Empire of the Sun durante el concierto. Foto: Noches del botánico

Empire of the Sun durante el concierto. Foto: Noches del botánico

Música

Empire of the Sun arrasa en Noches del Botánico con su show psicodélico en Madrid

Con un despliegue visual apabullante y un repertorio repleto de himnos electrónicos, el dúo australiano ofreció uno de los conciertos más singulares del ciclo madrileño.

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Una espada de luz azul atravesó el escenario. Luego, otra. A los lados, dos bailarinas con armaduras metálicas flanqueaban al líder de un culto pop, o tal vez a un emperador llegado de otra dimensión. Luke Steele apareció con la cara pintada, una corona que parecía pesarle y la mirada fija en el horizonte. Así comenzó el concierto de Empire of the Sun en Noches del Botánico. No hubo saludos. No hubo introducción. Solo luz, humo y sintetizadores. Como si acabáramos de aterrizar en medio de algo que ya estaba ocurriendo antes de que llegáramos.

Más que un concierto ha sido una película de ciencia ficción de bajo presupuesto y sonido impecable. Dividido en cuatro actos, con visuales delirantes y una teatralidad que no necesitaba justificación, el espectáculo arrancó con Changes, The Feeling You Get y Half Mast, como una especie de apertura ceremonial. Desde el principio, el ritmo fue constante y el mensaje claro: esto no va de cercanía ni de autenticidad.

En Cherry Blossom, la escenografía bajó un punto, los colores se enfriaron, y Steele sostuvo los versos como si los sacara de un diario enterrado. Pero no tardaron en volver al golpe de efecto con We Are the People, uno de los momentos más celebrados de la noche. El público —una mezcla de fans veteranos, gente de paso y turistas de festivales— la cantó de memoria, sin necesidad de que nadie lo pidiera. Fue el primer gran gesto colectivo de la noche.

Con Way to Go y DNA arrancó el bloque más bailable. Las guitarras se difuminaron, los sintetizadores dominaron el espacio y las luces entraron en modo rave. En Television ya era evidente que lo de menos era la canción: importaba la energía, el gesto. Cada tema funcionaba como parte de un sistema visual cerrado, medido al milímetro. Había algo ceremonial en todo ello. Y aunque por momentos el conjunto podía rozar la caricatura, la entrega de Steele y el diseño rítmico del show lo mantenían a flote.

En la mitad del concierto, tras la instrumental Supa Chai, llegaron Music on the Radio y Revolve, dos temas con menos eco popular pero que sirvieron de puente hacia High and Low, una de las más celebradas. Sonó potente, acompañada de estallidos de luz y brazos alzados en el aire. Empire of the Sun no necesita estar en la cima de las listas para saber cómo sostener una canción en directo. Su repertorio, aunque no especialmente extenso, está cuidadosamente ordenado para no caer.

Un mar de cabezas es testigo de el concierto. Foto: Gabriel Lavao

Un mar de cabezas es testigo de el concierto. Foto: Gabriel Lavao

En el cuarto acto, Ask That God ralentizó el tempo. Aportó una pausa. También un poco de misterio: figuras negras en pantalla, capas, humo. Y después, Happy / Wild World, que fluyeron una dentro de la otra, como si lo importante ya no fuera distinguir temas, sino mantener la atmósfera. En ese sentido, el concierto funcionaba como una única composición fragmentada.

Y entonces llegó Walking on a Dream. No fue la última. Ni siquiera la penúltima. Pero fue el corazón del concierto. La canción que lo contenía todo: la melodía pop, la idea de huida, el tono entre infantil y sofisticado. Durante esos minutos, el aire se llenó de móviles, sonrisas y una coreografía no programada. Si había algo parecido a una comunión, fue ahí.

El cierre llegó con Standing on the Shore y Alive. La primera, más lenta y contemplativa, pareció un adiós sincero. La segunda, una explosión final de energía, como si el grupo necesitara recordar —o recordarse— que todavía están aquí. Steele lanzó una rosa al público y desapareció entre la niebla. No hubo bises adicionales.

Empire of the Sun ha ofrecido su versión del mundo: hiperbólica, luminosa, casi marciana. En un ciclo como Noches del Botánico, donde muchas bandas apuestan por el directo sin aditivos, ellos han decidido ir por el lado contrario. Hicieron de la escenografía una estrategia. De la exageración, un lenguaje. Y de la distancia, una forma de belleza.