Ravel

"Los alemanes siempre se han esforzado por ocultar la ascendencia española de Beethoven", denuncia Andrés Ruiz Tarazona (Madrid, 1936). De hecho, en su vecindario le llamaban Der Spagnol, mote que obedecía a su tez oscura y a que su abuela paterna, María José Poll, procedía de nuestra vertiente mediterránea (¿Cataluña, Comunidad Valenciana?). "Probablemente había emigrado con su familia a consecuencia de la derrota del archiduque Carlos de Austria en la guerra de Sucesión, que condujo al trono a Felipe V", apunta Ruiz Tarazona en España en los grandes músicos (Siruela), volumen donde recorre las conexiones de renombrados compositores internacionales con nuestro país. El de Beethoven es uno de sus capítulos más curiosos. Nos cuenta este historiador de la música que esta mujer tuvo que ser recluida para apartarla del alcohol, al que se había enganchado en la tienda de vinos de su marido, llamado Ludwig van Beethoven, igual que el autor de la Sinfonía Heroica.



Una sinfonía, ya sabemos, que iba a dedicar en principio a Napoleón, al que tenía en un pedestal. Posición de la que le descabalgó cuando se autocoronó como emperador. Esa megalomanía le demostró a Beethoven que el corso no era un paladín del pensamiento ilustrado, como había creído de entrada. Por eso celebraba sus derrotas en suelo español, como la sufrida en la Batalla de Vitoria, que le inspiró la obra orquestal La victoria de Wellington (Beethoven concentraba el mérito de la gesta sobre el duque británico). El músico estuvo siempre muy al tanto de la evolución de la Guerra de Independencia. Y de otros episodios posteriores de nuestra convulsa historia, marcada por la tensión entre liberalismo y absolutismo. Ruiz Tarazona, director del Inaem entre 1999 y 2000, acude a los cuadernos que empleaba para comunicarse por escrito debido a su galopante sordera. Ahí están registradas conversaciones sobre, por ejemplo, la sublevación de Riego contra Fernando VII en Las Cabezas de San Juan. Esos papeles evidencian la detallada información que manejaba sobre España, un país por el que siempre tuvo fijación, como demuestra que matriculara a su sobrino Karl en el colegio español fundado en Viena por Cayetano Anastasio del Río.



El 'linaje' hispánico de Ravel es más sencillo de rastrear. Su madre era de un arrabal del puerto de San Juan de Luz y parte de su juventud transcurrió en tierras castellanas. "Posiblemente, Mme. Ravel le cantase al niño las habaneras de Iradier, de Arrieta, de Gaztambide o de Caballero, muy populares en el Madrid decimonónico", explica Ruiz Tarazona. Aunque, como apuntaba Falla, "el carácter español de su música no estaba logrado por el simple acomodo de documentos folclóricos, sino más bien por el libre empleo de sustancias rítmicas, modal melódicas y ornamentales de nuestra lírica popular". Esta reflexión de Falla es bendecida por Ruiz Tarazona: "No se puede decir mejor que el españolismo de Ravel era más intelectual y sabio que de raíz natural".



Beethoven

Ravel siempre se tuvo por vasco. Aunque de niño se marchó a París, regresó asiduamente a su tierra natal. Gran nadador, le gustaba ejercitarse en la playa de San Juan de Luz, donde lo vio fugazmente Joaquín Achúcarro, cuando el pianista español tenía tres o cuatro años. Quizá por esa querencia vascongada, fue un buen aficionado a la tauromaquia. "Dicen que distinguía bien el toreo con arte del efectista". Ravel recorrió buena parte de España en sus giras y viajes: Barcelona, Valencia, Madrid, Aranjuez, Burgos, Vitoria, Pamplona… Pero tenía especial un afecto por Andalucía, en particular por Sevilla. En esta ciudad tuvo lugar un triste suceso que da cuenta de la demencia que le arruinó la vejez y que le contó a Ruiz Tarazona su tío político Pepín Bello. Este último, entusiasmado al encontrarlo, le preguntó por su famoso Bolero. Ravel, apurado, respondió con otra cuestión: "¿Qué bolero?".



Otro compositor francés amante de lo español fue Debussy, al que le dedica el capítulo más extenso, lo que se justifica en las muchas partituras en las que filtró su hispanofilia. Buenos ejemplos son Iberia, La Soirée dans Grenade y La Puerta del Vino. Ruiz de Tarazona recoge algunas declaraciones del artículo que Falla le dedicó en la Revue sobre esta inclinación hacia lo español: "Nada como Debussy y su música española ha contribuido a liberarnos del pintoresquismo". Falla, por cierto, le dio mucho la tabarra a Debussy cuando estaba formándose en Francia. "Le llamaba mucho por teléfono, intentaba quedar con él. Al principio, Debussy le daba largas pero luego, cuando se percató de su valía, le abrió más sus puertas", explica el musicógrafo madrileño, que siempre escribe a lápiz y sin consultar Wikipedia. Por eso el material que aporta en el libro tiene en muchos casos un aroma original. Ruiz de Tarazona ha ido recabando la información como un reportero de la vieja escuela. En una de sus estancias en Praga, fue a la casa de Dvorák, situada en Vysoka, no lejos de la capital checa. Una nieta del autor de la Sinfonía del Nuevo Mundo, que detectó pronto la pasión y el dominio de aquel español por la obra de su abuelo, le enseñó el interior y le permitió curiosear en sus manuscritos, incluida su correspondencia con Brahms. En el libro, recuerda que Dvorák dedicó su Mazurek, op. 49, a Pablo Sarasate, que por la época era un célebre violinista en Europa.



Llamativa es también la relación que mantuvieron Vicente Martín y Soler y Mozart en Viena, donde, curiosamente, el primero tenía mucho más tirón que el segundo. "Su música era más digerible y facilona para el público", advierte Ruiz Tarazona. A Mozart no le inquietaba que las obras de su amigo tuviera más representaciones, se sabía superior, y tuvo a bien brindarle un aria a Martín y Soler para su ópera Il barbero di buon cuore. Y no hay que olvidar la presencia española en tres de sus mejores piezas líricas: El rapto en el serrallo, Las bodas de Fígaro y Don Giovanni.



Ruiz Tarazona incluye también a Haydn, Boccherini (al que se puede tildar de español), Berlioz, Liszt, Saint-Saëns… Así hasta un total de 20. Y dice que tiene material para otros 20. El libro desmonta el tópico de una España descolgada de las corrientes musicales europeas. "Nuestro país -señala José Luis Temes en el prólogo- estuvo muy atento a lo que se componía en el Viejo Continente, y aunque nuestra historia política nos alejó de la realidad y de la modernidad en no pocos momentos, nunca perdimos el contacto con los grandes focos de creación".



@albertoojeda77