Image: Bernard-Henri Lévy: Europa comenzó a morir en el asedio de Sarajevo

Image: Bernard-Henri Lévy: "Europa comenzó a morir en el asedio de Sarajevo"

Escenarios

Bernard-Henri Lévy: "Europa comenzó a morir en el asedio de Sarajevo"

'Looking for Europe' es la obra teatral de urgencia que el intelectual francés representará en Valencia, Barcelona y Madrid los días 20, 25 y 26

15 marzo, 2019 01:00

Bernard-Henri Lévy en un momento de Looking for Europe. Foto: Yann Revol

Lleva en el ojo del huracán intelectual varias décadas. En la resaca del Mayo francés alzó su voz para impugnar las querencias totalitarias de la izquierda menos informada. Ha pateado conflictos armados, rodado películas y documentales, asesorado a presidentes, escrito decenas de libros y defendido a capa y espada el liberalismo económico y político, la democracia y el hermanamiento de los pueblos europeos por encima de sus microidentidades. Ese mensaje truena en Looking for Europe, obra teatral de urgencia que representará en Valencia, Barcelona y Madrid los días 20, 25 y 26.

Ver a Bernard-Henri Lévy (Béni-Saf, Argelia, 1948) trajeado en las trincheras de Oriente Medio dispara ciertas sospechas sobre el personaje. Tal detalle estético conduce inevitablemente al prejuicio. Son muchos los que se acumulan en torno a las siglas que ha acuñado como una marca: BHL. En Francia se han publicado algunas investigaciones que lo despedazan. Hablan de un ego desmedido. De una habilidad mefistotélica para venderse y publicar sus artículos a diestro y siniestro por cabeceras de todo el mundo, manufacturados a la manera de un Warhol del periodismo. De una propensión a arrimarse a los prohombres de la política francesa y ejercer como su consejero aúlico, desde Mitterrand a Macron pasando por Sarkozy, al que convenció, por cierto, para bombardear a Gadafi (algunos se maliciaron que al presidente galo le movía más bien el deseo de soltar amarras con un amigo incómodo que pudo financiar sus campañas).

Pero más interesante que sus camisas Charvet de a 400 euros la pieza, es su inagotable batalla intelectual. Porque BHL piensa y escribe con la actitud de un combatiente, rasgo agreste heredado de su padre, que luchó por la República en España. Un intelectual engagé a la manera de ilustres predecesores (Sartre, Camus, Malraux…) que se ha pateado los frentes en llamas de, por ejemplo, la extinta Yugoslavia o el Kurdistán. Hoy, sin embargo, al que más esfuerzos dedica es al de la defensa de la Unión Europea, amenazada por la xenofobia, la tecnocracia, las cruzadas identitarias, los populismos inflamables, los moralistas retrógrados… Contra todas esas amenazas arremete en Looking for Europe, su segunda incursión en el teatro (la primera fue Last Exit before Brexit) y en esta entrevista, que permite cuando menos matizar el estereotipo de liberal envanecido que le persigue.

Pregunta. ¿Qué le empuja a subirse al escenario?
Respuesta. Todo empezó en junio del año pasado en Londres. Un grupo de amigos de la ONG Hexagon, me invitó a expresar mis ideas contra el Brexit. Yo escribí entonces una primera versión que titulé Last Exit Before Brexit. Se representó en el Cadogan Hall. Desde el principio experimenté un verdadero placer. Pero, sobre todo, me di cuenta de la gran eficacia de este tipo de intervención pública. La gente estaba feliz. La mayoría eran hostiles al Brexit y firmes partidarios del Remain. O sea, estaban de mi lado. Fue como entregarles una bocanada de esperanza procedente del exterior. Se sentían menos solos en la defensa de su causa. En ese preciso momento me planteé: por qué no hacerlo fuera, pero algo más general, y recorrer toda Europa.

P. ¿Por qué se decantó por el teatro en lugar de escribir y publicar un libro de denuncia?
R. Por lo que le decía antes: por la gran eficacia del teatro. Fíjese en Sartre y Camus: no estuvieron de acuerdo en nada salvo en eso.

"He elegido para expresarme el teatro por su eficacia inmediata. Mire a Sartre y Camus: no estuvieron de acuerdo en nada salvo en eso"

P. ¿Y en qué se diferencia este trabajo de una de las muchas conferencias que imparte?
R. La diferencia principal es que yo, habitualmente, improviso. Es para mí una cuestión de principios. Llevo como mucho un trozo de papel del tamaño de un tique de metro con cuatro notas. Aquí hago un ejercicio inverso. El texto está escrito de la primera a la última línea. Todo está minuciosamente pautado. Es un trabajo literario en toda regla, al menos eso espero. Escrito con un deseo desde el principio al final: agitar conciencias, convencer, inocular dudas, sacudir certezas… En definitiva, provocar esa vacilación en los prejuicios de los espectadores que sólo el teatro es capaz de conseguir.

Bosnia en el corazón

P. El personaje que interpreta es un intelectual cercado en la habitación de un hotel en Sarajevo. ¿Por qué esta ciudad?
R. Es un lugar crucial en mi vida. Yo rodé un documental allí con 25 años. Se tituló Bosna! Y pasé meses en la ciudad durante el asedio serbio, aquella pesadilla. Para mi generación ha ocupado, salvando las distancias, el lugar de la guerra de España para la de mi padre. En mi peripecia vital es un sitio clave. Pero el abandono de Sarajevo, su calvario, nuestra cobardía colectiva, son también hechos fundamentales en la historia de Europa. Fue el primero de una serie de nuevos Munichs a los que nos estamos enfrentando desde hace 25 años [BHL se refiere a los acuerdos alcanzados en la capital bávara por Reino Unido y Francia con Hitler, cúspide de la indignidad apaciguadora]. El Múnich sirio, el Múnich ucraniano y tantos otros. ¡Europa ha permitido la perpetración de tantos crímenes...! Todos esos muertos están en mi conciencia. Pienso en ellos constantemente. Me acompañan desde hace años. Por eso he situado la obra en Sarajevo. Ya lo he dicho varias veces: Europa comenzó a morir allí. Es una de las hipótesis que se desarrollan en Looking for Europe. Que Europa esté sumida en el estado de delicuescencia en el que está, hundiéndose delante de nuestros ojos, quizá se deba a lo ocurrido en Sarajevo. Europa tiene en uno de sus armarios más oscuros escondido el cadáver de Bosnia.

P. ¿Cómo ha reaccionado el público en las ciudades en las que ya la ha estrenado?
R. Bien, creo. En Londres, donde empezó todo, diría que con verdadero entusiasmo. Después, en Nueva York, en el Public Theater de Broadway, tuvo también muy buena acogida, algo que era difícil. En este teatro hay un público muy exigente, con una cartelera a su disposición extraordinaria. De allí salió Hair, por ejemplo. O, más recientemente, Hamilton. Para mí fue muy emocionante. Pero el verdadero estreno fue en Milán a principios de marzo. Ya sabe cuál es la situación política aquí, con Di Maio y Salvini en el gobierno, dos tipos a punto de extender sus alas negras sobre este bello país. De eso hablé: de la grandeza de Italia ultrajada, humillada y acaso masacrada por estos gangsters, propios de una obra de Brecht. Al final recibí una gran ovación. Quizá sea una rutina en el teatro, no sé, pero mi impresión fue muy positiva.

Bernard-Henry Lévi suspiró de alivió al ver que Francia se libraba de otra pareja de la que también tiene un pésimo concepto: Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon. Él votó a Macron, cuya gestión continúa defendiendo. El líder de la La République En Marche! viene sosteniendo un duro pulso con un movimiento en el que confluyen las bases sociales de ambos enemigos: los chalecos amarillos. Por momentos, su gobierno se tambaleó ante su empuje pero el filósofo asegura que Macron ya los ha derrotado: “La revuelta está diluyéndose. Si ha tenido algo de éxito hasta ahora ha sido a causa de la increíble complacencia mediática de la que se han beneficiado. Ha habido una absurda e indecente genuflexión ante un movimiento que ha dado muestras de racismo, antisemitismo, homofobia… Han sido ‘absueltos' por la única razón de que eran un ‘movimiento popular'. Yo lo denuncié desde el primer domingo que salieron a las calles. Entoces yo estaba muy solo. Pero después, poco a poco, muchos me han secundado. La gente ha empezado a abrir los ojos. Han terminado por admitir que un movimiento social también se puede confundir, que no ha de ser automáticamente santificado y que, aunque sus reclamaciones puedan ser justas, se comporta de manera infame y fascistoide. Eso está cada vez más claro. En cualquier caso, es un movimiento en fase de autodestrucción.

P. Les llama fascistas pero es un movimiento apoyado también por la extrema izquierda. ¿No es contradictorio?
R. En un principio yo no los califiqué como fascistas. No es un tema tan sencillo. Lo que yo digo es que en el interior de ese movimiento, a veces en su propio corazón, hay una tonalidad, unos motivos, unos acentos que recuerdan, en efecto, a la tradición del fascismo francés. ¿Es sorprendente entonces que una parte de la extrema izquierda se haya adherido a él? No. Siempre ha sido así en la historia de Francia. Así sucedió en el caso Dreyfuss al final del siglo XIX. Y en los años 30 del XX, cuando sectores de la extrema izquierda y del Partido Comunista se unieron al movimiento de las ligas y a la rama francesa del nazismo. Recuerde a Doriot, por ejemplo. Desde luego, no son cosas comparables pero existe hoy en torno a los chalecos amarillos una síntesis de la extrema izquierda y de la extrema derecha que remite a lo que ya vivimos entonces. De todas formas, el fascismo es siempre la abolición de las fronteras entre la izquierda y la derecha. Es siempre un cortocircuito entre ambos extremos. Y es siempre un conjunto de reflejos antidemocráticos, antiliberales, típicos de ambos polos. Así que no hay contradicción alguna.

Espiral antisemita

P. Denuncia que el antisemitismo cunde en el seno de este movimiento. En realidad, hay un resurgir en toda Francia. Supongo que le inquieta.
R. El antisemitismo de los chalecos amarillos es manifiesto desde su origen. Me acuerdo de un grupo de manifestantes que se divertían haciendo la quenelle, un gesto antisemita inventado por Dieudonné. Ellos lo han revitalizado. La verdad es que Francia es un país en el que desde hace diez, doce años se ha empezado de nuevo a matar a los judíos. Recuerde a Ilan Halimi, o a los chicos de la escuela judía de Toulouse, o el ataque al supermercado kósher, o a Mireille Knell… Es un antisemitismo complejo, que mana de tres fuentes. De la vieja ultraderecha que todavía sobrevive. De la vieja extremaizquierda y su anticapitalismo rudimentario. Y, para terminar, del islamismo radical, marcado por un antisionismo visceral. Todos ellos han confluido y están a punto de crear una bomba atómica moral que en cualquier momento puede estallar bajo nuestros pies. Pero no sólo ocurre en Francia. Mire la masacre en la sinagoga de Pittsburgh. Estados Unidos ha sido mucho tiempo un puerto seguro para los judíos pero parece que el antisemitismo más virulento está también llegando allí.

Bernard-Henri Lévy en 'Looking for Europe'. Foto: Yann Revol

P. ¿Qué ha desencadenado este resurgimiento?
R. El desarme moral de los adversarios del antisemitismo. Se han bajado los brazos y se ha banalizado un fenómeno tan grave. Porque en realidad no hay más antisemitas hoy que en el pasado. La diferencia es que, antes, tenían vergüenza. Ahora la están perdiendo, cada vez más, porque ha cundido la idea en las redes sociales de que todas las opiniones son válidas. Por eso ahora sacan pecho, porque se ha perdido el sentido de la gravedad de sus afirmaciones y acusaciones en el carnaval mediático en que vivimos.

P. Adapta el espectáculo a las circunstancias sociopolíticas de cada país en el que lo representa. Creo que aquí disertará sobre el independentismo en Cataluña. ¿Cómo ve este conflicto?
R. Con hostilidad contra el independentismo. Cataluña merece lo mejor. Yo soy un enamorado de la Cataluña de Orwell y las Brigadas Internacionales. Y del movimiento antifascista surgido en sus
teatros. Pero el independentismo… Con su aire nacionalista y chauvinista, tan cercano a la xenofobia, como demuestran las declaraciones de Torra contra los catalanes que quieren hablar español. Es estúpido y triste. Y contrario a la esencia de la gran Cataluña.

Para sus representaciones españolas, BHL se ha guardado un as en la manga: le acompañará sobre las tablas su amigo Albert Boadella. La actuación tiene el morbo de ver al irreverente bufón en un escenario catalán después de muchos años de desencuentro (¿o era destierro?). “Será su gran retorno a Barcelona, donde no actúa, creo, desde más de una década. Él representa a un catalán que ha comprado y dirige él mismo un hotel en Sarajevo. No para de importunar al escritor que interpreto yo. Le toca las narices con los típicos argumentos independentistas. Lo hace con mucha guasa e inteligencia. Ojalá venga a vernos mucha gente que no esté de acuerdo con nosotros para poder confrontar ideas, abrir un debate. Ese debe ser el espíritu del teatro”.

Repliegue carca

P. El auge de la extrema derecha es otra de las más graves amenazas para Europa. En España ha tardado en eclosionar pero ya está aquí. ¿Cree que es una ideología que está en el cénit de su popularidad o la cosa puede ir a peor?
R. Desde luego que puede ir a peor. Me temo, de hecho, que estamos sólo en el principio de ese auge. En España tenéis a Vox. Es una criatura joven, un adolescente, digamos. Pero puede llegar muy lejos. Es un movimiento de repliegue sobre ciertos valores tradicionales, una clausura de España frente a la globalización, Europa... Pero, como dice, es un fenómeno que barre todo el continente. En España muchos piensan que es una situación coyuntural. Algunos afirman que Vox es una reacción al independentismo catalán, a la extrema izquierda, al islamismo radical y que, por tanto, es algo pasajero. Creo que se equivocan. La posición acertada es la de Manuel Valls, que dijo: “Ningún compromiso con Vox, si la derecha pacta con ellos, pierde su alma, su electorado y razón de ser”.

"Con su aire nacionalista y chauvinista, tan cercano a la xenofobia, el independentismo catalán es estúpido, triste y contrario a la Gran Cataluña"

P. También es muy crítico con el otro polo populista: Podemos. ¿Le parece más nocivo que Vox?
R. Son lo mismo. Como Le Pen y Mélenchon, dos gemelos. El mismo cuerpo populista caminando sobre dos piernas. Una medusa con dos cabezas. La alianza en el gobierno italiano es todavía un ejemplo más ilustrativo de esto. Aunque es verdad que en España están todavía enfrentados. Pero son dos versiones de un mismo paradigma.

P. En su obra evoca la figura de Jorge Semprún. ¿Por qué este guiño?
R. Fue un emblema de lo mejor de España. Y de Europa. Me doy el gusto de imaginar, en un momento del monólogo, una conferencia que él mismo habría podido dar sobre la conferencia que impartió Edmund Husserl en 1935 en torno a las amenazas que cercaban a Europa. Husserl, despedido de la universidad por los alemanes con la complicidad de Heidegger, tomó la palabra en Viena, y después en Praga, para expresar su miedo frente a la eclosión del odio y el lodazal político. Husserl denunció que los demócratas, los liberales y los partidarios de lo universal tenían, en su boca, “las cenizas de la gran lasitud” que les había desarmado y sumido en el silencio. Yo me imagino a mi amigo Semprún leyéndola, comentándola y desarrollándola. Él era admirador del pensamiento de Husserl. Conocía este texto de memoria, por lo que mi ficción teatral no lo es completamente.

P. ¿Hay otras ‘ficciones' de este tipo en su dramaturgia?
R. Sí, por ejemplo, imagino un gobierno soñado para Europa, lleno de fantasmas. Dante ostenta el ministerio del Infierno, Bergson el de la Risa, Sartre el del Ser, Pessoa el del Vacío... Y a Semprún le otorgo el ministerio de la Grandeur.

P. La coyuntura actual europea es habitualmente comparada con los años 30. ¿Le parece acertado el paralelismo?
R. Estamos viviendo la tercera gran crisis de valores democráticos y liberales en un periodo de poco más de un siglo. La primera, en Francia, fue el caso Dreyfuss. La segunda, sí, fue la de los años 30. Eso no quiere decir que la historia se repita. Significa que en Europa existen unas profundas corrientes de desconfianza hacia la sociedad abierta, el liberalismo económico y político, el humanismo y las luces. Son como una jungla de malas hierbas que intenta invadir un jardín ordenado. Normalmente está contenida pero, a veces, la naturaleza intenta retomar su terreno. Las dos primeras crisis acabaron de manera trágica, o mejor dicho: atroz. La democracia se acabó imponiendo pero al precio de dos guerras mundiales. Espero con toda mi alma que de esta crisis salgamos de manera mucho más civilizada. Eso es lo que estoy intentando conseguir con Looking for Europe.

P. Pero parece que muchos sólo empezarían a valorar los beneficios de un proyecto como el de la Unión Europea si el continente padeciese un conflicto sangriento.
R. No quiero razonar así. Lo que querría es que los europeos se esforzaran por hacer atractiva esa unión. Yo les doy la palabra a los euroescépticos. Les dejo que manifiesten sus dudas sobre si, realmente, la Unión Europea ha tenido alguna incidencia positiva en su vida cotidiana. Es una cuestión legítima. Y les respondo que sus angustias, sus dificultades para llegar a fin de mes, su malestar, sería mucho peor sin la UE. Lo hago con esta obra y con el portal en internet que he puesto en marcha. Cualquiera puede plantear las preguntas que quiera y un equipo de expertos les da una explicación. Se puede desdeñar a los eurófobos racistas pero no a los euroescépticos de buena fe.

Esperanza poética

Bernard-Henri Lévy cree que Europa está falta de iniciativas que reactiven el europeísmo. Él propone unas cuantas. Algunas llaman la atención porque delatan cierto posibilismo en su credo liberal: “En la última campaña en Francia el candidato del Partido Socialista, Benoît Hamon, lanzó una idea estupenda: la renta básica universal. En países civilizados como Francia y España no deberíamos permitir que una sola persona duerma en la calle. Pero todos se lanzaron contra él. Argumentaban que era económicamente inviable. En cierto modo, todos tenían razón. Pero yo creo que, a escala europea, sí puede funcionar. Evitar esas situaciones degradantes mejoraría inmediatamente la imagen de Europa, demostrando su interés prioritario por los más desfavorecidos. Propongo además una suerte de política económica expansiva pero que revierta en favor de los hogares, no de los bancos como hasta ahora”. También es llamativo que un millonario como él (heredó la industria maderera de sus padres) propugne una tributación específica para las grandes fortunas. “Es un impuesto que Francia aplicó durante mucho tiempo. Nunca funcionó porque se marchaban a otros países. Pero si se aplicara en toda Europa, la cosa cambiaría. Vale, algunas podrían irse a vivir a chez Putin. Pero ¿quién podría envidiarlas?”, explica sin poder contener el puyazo al mandatario ruso, una de sus bestias negras. “Las medidas -concluye- deben ir en cualquier caso encaminadas a una mayor justicia social y a acabar con ese estereotipo de institución controlada por tecnócratas”.

P. A pesar de las corrientes adversas, del posible despeñamiento por una espiral de odio, ¿atisba algún signo para la esperanza en el proyecto europeo?
R. Sí, yo siempre he mantenido la esperanza. Soy un combatiente. Digamos que soy un pesimista de la inteligencia pero un optimista de la voluntad. Desde siempre. Y así lo seré hasta mi último suspiro. Y sí, por supuesto, veo detalles esperanzadores. Los veo y los enuncio en escena. Todo el quinto acto, ya verá, está cargado de esperanza. De esperanza política. De esperanza poética. Porque sólo la poesía salvará a Europa del chapapote del populismo. La Europa romántica y poética en la que creo. Y por la que me bato.

@albertoojeda77