Image: El holandés errante encalla en el infierno

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Música

El holandés errante encalla en el infierno

16 diciembre, 2016 01:00

El montaje de El holandés errante en el Teatro Real. Foto: Javier del Real

Àlex Ollé (Fura dels Baus) sitúa su versión de la ópera de Wagner en el puerto de Chittagong, el lugar más contaminado del mundo. Su montaje crítico y espectral, que se estrena este sábado (17) en el Teatro Real, estará gobernado desde el foso por Heras-Casado.

En 2010 Àlex Ollé colmó el escenario del Teatro Real de basura. Aquel vertedero venía a cuento de la ópera Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, del tándem Brecht/Weill, que cargaba las tintas contra el capitalismo y su mecanismo de subsistencia básico: el consumo desaforado. El ideólogo de la Fura dels Baus subrayaba ese clamor crítico con una puesta en escena marcada por una estética inhóspita, que, de algún modo, retoma ahora para su versión de El holandés errante. Ollé sitúa la acción en un infierno muy real: la ciudad bangladesí de Chittagong, cuyo puerto está considerado como el entorno más contaminado del planeta, saturado de cadmio, amianto...

"Se utiliza para desguazar los buques mercantes viejos. Los costes son muy baratos ya que no rige ninguna regulación de protección ambiental", explica a El Cultural Ollé, mientras degusta un espresso en la cafetería del Teatro Real. Está sentado junto a Pablo Heras-Casado, director musical de esta producción que llega desde la Ópera de Lyon. Ambos se conocieron precisamente armando codo con codo el Ascenso, reclutados por un Mortier recién llegado a Madrid. No han vuelto a verse desde entonces pero en ambos perdura la sintonía: "Los dos buscamos que, además del público habitual, haya más gente que se interese por la ópera. Tenemos claro que es necesario dar una imagen de fuerza y de vitalidad", apunta Ollé.

El ‘activista furero' cree que Wagner, de haber compuesto El holandés errante en esta época, hubiera escogido un lugar tan desolado como Chittagong. "Mi intención al abordar este trabajo era hacer una revisión contemporánea de la ópera, sin desactivar su potencial romántico original. Se trataba de transmitirlo pero a través de códigos y contextos actuales. Me preguntaba dónde podría ocurrir hoy una historia así, donde un padre puede vender a su hija por dinero. Un lugar donde la vida tiene tan poco valor que la muerte, a su lado, no es necesariamente una mala opción. Entonces apareció por casualidad este puerto en un documental, un cementerio naval que semeja un paraje desértico frente a la inmensidad del horizonte".

En el libreto de Wagner, que se inspiró sobre todo en el relato de Heinrich Heine Memorias de Herr von Schhabelewopski, aunque él decía que su fuente era (así, genéricamente) la mitología, tenemos dos embarcaciones. La del capitán Daland (Kwangchul Youn/Dimitry Ivashchenko) y la de Holandés (Evgeny Nikitin/ Samuel Youn), condenado este último a navegar a perpetuidad hasta que encuentre una mujer fiel que le redima, una maldición que algunos estudiosos conectan con la de Ahasvero, el ‘judío eterno' que agredió a Cristo camino del Gólgota. Ambos coinciden en un puerto noruego y pactan una permuta: Daland le entrega a su hija Senta (Ingela Brimberg/ Ricarda Merbeth) a cambio de las riquezas del holandés. Después del trato, ponen sus buques rumbo al hogar del primero, para consumar el acuerdo. Ollé, en cambio, elimina uno de los barcos. Daland compra el del holandés para llevarlo al moridero de Chittagong. Y, cuando comienza el despiece, afloran de sus tripas una legión de fantasmas.



Ambiciones y fantasmas

"Esos fantasmas son proyecciones de nuestros miedos, deseos, ambiciones, ansias de poder, riqueza y libertad. Son una emanación de los residuos contaminantes de las aspiraciones de una sociedad en los confines del infierno", señala Ollé, que de nuevo proyecta un mensaje incisivo y en clave contemporánea hacia los espectadores. El regista catalán lleva varios meses plenamente inmerso en el universo lírico, cosechando logros tan elevados como abrir, el pasado mes de septiembre, la temporada de la Royal Opera House con su Norma sepultada en cientos de cruces (clara alusión a la asfixia que produce el fanatismo ideológico). El que tampoco para es Heras-Casado. Cuando dirigió Ascenso en 2010, era un joven de 33 años que empezaba a despuntar. Demostró entonces su energía y su seguridad en citas de postín, avales que luego le han permitido asentarse en el star system de batutas internacionales.

Ahora se enfrenta a su primer Wagner. "Es un bautismo. Llevo 21 años dirigiendo y siento que todo lo que hecho hasta ahora me conducía a este reto. No he tenido prisa en dirigir a Wagner. He esperado la ocasión idónea", afirma. Accede a su ciclópeo cosmos a través de una pieza con la que Wagner acuñó una fórmula personal e intransferible. Después de sus tres primeras óperas (Las hadas, La prohibición de amar, Rienzi), donde seguía casi al dictado el canon itálico y el romanticismo de Weber, en El holandés errante ya introduce de manera sistemática y coherente el uso de sus famosos leitmotivs, un recurso con un claro sentido dramático, ya que asocia los personajes (y sus estados emocionales) con determinados temas de la partitura. "Eso permite situar al espectador muy fácilmente. Además, con la fuerza expresiva de Wagner, uno puede cerrar los ojos simplemente y consigue visualizar la historia", explica el director granadino, que ha elegido la primera versión, sin entreactos. Son dos horas y cuarenta minutos del tirón, que ve como una piedra de toque para acometer en el futuro las grandes óperas del músico alemán.

Su genialidad única ya era evidente en ese momento pero Heras-Casado sigue apreciando en sus pentagramas deudas con sus coetáneos. Movido por el escrúpulo musicológico, ha tomado una edición urtext de la partitura, que reproduce la escritura primigenia de Wagner. Y al sumergirse en ella ha encontrado dinámicas y convenciones de Schumann, Schubert y Mendelssohn. "Hay que tener en cuenta que la utilización de motivos ya existía en el universo sinfónico. No en vano, una sinfonía es una ópera sin palabras, una forma dramática. Y en el siglo XVIII sus movimientos dejaron de ser independientes. Empezaron a aparecer interconectados, sobre todo por motivos que emergían en distintos momentos y que los compositores presentaban, desarrollaban, enfrentaban, transformaban... Wagner se apropió para la ópera de esa estrategia, que es muy didáctica: es otra manera de vestir a los personajes, de ponerles un sombrero o una gafas. Pura artesanía musical".

@albertoojeda77