Yuja Wang. Foto: Julia Wesely

Yuja Wang. Foto: Julia Wesely

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Yuja Wang: "España es símbolo de la pasión sexual"

La pianista china, en estado de plenitud, desembarca en España con la Philarmonia de Londres para brindarnos el 'Concierto nº 1' de Rajmáninov en Madrid, Zaragoza y Barcelona

12 diciembre, 2022 00:55

Superada la etapa en que removió los cimientos de la música clásica con su vertiginoso virtuosismo, su infalible técnica y su osadía indumentaria (vestidos livianos y taconazos), Yuja Wang (Pekín, 1987) es hoy una artista en plenitud, que combina madurez y hondura interpretativa con un descaro juvenil que todavía no se le ha apagado. Su dominio del piano le permite, por ejemplo, alternar a Schönberg y Albéniz con soberbia desenvoltura en un mismo concierto. Así lo acreditó en su debut este verano en el Festival de Salzburgo, alarde de eclecticismo sabiamente conjugado.

Ahora llega España, para una minigira con la Philarmonia de Londres. En atriles, un programa rusófilo: Chaikovski y Rajmáninov. Tres escalas: Auditorio Nacional (Ibermúsica, día 12), Auditorio de Zaragoza (13) y L’Auditori de Barcelona (14). Antes de su desembarco, habla al teléfono desde Ámsterdam con El Cultural, alternando los temas físicos con los metafísicos.

Pregunta. Usted interpretará el Concierto para piano nº 1 de Rajmáninov. ¿Qué le inspira esta pieza?

Respuesta. La he empezado a tocar hace poco tiempo. La primera vez fue en la primavera de 2021. Él la escribió cuando tenía solo 18 años. Me encanta su carácter romántico y juvenil. Sobre todo disfruto de la cadenza del primer movimiento, y la melodía es preciosa. Está muy influenciado por Chaikovski, es música radicalmente rusa, que yo amo. Demuestra el talento precoz de Rajmáninov y, de algún modo, en ella está encapsulado todo lo que compondría después, todo su potencial.

P. ¿Por qué le atrae tanto el repertorio ruso?

R. Sus melodías son reveladoras del alma del país, de su profunda religiosidad y de su psicología. Es como cuando toco música española: siento el sol, el jamón, la sangría… [risas]. Cuando interpreto partituras de Rajmáninov u otros autores rusos, me conecto con Dostoievski y Tolstói, con una hondura emocional tremenda.

P. De Rajmáninov grabó el Concierto nº 2 con Abbado. ¿Cómo recuerda la experiencia?

R. Él me invitó a abrir en su día el Festival de Lucerna, una gran oportunidad. Luego fuimos a grabar a su casa, en Ferrara. El fundó varias orquestas con las que todavía trabajo, como la Mahler Chamber. Hay cientos de músicos que fueron ‘educados’ por él. Fue una figura clave en el cambio del modelo de director-dictador tradicional. Él implantó una manera de trabajar mucho más democrática: escuchaba a los músicos para tomar decisiones. Sentías que te apoyaba y su amabilidad se agradecía mucho.

“Las melodías de la música rusa revelan el alma del país, me conectan con Dostoievski y Tolstói”

P. En Madrid, estará a las órdenes de Santtu-Matias Rouvali. ¿Qué tal se entiende con él?

R. Bien, aunque en realidad tampoco hemos colaborado mucho hasta ahora, apenas un par de veces. Me gusta porque es espontáneo y natural. No es necesario hablar demasiado sobre música con él. Basta con tocarla para entenderse. En enero volveremos a estar juntos en Nueva York, para presentar el concierto de piano escrito por Magnus Lindberg para mí.

P. En Salzburgo, este verano, terminó su soberbio y variado recital tocando dos piezas de la Iberia de Albéniz, Málaga y Lavapiés. Más allá de la remisión a la sangría y el sol, ¿qué le atrapa de nuestra música?

R. Iberia es fascinante por su colorido y por su capacidad para evocar atmósferas de ciudades y de barrios diferentes. Es como si me zambullera en esos lugares, como si oyera a la gente que los habita. Iberia me maravilla, me recuerda de hecho a Nueva York, la ciudad en la que vivo y, como se sabe, cada barrio tiene su propia identidad cultural. Escuchar música española, en cualquier caso, me hace sentir feliz, y me aviva el deseo de viajar allí. Fue interesante, por otro lado, en ese concierto pasar de un autor como Schönberg a otro como Albéniz.

P. Creo que cuando era una niña se ponía un vestido rojo que le regaló su madre y fantaseaba con que era una bailaora flamenca. ¿Cómo era aquello?

R. Mi madre era bailarina y yo, cuando escuchaba flamenco, me gustaba, me atraía. No sé si por el tópico de que España es un símbolo del amor pasional y de la sexualidad.

"Me preocupa el papel del arte en la sociedad, su capacidad para influir en ella, más en estos tiempos críticos"

P. ¿Nunca se planteó, por cierto, ser bailarina, como su madre?

R. Ella quería, sí, pero yo era muy perezosa y empecé a tocar el piano.

P. Bueno, el piano también requiere un ímprobo esfuerzo, ¿no?

R. Sí, cierto, pero para mí era más cómodo estar sentada que de pie bailando [risas].

P. ¿Cómo se enamoró del piano? ¿Fue algo progresivo o flechazo?

R. Como decía, fue una manera de escapar del baile pero cuando descubrí a Chopin, con ocho o nueve años, supe que debía seguir tocando esa música preciosa. Así que Chopin es el culpable.

P. Usted encandiló al mundo al principio de su carrera con su infalible virtuosismo. ¿Cómo describiría el momento actual, en el que ya es una artista más asentada? ¿Y cuáles son sus objetivos?

R. No soy de pensar demasiado a largo plazo. Me concentro en los compromisos inmediatos. Aunque sí es verdad que durante la pandemia he rumiado algunas cosas y he cambiado ciertas perspectivas. Me preocupa el papel del arte en la sociedad, su capacidad para influir en ella, más en estos tiempos críticos. Y la manera en que nos comunicamos los músicos con el público, las alternativas a hacerlo solo en auditorios, como la planteada por Igor Levit y Marina Abramovic a través de performances con las Variaciones Goldberg de Bach.También, al hacerme mayor, pienso en la mortalidad y en el legado que uno deja, como hizo Claudio [Abbado].

P. Dicen que es muy lectora. Díganos autores que le hayan embelesado.

R. Pues García Márquez. Y Borges, que te hace adentrarte en otras dimensiones, como en Alicia en el país de las maravillas. Ahora justo estoy leyendo El Gran Gatsby, que refleja el Nueva York de principios del siglo XX. También disfruté La sombra del viento de Ruiz Zafón. Ahora me gustan los audiolibros, porque me permiten caminar al tiempo que los escucho.