleo de las densidades. Mientras su música nos interese, su influencia perdurará de las maneras más insospechadas porque si nos interesa más allá de su momento es porque su huella alcanza al nuestro. No sé si con motivo del aniversario la presencia será excesiva pero lo cierto es que hace muchos años que Beethoven se toca en los repertorios, especialmente los orquestales, mucho menos que otros que no le son superiores. Ni él ni ningún compositor del pasado es perjudicial para la música contemporánea. Lo que es perjudicial es la rutina, la falta de criterio y la gazmoñería de la mayor parte de los organizadores y grandes intérpretes. Es difícil escoger una sola obra entre las muchas importantes pero, si tengo que mencionar una de las grandes, me inclinaría por la Gran fuga op.133 ya que engloba todo su genio constructivo. Hay obras menores que de repente me interesan mucho. Últimamente he estado deslumbrado por la Sonata n. 24 en fa sostenido mayor, op.78, ‘A Teresa’. Incluso he usado materiales de la misma para mi Ligetoven, la obra que escribí para el ciclo Beethoven-Ligeti del CNDM y el Círculo de Bellas Artes.

Un modelo de libertad

Teresa Catalán

Para mí fue un modelo de libertad. Recorrió el camino que consideró necesario en su expresión. Con honestidad y mucho talento dio importantísimos pasos adelante. Beethoven es un referente ético, porque fue consecuente con lo que quiso hacer. Su sombra se proyecta tintando de forma indeleble el camino de la historia de la música. Es un imprescindible del que aprender y con el que disfrutar. En algún sentido, los clásicos nos hacen una competencia desleal (esta frase es de uno de mis maestros, Ramón Barce), y es verdad que para el espectador es más amable escuchar una obra que ya tiene un modelo previo, que le confirma en el acomodo de lo conocido, antes de verse obligado a descubrir un contenido al que se debe enfrentar sin expectativa. Está bien que el espectador reciba el repertorio histórico, pero no solamente. Las estadísticas demuestran que la música hasta el siglo XIX está sobreprogramada, y no solo en las orquestas. Los programadores deberían incluir con regularidad las propuestas de los compositores vivos. Probablemente, el caladero de la creación musical contemporánea no es el de los abonados a los ciclos sinfónicos, sino el del público que consume la producción más reciente.

Desde la cúspide luminosa

José María Sánchez-Verdú

Visto desde la música de creación, Beethoven aparece siempre como una referencia en múltiples aspectos. Siempre está (o su aura). La obra de Beethoven atesora un espíritu crítico estético e histórico enorme. El esfuerzo, la exigencia, la lucha con la forma y con los modelos históricos, son parte esencial de todo su legado, desde los continuos borradores y su gran corpus creativo hasta sus cartas o sus cuadernos de conversaciones. Su huella es una sombra muy alargada que tapa, oscurece y abraza a la vez a numerosísimos nombres de la creación posteriores. Beethoven observa alzado desde una alta cúspide luminosa. Es una referencia siempre actual. Y nuestra sociedad también ha potenciado y exprimido esa elevación de su figura como genio, sin separar esa visión decimonónica romántica dela visión que puede articular hoy en nuestra sociedad. De su obra apuesto por la Gran Fuga para cuarteto de cuerda. Es una obra maestra de un visionario que rompe los marcos, expande los límites, aúna y relee múltiples aspectos de la propia tradición, y a la vez lanza una propuesta hacia un futuro en el que todavía nos deja sin aliento hoy, observando y escuchando cómo de libre y sin fronteras fue su creación, su mundo y sus utopías.