Image: Juan Diego Flórez: “La música es un arma contra la pobreza”

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Juan Diego Flórez: “La música es un arma contra la pobreza”

9 junio, 2017 02:00

Juan Diego Flórez. Foto: Rosano Ronci

Juan Diego Flórez vive un momento de plenitud. Lo demuestra la diversidad de su recital en el Teatro Real del próximo martes, que evolucionará desde Rossini a Verdi, del bel canto al romanticismo. Su voz actual, más densa y corpórea, le permitirá también debutar como Gennaro en Lucrezia Borgia el próximo agosto en el Festival de Salzburgo.

Plácido Domingo lo tiene muy claro y lo afirma con rotundidad: "Juan Diego Flórez es el más grande tenor ligero de todos los tiempos". Y públicos tan doctos (y tan destructivos cuando quieren) como el de la Scala le ofrendan maratones de aplausos (50 minutos aclamándole tras un recital al que compareció, por cierto, constipado). Su carrera está marcada por ese tipo de elogios y récords. "Los valoro mucho, por supuesto, pero no termino de creérmelos", explica el tenor peruano, al telefóno desde su casa en Viena, fortín familiar desde donde peregrina por los principales auditorios y teatros de ópera de Europa. "Soy mi peor crítico. Yo nunca escucho un disco mío, los odio, me ponen nerviosísimo. Sí escucho obsesivamente las grabaciones de mis óperas, para pulir los errores. Esa autocrítica constante es un poco angustiosa pero tiene su contrapartida positiva: es lo que me hace mejorar".

Mejorar en su especialidad original, el bel canto (con Rossini por bandera), y en su nueva querencia, el romanticismo, donde se ha adentrado tras experimentar, hace cinco o seis años, una mutación en sus prestaciones canoras. Su voz se ha oscurecido y ha ganado densidad, circunstancia que le permitirá debutar como Gennaro en Lucrezia Borgia (Donizetti). Lo hará los días 27 y 30 de agosto en el Festival de Salzburgo bajo la batuta de Marco Armiliato. Ahora es un cantante de amplio espectro, capaz de arrancar un recital con Cimarosa, pasar luego a Mozart, continuar con su caro Rossini y rematar, destapando su veta dramática, con Verdi y Puccini, amén de sus concesiones a la canción popular hispanoamericana en los bises (Guantanamera, El yerberito, Bésame mucho...). Un deleite de variedad del que gozaremos en el Teatro Real este martes, 13.

Pregunta.- Sigue intentando afianzarse en su nuevo registro romántico. ¿Cómo se ha sentido últimamente cantando Werther, el Duque de Mantua (Rigoletto), Romeo, Raoul de Nangis (Los hugonotes)...?
Respuesta.- Estoy muy satisfecho con los resultados. Y muy contento de poder ampliar mi repertorio con estos roles de mayor carácter y profundidad psicológica. Aunque Rossini también la tiene, que conste.

P.- ¿Se siente ahora un tenor más lírico que ligero?
R.- Sí, pero, como digo, mi intención es seguir en el bel canto ya que por suerte los agudos no me han dejado. De hecho, hace nada canté La donna del lago, que es una de las óperas más difíciles de Rossini, y creo que fue una de la veces que mejor la he cantado. Con más seguridad y madurez. Fue una gran alegría porque confieso que tenía miedo de que la voz no me respondiera como antes.

P.- Bizet, Gonoud, Berlioz... Son compositores con los que se viene prodigando. ¿Qué es lo más difícil de pasar del italiano al francés?
R.- En francés tengo que pensar mucho más porque tiene más vocales. Hay que tener mucho cuidado sobre todo con las mixtas. Aunque ahora los franceses están contentos con mi pronunciación y eso es ya bastante (ríe). Ya sí me siento capacitado para cantar óperas largas como Los cuentos de Hoffmann. El italiano, en cambio, es más congenial con el español. Todas sus vocales son francas y eso la hace la lengua más perfecta para el canto.

Su desembarco en el romanticismo suponía otro reto. De orden interpretativo y teatral. Este repertorio requiere un mayor sentido dramatúrgico del canto, y más atención al sustrato y al significado del libreto. El subtexto, la base del iceberg emocional de cada personaje, debe aflorar en la función, pero sin incurrir en efectismos impostados. "En Mozart o el bel canto puedes encontrar arias donde repites todo el tiempo la misma palabra. Ahí basta la acrobacia vocal para convencer. Nada que ver con Werther, por ejemplo. La exigencia interpretativa es muy superior. Todo debe estar al servicio de la palabra, incluida la orquesta. El cantante debe transformarse en actor y, de algún modo, en poeta. Yo pongo corazón, alma y vida en el escenario. Si no, no te sale nada que suene auténtico. Son funciones que suponen un viaje emocional del que se vuelve más humano", explica.

P.- ¿Confía en que su voz siga ganando cuerpo para afrontar un repertorio todavía más dramático?
R.- No creo que eso pase. En este registro de ahora hay muchísimos roles que me gustaría cantar. Pero no podré abarcarlos todos porque a mí me gusta pasar el máximo tiempo posible con mi familia en Viena. Lo importante es no perder lo que tengo, los agudos, que son el clímax de los tenores.

P.- ¿Hasta cuándo puede durar su ambivalencia para el bel canto y el romanticimo?
R.- Yo tengo ventaja. Lo tiene más difícil quienes empiezan por el repertorio lírico y luego suben a Rossini. Aprender a cantar Rossini ya en la madurez es tan difícil como aprender a jugar al tenis de mayor. Yo, que empecé por él, puedo volver porque mantengo las agilidades. El quid es no forzar la voz, que es algo a lo que tiendes con papeles dramáticos como Wherter, Romeo, Hofmann... Forzar es muy peligroso, aparte de inútil: a uno se le suele oír más cuando no fuerza que cuando se obsesiona por imponerse a la orquesta. Y también es clave el descanso: dejar dos días entre cada función es un seguro de vida para la voz.

Parones salvadores

P.- Los problemas de Kaufmann, que tuvo que interrumpir bruscamente sus compromisos, avalan estas teorías suyas, ¿no?
R.- Yo lo aprendí de Kraus, que siempre predicaba el descanso. La verdad es que soy un fanático del reposo. Cuando uno se ve forzando, tiene que parar inmediatamente.

P.- Aparte de debutar en Lucrezia Borgia este verano en Salzburgo, ¿qué otros papeles tiene entre ceja y ceja?
R.- Haré Los cuentos de Hoffman, y La traviata en una nueva producción en el Met. También La flauta mágica. Son diferentes compositores y estilos. También ya está acordado mi debut con Don Giovanni en la temporada 20/21, pero no puedo decir dónde.

P.- ¿No será en el Teatro Real?
R.- No, de momento no hay ningún proyecto allí. Soy amigo de Matabosch, hemos trabajado mucho juntos en Barcelona, hablamos con frecuencia pero por ahora no hay nada.

P.- Supongo que cuando cantaba Werther se acordaba de su ‘maestro' Kraus, que fue uno de los tenores que mejor lo ha interpretado.
R.- Me encanta la elegancia y la aristocracia que proyectaba en ese papel pero no quise escucharlo de nuevo fijándome demasiado porque mi intención era hacer mi propio Werther. Tampoco a Roberto Alagna. Y creo que al final conseguí no parecerme a nadie.

Flórez se deleita fraseando las líneas desesperadas del joven suicida de Goethe. Experimenta un regusto por los personajes anegados por la melancolía, sobre todo por aquellos que acaban palmando en escena. "Siempre tuve facilidad para ellos. Por eso me iba muy bien Elvino de Sonnambula. Me encantan los roles que tienen la lágrima en la voz. Y morir en la ópera, como Orfeo o Romeo. A veces me muero con tanto sentimiento que noto a la gente aliviada cuando me ve salir a recoger los aplausos al final. La muerte es siempre un momento climático en el teatro. La pena es que los tenores morimos muy rápido en comparación con las sopranos, que pueden tirarse más de un cuarto de hora muriéndose", apunta, celoso de su partenaires femeninas, entre risas.

Aunque Flórez también se recrea dando rienda suelta a su vis cómica, en la ópera bufa y en la canción popular. Suele rematar sus recitales en clave salerosa con popurrís donde no faltan temas de Los Panchos, Celia Cruz, Chabuca… "La música popular es parte de mi esencia. Me fascina la de Cuba, México, Perú... Mi padre era cantante de este tipo de música. Estaba separado de mi madre pero yo le acompañaba a muchos conciertos". De él aprendió un par de lecciones valiosas, que sigue teniendo muy presentes. "Una vez me advirtió: ‘Debes cantar ahí donde están los dientes', que no es otra cosa que la voce in maschera, como dicen en Italia, que te da más brillo y claridad". Pero las consignas paternas no se redujeron a la técnica vocal. Flórez recibió otro consejo clave: "Tienes que casarte con la música", le dijo su padre, alarmado por el ‘descontrol' sentimental del Flórez adolescente. "Entonces tenía varias noviecillas, algo que me trajo algún que otro problema. Era su manera de inculcarme la disciplina y la perseverancia que requieren este oficio".

P.- A pesar de vivir en Viena, sigue muy conectado con Perú. Este verano, de hecho, dará un concierto benéfico en el Estadio Nacional de Lima.
R.- Sí, la recaudación irá a las familias damnificadas por las inundaciones que han asolado varias zonas rurales. Cantaré ante 30.000 personas. Será un acontecimiento muy especial.

P.- Perú ha crecido mucho en los últimos años. ¿Cree que ha aprovechado esta bonanza para construir un país mejor?
R.- El gran problema del Perú es que depende mucho de las exportaciones de minerales. Cuando su precio cae o baja la demanda, su economía entra en crisis. Falta crear unas infraestructuras que lo hagan más independiente. Es cierto que ha crecido mucho, sí. Las cifras macroeconómicas son buenas, lo dicen todos los economistas. Pero la riqueza generada no está llegando a los pobres, que siguen siendo miles y miles y nadie parece pensar en ellos.

Un asesor llamado Dudamel

Contra esa indiferencia se ha rebelado Flórez. Hace unos años fundó Sinfonía por el Perú, a imagen y semejanza del Sistema Nacional de Orquestas venezolano. Estuvo un tiempo estudiándolo in situ, con el asesoramiento de figuras como Dudamel. Y después lo importó para su tierra, donde el proyecto ha cuajado y no para de crecer. Ya son más de 6.000 los niños que están becados. Y tiene 20 escuelas diseminadas por todo el país. Flórez no duda del carácter revolucionario y benefactor de la música. "Hace sentir a los niños importantes, les devuelve la alegría. Eso se nota en su rendimiento en el colegio. Y también en sus familias, porque contagian la ilusión. Es un círculo vicioso que acaba por mejorarlo todo. La música cambia vidas, es un arma contra la pobreza".

@albertoojeda77