
Lucía Lacarra y Matthew Golding en 'Fordlandia'. Foto: Leszek Januszewski
'Fordlandia', la utopía hecha danza: recomendarla es casi un deber
Lucía Lacarra y Matthew Golding, pareja dentro y fuera del escenario, llevan al Centro Danza Matadero de Madrid la coreografía que crearon a distancia durante la pandemia.
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Todo comenzó con una despedida inesperada. Era marzo de 2020 y el mundo entero se desdibujaba al ritmo de una pandemia implacable. Lucía Lacarra y Matthew Golding, pareja dentro y fuera del escenario, tuvieron que separarse con la promesa tácita de que serían apenas unos días.
Mas el tiempo, caprichoso y cruel, convirtió esa pausa en una distancia de casi tres meses. Aislados por fronteras físicas pero unidos por la memoria del movimiento, concibieron entonces Fordlandia: no como una coreografía, sino como una necesidad. Un territorio imaginario donde volver a encontrarse; una isla en medio del naufragio. La utopía del amor en el lenguaje que mejor dominan: la danza.
Bautizado con el nombre de aquella ciudad fallida que Henry Ford soñó —un lugar que quería ser refugio del progreso y terminó en ruinas— Fordlandia se erige en todo lo contrario: no es el fracaso de un sueño sino el sueño mismo, perpetuado en escena.
En el Centro Danza Matadero de Madrid, esa utopía cobra vida en los cuerpos de Lacarra y Golding. Cuerpos que no actúan, que no imitan: simplemente son. Se entregan al movimiento como quien regresa a casa.
Desde el primer compás se impone una atmósfera hipnótica. Videoarte, proyecciones, niebla, luces que cortan el aire con precisión quirúrgica… sí, todo eso está ahí. Pero no domina, no distrae, no eclipsa. La tecnología es una brisa que acompaña, un susurro que no compite. Porque el corazón de Fordlandia late en la danza misma, en esas frases coreográficas complejas como un poema cifrado, y sin embargo tan orgánicas en los cuerpos de Lucía y Matthew que parecen surgir sin esfuerzo, como el agua que fluye por su cauce natural.

Lucía Lacarra y Matthew Golding en 'Fordlandia'. Foto: Leszek Januszewski
No hay trampa. No hay artificio. Hay técnica impecable, por supuesto, pero también —y sobre todo— verdad.
Lucía Lacarra, etérea y poderosa, encarna una elegancia que no se enseña ni se aprende: se habita. Cada gesto suyo es al mismo tiempo un suspiro y una sentencia. Aúna la fragilidad del cristal y la firmeza de una raíz antigua. Su danza, lejos de imponerse, persuade.
No busca aplausos, sino emociones. Y las logra, una tras otra, con la serena seguridad de quien no necesita demostrar nada. Hay en su movimiento una transparencia conmovedora, como si el cuerpo se volviera una página que se deja leer.
Matthew Golding, por su parte, irradia vitalidad sin aspavientos. Su presencia escénica es magnética. Construye su personaje desde la fuerza y la escucha: escucha a Lucía, al espacio, a la música, a sí mismo.
Su salto no es exhibición, es impulso de reencuentro. Sus giros no buscan vértigo, sino conexión. En él, la técnica clásica se funde con una modernidad luminosa, sin rupturas forzadas ni gestos vacíos.
El encuentro entre ambos es, sencillamente, alquimia. Uno no baila con el otro, sino en el otro. Se deslizan, se entrelazan, se repelen y se atraen en un vaivén que recuerda al oleaje.
El dúo final es un instante suspendido, una rendición al deseo de permanecer juntos, aunque sea sólo mientras dura la música. Pero ese “mientras” es todo. La utopía realizada.
En el conversatorio posterior, sentados ante un público que aún no había salido del hechizo, ambos artistas hablaron sin pretensiones. Con la humildad de quien ha danzado en los teatros más grandes del mundo, reconocieron que, tras tantos países, giras y estrenos, para ellos bailar sigue siendo sinónimo de vida. "Cuando bailamos, todo cobra sentido", dijo Lacarra. No fue una frase ensayada, fue una confesión. Y como toda confesión, conmovió.

Lucía Lacarra y Matthew Golding en 'Fordlandia'. Foto: Leszek Januszewski
Fordlandia es una declaración estética. Una coreografía nacida del aislamiento, pero tejida con los hilos de la esperanza. Una prueba de que la danza sigue siendo, por encima de todo, el arte del cuerpo en movimiento. Que, por más que evolucionen los recursos visuales, por más que la tecnología se cuele en las artes escénicas, lo esencial no debe perderse: el cuerpo que tiembla, que cae, que se eleva. El cuerpo que dice sin palabras lo que el alma no puede callar.
Recomendar Fordlandia es casi un deber. Porque es una experiencia que nos recuerda por qué la danza importa. Porque en tiempos en los que lo superficial gana terreno, este espectáculo apuesta por la profundidad. Porque frente a la prisa y la fragmentación, ofrece una pausa y una unidad. Porque, como en todo arte verdadero, nos transforma sin pedir permiso.
Y porque, en definitiva, todos anhelamos ese lugar imposible donde el amor se reencuentra con el cuerpo, donde el exilio tiene fin, donde el movimiento es forma y memoria. Ese lugar tiene nombre. Se llama Fordlandia.
Fordlandia
Centro Danza Matadero. Hasta el 15 de junio
Compañía: Lucía Lacarra Ballet
Coreografía: Anna Hop, Yuri Possokhov, Juanjo Arqués y Christopher Wheeldon
Cineasta: Altin Kaftira
Bailarines: Lucía Lacarra y Matthew Golding
Proyecciones: Mario Simón (Academia Digital Dortmund) y Max Schweder
Música: Chopin, G. Sviridov, J. Johannsson y Arvo Pärt